Tan ensimismados estamos en este país con nuestros problemas domésticos -sin duda importantes, pero no únicos-, que poco a poco nos hemos ido olvidando de que persisten otros que nos rodean, y nunca mejor dicho, desde hace tiempo, y que todavía no han encontrado solución. Uno de ellos es Grecia.
Hemos repetido hasta la saciedad, con razón, que la tormenta que puso en cuestión la propia existencia del euro en lo peor de la crisis financiera al comienzo de la década había pasado y que la moneda única había aguantado atada al mástil de las decisiones adoptadas por la UE en los últimos años, que han ido conformando poco a poco unos mecanismos de gobierno económico europeo eficaces, aunque aún insuficientes (al menos para los federalistas, como el autor).
Que el euro está aquí para quedarse está hoy bastante más claro que hace veinticuatro o treinta y seis meses. Pero eso no significa ni mucho menos que no persistan amenazas de gran calibre sobre su vida.
Esas amenazas, si tienen perfiles esencialmente económicos, pueden ahora ser combatidas con las armas que la UE se ha ido dando. Por ejemplo, la posibilidad de que el Banco Central Europeo compre de forma masiva deuda pública de uno, dos o varios países del euro si es menester, no ya para frenar catástrofes, sino incluso para favorecer el crecimiento y el empleo. Bien.
¿Pero qué ocurre en el caso de que los nubarrones sean estrictamente políticos y, además, tengan un origen nítidamente nacional, aunque los efectos del diluvio que transporten lo terminemos pagando todos en forma de inundaciones descontroladas?
Es el caso que vuelve a asomar por Atenas y que ha empezado a repercutir no solo sobre las finanzas griegas, sino sobre las bolsas y las primas de riesgo de los otros miembros de la moneda única. Primero fue un ligero ruido, que inevitablemente ha ido creciendo en intensidad.
El Gobierno griego de coalición ha dejado entrever la posibilidad de salir del rescate europeo antes de tiempo. ¿Por qué? Como un intento de revertir las encuestas que dan como vencedor a Syriza en las próximas elecciones generales. Alguien podría decir: vale, que ganen los comicios, que siempre será con mayoría relativa: se renueva el Ejecutivo de coalición y vale. Pero lo haría sin conocimiento de causa, porque la ley electoral helena otorga al primer partido un premio en el número de escaños que podría llevar a esa fuerza a obtener la mayoría absoluta del parlamento.
Nos esperan meses de turbulencias, no nos engañemos. Meses que se transformarían en años de llegar Syriza a formar gobierno con su actual programa: Grecia quebraría y su permanencia en el euro sería seguramente insostenible. Las consecuencias las pagarían antes que nada los ciudadanos griegos, que verían desaparecer de un plumazo su Estado del bienestar y la capacidad de gasto y pago de la administración pública. Pero también los demás europeos en forma de inestabilidad y empobrecimiento. Los beneficiados no serían otros, en cualquier caso, que los especuladores que han tiroteado el proyecto europeo sin piedad hasta que la capacidad de fuego del BCE les puso en desbandada. Pero ahí siguen, muy atentos.
La democracia es la democracia, desde luego. Y lo que decidan los griegos irá a misa..., o a la catástrofe propia o ajena. Pero nada impide a los líderes políticos europeos y europeístas, sino todo lo contrario, opinar claramente sobre la situación y apoyar con argumentos racionales y bien explicados a los partidos griegos que, para salvar al país, se han desgastado extraordinariamente y pueden estar en capilla de arrostrar una derrota histórica. Me los imagino como el médico que trata de salvar al paciente con todo su saber y no recibe más que insultos de los familiares.
A los griegos hay que explicarles que fuera del euro no hay salida y que el euro no es el culpable de sus males, más bien al revés. Hay que pedirles que comparen los sacrificios actuales con los que arrostrarían si terminan saliendo de la moneda única. Y, ante todo, hay que pedir a Bruselas que les convenza poniendo fin de una vez a la política de austeridad por la austeridad con una política que combine crecimiento y austeridad, como Francia o Italia reclaman.
De lo contrario, pueden estar seguros todos los encargados de introducir problemas en la agenda política nacional española de que dejarán en 2015 de estar en la primera página de los periódicos porque nadie se acordará de ellos ante el tsunami financiero y económico que vendrá desde el Este del Mediterráneo.
