Ni este es el PSOE de la guerra civil y el exilio, ni Pedro Sánchez tiene el más mínimo parecido intelectual con Felipe González, ni César Luena será nunca -por cien años que viva- lo que Alfonso Guerra ha sido para el socialismo en los últimos 40 años.
Así que aunque el flamante secretario general aspire a seguir la senda de Suresnes, no se atisba en el horizonte cercano o lejano la más mínima coincidencia entre aquella generación que cambió la orientación política e ideológica del PSOE y ésta que hoy se dedica a la construcción de titulares más que a la del pensamiento, al prime time más que al estudio y a la ocurrencia más que al análisis. Y, aunque hasta ahora, la conjura era total para proteger al nuevo secretario general, el tiempo de gracia se agota y los cañones apuntan ya sobre el nuevo huésped de la calle Ferraz.
Tic-Tac-Tic-Tac... Tres, dos, uno... Falta una semana para que expiren los 100 días de bula al secretario general del PSOE y con ellos acabará la contención y el silencio. Los que formaron parte de la intriga y el complot para aupar a un desconocido e inexperto Pedro Sánchez hasta la cuarta planta de la calle Ferraz empiezan a emitir tímidas señales de preocupación. Las que hasta ahora, de momento, callaban a pesar de la insoportable levedad de quien aspira a ser el próximo candidato a la Presidencia del Gobierno. A los que apoyaron su liderazgo les pasa lo mismo que escribió el checo Milán Kundera en busca de la esencia existencial de sus personajes, que creen que "la vida humana acontece sólo una vez y por eso nunca podremos averiguar cuáles de nuestras decisiones fueron correctas y cuáles incorrectas".
No lo admitirán en público jamás, pero más de uno y de dos lamenta ya haber formado parte de la operación política que elevó a Sánchez a las alturas sin antes comprobar si tenía tamaño y volumen suficiente para dirigir un partido con más de 130 años de historia. Pero lo que sí tienen claro a estas alturas es que el número uno no cuaja, que su inconsistencia es preocupante y que aunque dice tener un proyecto para la resurrección del PSOE, sólo lo tiene para sí mismo. Una vez ganado el congreso federal con el voto de los militantes, parece haber superado la fase de secretario general, y sólo le interesa la de candidato. En esto está, aseguran incluso desde la propia dirección federal, donde auguran que el secretario general no permitirá que "nada ni nadie se interponga en su camino para las generales".
No es, sin embargo, el legítimo anhelo de Sánchez por ocupar el cartel electoral de 2015 lo que más inquieta en el socialismo español, sino el desconocimiento profundo de la organización, su obsesión por los medios de comunicación y sobre todo la falta de un proyecto político autónomo con el que recuperar la confianza mayoritaria de los españoles. Cuentan los del Viejo Testamento que Felipe González brama un día sí y otro también contra el secretario general, que no le gustó nada ni el cómo ni el por qué de la expulsión fulminante de Virgilio Zapatero por el caso de las "tarjetas black" de Caja Madrid, que telefoneó a Sánchez para pedirle contención en sus actuaciones y que anda perplejo con la ingravidez de la nueva dirección.
Los ecos que llegan del Sur no soplan en buena dirección tampoco para quien se dijo que sería un secretario general "tutelado" por Susana Díaz. La presidenta de Andalucía, a quien muchos siguen viendo como la única capaz de sacar al PSOE de su agonía, ha respetado escrupulosamente los 100 días de gracia. No asistió al primer Comité Federal de la era Sánchez y tampoco a ninguna reunión de la Ejecutiva, de la que forma parte como presidenta del Consejo Político Federal que, pese a la profunda crisis territorial, la dirección aún no ha convocado. La distancia de la secretaria general del socialismo andaluz con la dirección federal va más allá de los kilómetros que separan Sevilla de Madrid. No le gustó la ocurrencia de los "funerales de Estado para las víctimas de la violencia machista", menos la propuesta -después corregida- de suprimir el Ministerio de Defensa y tampoco la tibieza con la que se abordó inicialmente la crisis del Ébola. La letra de Sánchez empieza a sonarle peor de lo que sonaba desde el inicio la música.
Ayer mismo, en una entrevista concedida a El País, dijo alto y claro al PSC lo que Sánchez aún no se ha atrevido, que no le gusta el federalismo asimétrico y que no comparte que Cataluña se denomine nación. No hay una crítica explícita al secretario general, pero sí un discurso que denota que uno y otro comparten poco más que un carné que lleva las mismas siglas. "Pedro Sánchez tiene una estrategia y yo tengo otra", dijo.
A nadie extraña que la presidenta de Andalucía haya retomado estos días su agenda nacional, que conceda entrevistas y que viaje a Madrid con frecuencia. La próxima semana, tan sólo tres días después de que se cumplan los 100 días del congreso, Díaz aterrizará de nuevo en la capital para participar en un desayuno informativo de formato similar al que hace un año aprovechó con éxito para ocupar un discurso nacional que Rubalcaba había orillado tácticamente para dar oxígeno al PSC en Cataluña. La expectación es máxima, aunque desde Sevilla anuncian que Díaz viene a la capital sólo a desempeñar su rol de presidenta de Andalucía.
Felipe González, Susana Díaz y hasta la cameleónica Carme Chacón parece que está también que trina con la trivialidad de la dirección a la que un día decidió sumarse, pese a haber deslegitimado por escrito el proceso por el que Sánchez salió elegido secretario general. La catalana, que un día va y otro viene, y que nadie sabe muy bien cuáles son nunca sus intenciones, cuenta por ahí que se mueve entre la perplejidad y el sonrojo cada vez que escucha una intervención de Sánchez en la Ejecutiva Federal o en una tribuna pública. No es la única. Varios son los diputados que sopesan abandonar el escaño del Congreso en los próximos meses. Alguno ya ha puesto fecha.
