Estoy un poco harto de la sobrecarga mediática de estos días y del clima cenizo que se ha ido creando entre todos. Han saltado demasiadas alarmas, y hemos reaccionado conectando las sirenas del miedo personal. Si consiguiéramos mirarlo desde lejos seguramente no haya sido para tanto, pero lo cierto es que hay cosas que siguen causándonos pánico, una serpiente en el camino, una araña subiendo nuestro brazo, la posibilidad de contagiarnos...
El miedo dispara las alertas, nos prepara para la acción o la huida. Pero no es posible mantenerlo activado mucho tiempo sin padecer las consecuencias de su peso. Si abusamos de él nos termina aplastando. Por eso viene bien exorcizarlo. Hemos pasado miles de años haciéndolo alrededor de un fuego, contándonos historias, haciéndonos reír, bailando y cantando..., estando juntos. Cuando varias personas están juntas se hacen fuertes. Cuando uno en soledad se permite mirar a la cara a sus miedos, también.
La levedad humana nos recuerda a menudo que todos vamos a morir, recordarlo nos viene bien para no perder demasiado el tiempo. Para no agobiarnos en exceso, para no darnos más importancia de la necesaria. Mirar a la vida con confianza y no con suspicacia es una forma de impedir que el miedo campe por doquier. Desconfiar de los demás, de las circunstancias, del Gobierno, de lo ajeno, no hace más que añadir incertidumbre a nuestras realidades. Y no hay incertidumbre que no termine engendrando miedos al crecer.
Me gustaría ser capaz de transmitir confianza a los demás. Desde mi consulta trato de hacerlo a diario con las personas en tiempo de enfermar o que viven situaciones que les desbordan y sobrepasan. Me gustaría ayudar a manejar mejor los miedos, a navegar con su potente viento que, pese acometernos de frente, es susceptible de ser usado para avanzar en nuestras vidas. No tengo recetas milagrosas, pero sé de buena tinta que cuando mis pacientes confían en mí, el miedo disminuye. Cuando nos sostenemos mutuamente podemos ser casi invulnerables.
Estos días tal vez acaben tan hartos de la sobrecarga mediática como yo, de tanto ruido de fondo. No olviden que una de las cosas más inteligentes que pueden hacer es apagarlo todo. Conéctense a los suyos, a aquellos en los que confíen, conéctense a la naturaleza, a esa fuente auténtica y profunda que cada cual lleva dentro. Y dejen que sean otros los que se entretengan con tertulias y titulares grises.
El miedo dispara las alertas, nos prepara para la acción o la huida. Pero no es posible mantenerlo activado mucho tiempo sin padecer las consecuencias de su peso. Si abusamos de él nos termina aplastando. Por eso viene bien exorcizarlo. Hemos pasado miles de años haciéndolo alrededor de un fuego, contándonos historias, haciéndonos reír, bailando y cantando..., estando juntos. Cuando varias personas están juntas se hacen fuertes. Cuando uno en soledad se permite mirar a la cara a sus miedos, también.
La levedad humana nos recuerda a menudo que todos vamos a morir, recordarlo nos viene bien para no perder demasiado el tiempo. Para no agobiarnos en exceso, para no darnos más importancia de la necesaria. Mirar a la vida con confianza y no con suspicacia es una forma de impedir que el miedo campe por doquier. Desconfiar de los demás, de las circunstancias, del Gobierno, de lo ajeno, no hace más que añadir incertidumbre a nuestras realidades. Y no hay incertidumbre que no termine engendrando miedos al crecer.
Me gustaría ser capaz de transmitir confianza a los demás. Desde mi consulta trato de hacerlo a diario con las personas en tiempo de enfermar o que viven situaciones que les desbordan y sobrepasan. Me gustaría ayudar a manejar mejor los miedos, a navegar con su potente viento que, pese acometernos de frente, es susceptible de ser usado para avanzar en nuestras vidas. No tengo recetas milagrosas, pero sé de buena tinta que cuando mis pacientes confían en mí, el miedo disminuye. Cuando nos sostenemos mutuamente podemos ser casi invulnerables.
Estos días tal vez acaben tan hartos de la sobrecarga mediática como yo, de tanto ruido de fondo. No olviden que una de las cosas más inteligentes que pueden hacer es apagarlo todo. Conéctense a los suyos, a aquellos en los que confíen, conéctense a la naturaleza, a esa fuente auténtica y profunda que cada cual lleva dentro. Y dejen que sean otros los que se entretengan con tertulias y titulares grises.