Al tiempo.
Hemos repetido hasta la saciedad, con razón, que la tormenta que puso en cuestión la propia existencia del euro en lo peor de la crisis financiera al comienzo de la década había pasado y que la moneda única había aguantado atada al mástil de las decisiones adoptadas por la UE en los últimos años, que han ido conformando poco a poco unos mecanismos de gobierno económico europeo eficaces, aunque aún insuficientes (al menos para los federalistas, como el autor).
Que el euro está aquí para quedarse está hoy bastante más claro que hace veinticuatro o treinta y seis meses. Pero eso no significa ni mucho menos que no persistan amenazas de gran calibre sobre su vida.
Esas amenazas, si tienen perfiles esencialmente económicos, pueden ahora ser combatidas con las armas que la UE se ha ido dando. Por ejemplo, la posibilidad de que el Banco Central Europeo compre de forma masiva deuda pública de uno, dos o varios países del euro si es menester, no ya para frenar catástrofes, sino incluso para favorecer el crecimiento y el empleo. Bien.
¿Pero qué ocurre en el caso de que los nubarrones sean estrictamente políticos y, además, tengan un origen nítidamente nacional, aunque los efectos del diluvio que transporten lo terminemos pagando todos en forma de inundaciones descontroladas?
Es el caso que vuelve a asomar por Atenas y que ha empezado a repercutir no solo sobre las finanzas griegas, sino sobre las bolsas y las primas de riesgo de los otros miembros de la moneda única. Primero fue un ligero ruido, que inevitablemente ha ido creciendo en intensidad.
El Gobierno griego de coalición ha dejado entrever la posibilidad de salir del rescate europeo antes de tiempo. ¿Por qué? Como un intento de revertir las encuestas que dan como vencedor a Syriza en las próximas elecciones generales. Alguien podría decir: vale, que ganen los comicios, que siempre será con mayoría relativa: se renueva el Ejecutivo de coalición y vale. Pero lo haría sin conocimiento de causa, porque la ley electoral helena otorga al primer partido un premio en el número de escaños que podría llevar a esa fuerza a obtener la mayoría absoluta del parlamento.
Nos esperan meses de turbulencias, no nos engañemos. Meses que se transformarían en años de llegar Syriza a formar gobierno con su actual programa: Grecia quebraría y su permanencia en el euro sería seguramente insostenible. Las consecuencias las pagarían antes que nada los ciudadanos griegos, que verían desaparecer de un plumazo su Estado del bienestar y la capacidad de gasto y pago de la administración pública. Pero también los demás europeos en forma de inestabilidad y empobrecimiento. Los beneficiados no serían otros, en cualquier caso, que los especuladores que han tiroteado el proyecto europeo sin piedad hasta que la capacidad de fuego del BCE les puso en desbandada. Pero ahí siguen, muy atentos.
La democracia es la democracia, desde luego. Y lo que decidan los griegos irá a misa..., o a la catástrofe propia o ajena. Pero nada impide a los líderes políticos europeos y europeístas, sino todo lo contrario, opinar claramente sobre la situación y apoyar con argumentos racionales y bien explicados a los partidos griegos que, para salvar al país, se han desgastado extraordinariamente y pueden estar en capilla de arrostrar una derrota histórica. Me los imagino como el médico que trata de salvar al paciente con todo su saber y no recibe más que insultos de los familiares.
A los griegos hay que explicarles que fuera del euro no hay salida y que el euro no es el culpable de sus males, más bien al revés. Hay que pedirles que comparen los sacrificios actuales con los que arrostrarían si terminan saliendo de la moneda única. Y, ante todo, hay que pedir a Bruselas que les convenza poniendo fin de una vez a la política de austeridad por la austeridad con una política que combine crecimiento y austeridad, como Francia o Italia reclaman.
De lo contrario, pueden estar seguros todos los encargados de introducir problemas en la agenda política nacional española de que dejarán en 2015 de estar en la primera página de los periódicos porque nadie se acordará de ellos ante el tsunami financiero y económico que vendrá desde el Este del Mediterráneo.
Al tiempo.