Esta semana me he acordado de un profesor de Economía que tuve en mi querida Universidad Autónoma. Un día dijo solemne desde el estrado: "Si no hubiera subsidio de desempleo, terminaríamos con el paro: cuando la gente empieza a pasar hambre, se pone a trabajar enseguida". Como si la gente no quisiera tener un trabajo, pero ante todo ignorando la dignidad que asiste a cualquier persona por el hecho de serlo. La combinación de tiza, economía y poco seso puede ser explosiva.
El Gobierno del Reino Unido acaba de anunciar que no participará más en misiones de búsqueda y rescate de inmigrantes en el Mediterráneo. Según su ministra de Interior, Theresa May, salvando a quienes se van a ahogar se anima a otros a que intenten una idéntica travesía. Es un efecto llamada "indeseado", admite May. El asunto es bastante repugnante, porque afecta a miles de personas que cada año pierden su vida tratando de cruzar el Mediterráneo. El mensaje para los familiares y amigos de los futuros ahogados es claro: no traten de alcanzar nuestra costa: les dejaremos morir si es necesario.
¿No es acaso evidente que lo que empuja a quienes se lanzan al mar no es la perspectiva de ser rescatados por un barco sino más bien la desesperación del hambre, las guerras y la falta de libertad? No hace falta ser un genio para percatarse del grado de desesperación de quien abandona su casa y emprende un viaje incierto y arriesgado para su propia vida y la de su familia. Viajes en las situaciones más precarias que llegan a costar hasta 8.000 euros. A nadie le gusta lanzarse de manera precaria al mar, como tampoco le gusta a nadie no tener trabajo y tener que recurrir a un subsidio para vivir con dignidad.
Cuando la política deja a un lado el sentido de humanidad más elemental y se inclina por una senda de cálculos y resultados pragmáticos, es verdaderamente preocupante. Sobre todo si esto sucede además en una democracia, cuyo respeto de los derechos humanos debe ser nuclear.
¿Qué ha sido del país moderno, abierto y genuinamente liberal que ha sido siempre el Reino Unido? El país se desliza por una senda populista bastante inquietante. La directora de Amnistía Internacional en el Reino Unido, Kate Allen, asegura que las operaciones de salvamento no constituyen un efecto llamada y ha manifestado indignada: "Hoy es un día muy oscuro para la reputación moral del Reino Unido".
Los populistas no ganan el día en que vencen las elecciones. Lo hacen mucho antes, cuando logran marcar la agenda del resto de partidos que, atemorizados, comienzan a abandonar sus valores más sólidos y se deslizan por la senda del discurso grueso y fácil. El Partido por la Independencia del Reino Unido, liderado por Nigel Farage, le está comiendo el espacio al partido conservador (y, en menor medida, también al laborista). Sus postulados nacionalistas y xenófobos marcan cada vez más la agenda del Reino Unido y se está produciendo un goteo de diputados conservadores que se están pasando al partido de Farage.
Volviendo a la indecente decisión británica de abandonar a los inmigrantes a su suerte, ésta se tomó en la última reunión del Consejo de Justicia e Interior de la UE, cuando los 28 decidieron concluir la misión Mare Nostrum, liderada por Italia, y que ha salvado la vida de miles de inmigrantes en el último año. La misión será sustituida por otra llamada Tritón, de menor alcance y limitada a una distancia máxima de 30 millas de las costas italianas. Parece que la misión no contempla la tarea de "búsqueda y salvamento", pero de momento la marina italiana continúa realizando esa tarea.
El problema no es italiano, sino genuinamente europeo. Y vivimos un año de terribles récords. Han muerto o desaparecido en las aguas del Mediterráneo más de 2500 personas. En los primeros nueve meses de este año 160000 han llegado a Europa, más del doble que en el otro año récord de 2011. Más de 90000 personas han sido rescatadas en el mar por parte de la marina italiana. Las guerras, la crisis y el desorden en Oriente Medio y el Norte de África son el caldo de cultivo idóneo para esta gran diáspora.
Abraham Russon, un inmigrante afortunado -por el hecho de haber sobrevivido a su gran travesía, que incluyó el hundimiento de su barco y la muerte de 366 de sus pasajeros - relata en este excelente reportaje de The Guardian algunos detalles:
Les llamamos inmigrantes, como si esa circunstancia pudiera explicar otras muchas variables dramáticas que les han empujado a nuestro continente. Cada historia de cada uno de esos hombres y mujeres es única. Ya sean sirios, iraquíes, afganos, libios o eritreos, todos esconden pesadillas y, sobre todo, el sueño legítimo de una vida más digna. ¿No haríamos nosotros lo mismo?