Así que aunque el flamante secretario general aspire a seguir la senda de Suresnes, no se atisba en el horizonte cercano o lejano la más mínima coincidencia entre aquella generación que cambió la orientación política e ideológica del PSOE y ésta que hoy se dedica a la construcción de titulares más que a la del pensamiento, al prime time más que al estudio y a la ocurrencia más que al análisis. Y, aunque hasta ahora, la conjura era total para proteger al nuevo secretario general, el tiempo de gracia se agota y los cañones apuntan ya sobre el nuevo huésped de la calle Ferraz.
Tic-Tac-Tic-Tac... Tres, dos, uno... Falta una semana para que expiren los 100 días de bula al secretario general del PSOE y con ellos acabará la contención y el silencio. Los que formaron parte de la intriga y el complot para aupar a un desconocido e inexperto Pedro Sánchez hasta la cuarta planta de la calle Ferraz empiezan a emitir tímidas señales de preocupación. Las que hasta ahora, de momento, callaban a pesar de la insoportable levedad de quien aspira a ser el próximo candidato a la Presidencia del Gobierno. A los que apoyaron su liderazgo les pasa lo mismo que escribió el checo Milán Kundera en busca de la esencia existencial de sus personajes, que creen que "la vida humana acontece sólo una vez y por eso nunca podremos averiguar cuáles de nuestras decisiones fueron correctas y cuáles incorrectas".
No lo admitirán en público jamás, pero más de uno y de dos lamenta ya haber formado parte de la operación política que elevó a Sánchez a las alturas sin antes comprobar si tenía tamaño y volumen suficiente para dirigir un partido con más de 130 años de historia. Pero lo que sí tienen claro a estas alturas es que el número uno no cuaja, que su inconsistencia es preocupante y que aunque dice tener un proyecto para la resurrección del PSOE, sólo lo tiene para sí mismo. Una vez ganado el congreso federal con el voto de los militantes, parece haber superado la fase de secretario general, y sólo le interesa la de candidato. En esto está, aseguran incluso desde la propia dirección federal, donde auguran que el secretario general no permitirá que "nada ni nadie se interponga en su camino para las generales".
No es, sin embargo, el legítimo anhelo de Sánchez por ocupar el cartel electoral de 2015 lo que más inquieta en el socialismo español, sino el desconocimiento profundo de la organización, su obsesión por los medios de comunicación y sobre todo la falta de un proyecto político autónomo con el que recuperar la confianza mayoritaria de los españoles. Cuentan los del Viejo Testamento que Felipe González brama un día sí y otro también contra el secretario general, que no le gustó nada ni el cómo ni el por qué de la expulsión fulminante de Virgilio Zapatero por el caso de las "tarjetas black" de Caja Madrid, que telefoneó a Sánchez para pedirle contención en sus actuaciones y que anda perplejo con la ingravidez de la nueva dirección.
Los ecos que llegan del Sur no soplan en buena dirección tampoco para quien se dijo que sería un secretario general "tutelado" por Susana Díaz. La presidenta de Andalucía, a quien muchos siguen viendo como la única capaz de sacar al PSOE de su agonía, ha respetado escrupulosamente los 100 días de gracia. No asistió al primer Comité Federal de la era Sánchez y tampoco a ninguna reunión de la Ejecutiva, de la que forma parte como presidenta del Consejo Político Federal que, pese a la profunda crisis territorial, la dirección aún no ha convocado. La distancia de la secretaria general del socialismo andaluz con la dirección federal va más allá de los kilómetros que separan Sevilla de Madrid. No le gustó la ocurrencia de los "funerales de Estado para las víctimas de la violencia machista", menos la propuesta -después corregida- de suprimir el Ministerio de Defensa y tampoco la tibieza con la que se abordó inicialmente la crisis del Ébola. La letra de Sánchez empieza a sonarle peor de lo que sonaba desde el inicio la música.
Ayer mismo, en una entrevista concedida a El País, dijo alto y claro al PSC lo que Sánchez aún no se ha atrevido, que no le gusta el federalismo asimétrico y que no comparte que Cataluña se denomine nación. No hay una crítica explícita al secretario general, pero sí un discurso que denota que uno y otro comparten poco más que un carné que lleva las mismas siglas. "Pedro Sánchez tiene una estrategia y yo tengo otra", dijo.
A nadie extraña que la presidenta de Andalucía haya retomado estos días su agenda nacional, que conceda entrevistas y que viaje a Madrid con frecuencia. La próxima semana, tan sólo tres días después de que se cumplan los 100 días del congreso, Díaz aterrizará de nuevo en la capital para participar en un desayuno informativo de formato similar al que hace un año aprovechó con éxito para ocupar un discurso nacional que Rubalcaba había orillado tácticamente para dar oxígeno al PSC en Cataluña. La expectación es máxima, aunque desde Sevilla anuncian que Díaz viene a la capital sólo a desempeñar su rol de presidenta de Andalucía.
Felipe González, Susana Díaz y hasta la cameleónica Carme Chacón parece que está también que trina con la trivialidad de la dirección a la que un día decidió sumarse, pese a haber deslegitimado por escrito el proceso por el que Sánchez salió elegido secretario general. La catalana, que un día va y otro viene, y que nadie sabe muy bien cuáles son nunca sus intenciones, cuenta por ahí que se mueve entre la perplejidad y el sonrojo cada vez que escucha una intervención de Sánchez en la Ejecutiva Federal o en una tribuna pública. No es la única. Varios son los diputados que sopesan abandonar el escaño del Congreso en los próximos meses. Alguno ya ha puesto fecha.