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Un Gobierno sueco en Bélgica

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Al llegar la semana pasada a Bruselas en un madrugador tren de París, la radio del taxi me sacó de mi adormecimiento. El locutor hablaba de la conclusión de las negociaciones para formar un Gobierno sueco en Bélgica. Aunque mis años de vivir en Bruselas en una casa vecina a la de Magritte me habían acostumbrado a noticias surrealistas en el campo político, ésta me superaba.

Le pregunté al taxista si había oído bien. La respuesta fue que se trataba del nuevo Gobierno entre los azules liberales valones y los amarillos nacionalistas flamencos, que son precisamente los colores de la bandera sueca. Costumbre ésta la de denominar a los Gobiernos por combinaciones de colores muy extendida en el centro y norte de Europa.

El cambio es de calado en relación con la tradicional coalición entre democristianos, socialistas y liberales reconducida desde 1999 con diversas dosificaciones. La novedad es la salida de los socialistas y la entrada de los nacionalistas flamencos, convertidos en primer partido del país.

Con 11 millones de habitantes, Bélgica es una Monarquía federal en la que siete parlamentos -el federal, tres regionales y tres de las comunidades lingüísticas deben votar los tratados europeos antes de que el Gobierno federal pueda promulgarlos de manera oficial. En la Cámara de Representantes, formada por 150 diputados, hay 12 grupos parlamentarios, dado que las fuerzas políticas se dividen siguiendo los dos grupos lingüísticos neerlandés y francés.

Más aún: es un país capaz de compatibilizar la crisis de gobierno más larga de Europa -547 días para formar el Gobierno Di Rupo -con el desempeño de una impecable presidencia del Consejo Europeo en 2010. Los líderes belgas se encuentran tan a gusto gobernando la UE como incómodos al tratar sus temas domésticos. No en vano, Bruselas es a la vez la capital de Bélgica y de la Unión. Uno de los logros del discreto presidente Van Rompuy como presidente del Consejo Europeo ha sido conseguir que los 28 líderes de la UE se reúnan mensualmente, más que algunos con sus respectivos Gobiernos.

En esta ocasión, el plazo para formar la coalición ha sido más breve, solo 135 días. La formula ha sido elegir primer ministro al joven Charles Michel, liberal apoyado por sólo un cuarto de los electos francófonos en el Parlamento gracias a su alianza con una mayoritaria y heterogénea coalición flamenca de nacionalistas, liberales y democratacristianos. Tras haber sido excluido de los gobiernos de Bruselas y Valonia por los socialistas y democratacristianos francófonos, Michel había declarado solemnemente que era imposible gobernar con los nacionalistas del NVA flamenco, "un partido que defiende en su programa básico la desaparición del país".

Ahora, el líder del NVA, Bart de Wever, tras renunciar al puesto de primer ministro que le correspondía como primera fuerza por los resultados electorales, ha calificado al Gobierno Michel como el de "sus sueños", por representar una línea liberal-conservadora y excluir a los socialistas. El hecho de definirse como republicano y separatista en su programa básico no ha sido obstáculo para jurar fidelidad a la Constitución, ante el rey, y quedarse con las carteras de Interior, Finanzas y Defensa, las tradicionales de la soberanía nacional. Su programa: jubilación progresiva a los 67 años, contención salarial, reducción de cargas a las empresas y bajada del endeudamiento con significativos recortes sociales y administrativos. Por eso, se ha calificado a este Gobierno como kamikaze.

De momento, este es el cambio en el país capital de Europa y probablemente el más complejo políticamente de la Unión. No es exagerado afirmar que hace honor a ser la patria de Brueghel y Magritte...

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