Sol, tumbonas, flotadores, crema solar, cuerpos machacados en el gimnasio, alcohol (de todo tipo: cerveza, espirituosos, licores). Pero también droga, rayas de cocaína esnifadas en el escenario, espumosa lujuria y borrachera. Exceso. Esa es la escena en la que se desarrolla L'elisir d'amore, de Gaetano Donizetti, una de las óperas habituales en los rankings de las más famosas y agradecidas y que este lunes se estrenó en el Teatro Real de Madrid.
La ópera es conocida por los amantes del género y su aria más famosa, Una furtiva lágrima, ha traspasado la barrera hasta lograr hueco en la cultura popular. Por ese motivo, el director de escena, Damiano Michieletto, quiso refrescar la mirada sobre la obra, escrita en tres semanas de 1832 y ambientada en un pequeño pueblo del País Vasco francés. Partió de una experiencia personal, según reconoció el propio Michieletto, y acabó convirtiéndose en la playa mediterránea donde dos hombres, un impetuoso sargento llamado Belcore y un chico humilde (Nemorino), compiten con los amores de Adina, que regenta un bar. Un embustero Dulcamara, reconvertido en camello, reparte droga animando el ambiente.
El resultado es el pretendido: una obra macarra, burlona, muy fresca y veraniega en un gélido Madrid. Más cálida aún por comparación, ya que los dos títulos que pasaron antes por el Real, The Indian Queen y La Conquista de Mexico, eran mucho más exigentes con el espectador, algo que buscaba desde la dirección del teatro Gerard Mortier y que en parte le costó el puesto.
L'elisir de Michieletto estira el sol y playa de España, el chapoteo apelotonado en el caldo mediterráneo, el culto al cuerpo, la seducción de la droga, la resaca de la fiesta. Es probablemente el tipo de diversión del que no disfruta a menudo el grueso del público del Real, que en los saludos finales mezcló aplausos y abucheos al director de escena. Es también una reflexión higiénica para un auditorio quizás poco acostumbrado. Incluso aunque la exuberancia escénica se arriesgue a convertir la caricatura de la fiesta made in Spain en una apoteosis de chonis y poligoneros.
Este elisir, una coproducción con el Palau de las Arts de Valencia, donde se estrenó en 2011, no da ni un minuto de tregua al espectador. En sí mismo eso es un arma de doble filo, ya que deja la factura musical de Marc Piollet en un segundo plano. La Furtiva lágrima de Celso Albelo fue aplaudida pero discreta. Erwin Schrott, bajo barítono que encarna al camello Dulcamara, aunó tanto comicidad como solvencia vocal, y por eso fue el más aplaudido. También brilló por momentos la soprano georgiana Nino Machaidze, que interpretaba a Adina, sobre todo en el más propicio segundo acto.
La escena transcurría en una playa y tanto el socorrista como las tumbonas miraban hacia el mar de espectadores que, más a menudo que de costumbre, sonreían.
(L'elisir d'amore, de Gaetano Donizetti, se estrenó el lunes 2 de diciembre y se representa en el Teatro Real de Madrid hasta el 20 de diciembre con tres repartos)
La ópera es conocida por los amantes del género y su aria más famosa, Una furtiva lágrima, ha traspasado la barrera hasta lograr hueco en la cultura popular. Por ese motivo, el director de escena, Damiano Michieletto, quiso refrescar la mirada sobre la obra, escrita en tres semanas de 1832 y ambientada en un pequeño pueblo del País Vasco francés. Partió de una experiencia personal, según reconoció el propio Michieletto, y acabó convirtiéndose en la playa mediterránea donde dos hombres, un impetuoso sargento llamado Belcore y un chico humilde (Nemorino), compiten con los amores de Adina, que regenta un bar. Un embustero Dulcamara, reconvertido en camello, reparte droga animando el ambiente.
El resultado es el pretendido: una obra macarra, burlona, muy fresca y veraniega en un gélido Madrid. Más cálida aún por comparación, ya que los dos títulos que pasaron antes por el Real, The Indian Queen y La Conquista de Mexico, eran mucho más exigentes con el espectador, algo que buscaba desde la dirección del teatro Gerard Mortier y que en parte le costó el puesto.
L'elisir de Michieletto estira el sol y playa de España, el chapoteo apelotonado en el caldo mediterráneo, el culto al cuerpo, la seducción de la droga, la resaca de la fiesta. Es probablemente el tipo de diversión del que no disfruta a menudo el grueso del público del Real, que en los saludos finales mezcló aplausos y abucheos al director de escena. Es también una reflexión higiénica para un auditorio quizás poco acostumbrado. Incluso aunque la exuberancia escénica se arriesgue a convertir la caricatura de la fiesta made in Spain en una apoteosis de chonis y poligoneros.
Este elisir, una coproducción con el Palau de las Arts de Valencia, donde se estrenó en 2011, no da ni un minuto de tregua al espectador. En sí mismo eso es un arma de doble filo, ya que deja la factura musical de Marc Piollet en un segundo plano. La Furtiva lágrima de Celso Albelo fue aplaudida pero discreta. Erwin Schrott, bajo barítono que encarna al camello Dulcamara, aunó tanto comicidad como solvencia vocal, y por eso fue el más aplaudido. También brilló por momentos la soprano georgiana Nino Machaidze, que interpretaba a Adina, sobre todo en el más propicio segundo acto.
La escena transcurría en una playa y tanto el socorrista como las tumbonas miraban hacia el mar de espectadores que, más a menudo que de costumbre, sonreían.
(L'elisir d'amore, de Gaetano Donizetti, se estrenó el lunes 2 de diciembre y se representa en el Teatro Real de Madrid hasta el 20 de diciembre con tres repartos)