El Gobierno del Reino Unido acaba de anunciar que no participará más en misiones de búsqueda y rescate de inmigrantes en el Mediterráneo. Según su ministra de Interior, Theresa May, salvando a quienes se van a ahogar se anima a otros a que intenten una idéntica travesía. Es un efecto llamada "indeseado", admite May. El asunto es bastante repugnante, porque afecta a miles de personas que cada año pierden su vida tratando de cruzar el Mediterráneo. El mensaje para los familiares y amigos de los futuros ahogados es claro: no traten de alcanzar nuestra costa: les dejaremos morir si es necesario.
¿No es acaso evidente que lo que empuja a quienes se lanzan al mar no es la perspectiva de ser rescatados por un barco sino más bien la desesperación del hambre, las guerras y la falta de libertad? No hace falta ser un genio para percatarse del grado de desesperación de quien abandona su casa y emprende un viaje incierto y arriesgado para su propia vida y la de su familia. Viajes en las situaciones más precarias que llegan a costar hasta 8.000 euros. A nadie le gusta lanzarse de manera precaria al mar, como tampoco le gusta a nadie no tener trabajo y tener que recurrir a un subsidio para vivir con dignidad.
Cuando la política deja a un lado el sentido de humanidad más elemental y se inclina por una senda de cálculos y resultados pragmáticos, es verdaderamente preocupante. Sobre todo si esto sucede además en una democracia, cuyo respeto de los derechos humanos debe ser nuclear.
¿Qué ha sido del país moderno, abierto y genuinamente liberal que ha sido siempre el Reino Unido? El país se desliza por una senda populista bastante inquietante. La directora de Amnistía Internacional en el Reino Unido, Kate Allen, asegura que las operaciones de salvamento no constituyen un efecto llamada y ha manifestado indignada: "Hoy es un día muy oscuro para la reputación moral del Reino Unido".
Los populistas no ganan el día en que vencen las elecciones. Lo hacen mucho antes, cuando logran marcar la agenda del resto de partidos que, atemorizados, comienzan a abandonar sus valores más sólidos y se deslizan por la senda del discurso grueso y fácil. El Partido por la Independencia del Reino Unido, liderado por Nigel Farage, le está comiendo el espacio al partido conservador (y, en menor medida, también al laborista). Sus postulados nacionalistas y xenófobos marcan cada vez más la agenda del Reino Unido y se está produciendo un goteo de diputados conservadores que se están pasando al partido de Farage.
Volviendo a la indecente decisión británica de abandonar a los inmigrantes a su suerte, ésta se tomó en la última reunión del Consejo de Justicia e Interior de la UE, cuando los 28 decidieron concluir la misión Mare Nostrum, liderada por Italia, y que ha salvado la vida de miles de inmigrantes en el último año. La misión será sustituida por otra llamada Tritón, de menor alcance y limitada a una distancia máxima de 30 millas de las costas italianas. Parece que la misión no contempla la tarea de "búsqueda y salvamento", pero de momento la marina italiana continúa realizando esa tarea.
El problema no es italiano, sino genuinamente europeo. Y vivimos un año de terribles récords. Han muerto o desaparecido en las aguas del Mediterráneo más de 2500 personas. En los primeros nueve meses de este año 160000 han llegado a Europa, más del doble que en el otro año récord de 2011. Más de 90000 personas han sido rescatadas en el mar por parte de la marina italiana. Las guerras, la crisis y el desorden en Oriente Medio y el Norte de África son el caldo de cultivo idóneo para esta gran diáspora.
Abraham Russon, un inmigrante afortunado -por el hecho de haber sobrevivido a su gran travesía, que incluyó el hundimiento de su barco y la muerte de 366 de sus pasajeros - relata en este excelente reportaje de The Guardian algunos detalles:
"Crucé el desierto a pie. Estuve cuatro días en Jartum. Dos meses en Libia. Dos meses en la isla italiana de Lampedusa. En Roma, escapé. Y nadie me detuvo, gracias a Dios. Llegué a Frankfurt en tren, después tomé un autobús a Estocolmo, donde solicité asilo político".
Les llamamos inmigrantes, como si esa circunstancia pudiera explicar otras muchas variables dramáticas que les han empujado a nuestro continente. Cada historia de cada uno de esos hombres y mujeres es única. Ya sean sirios, iraquíes, afganos, libios o eritreos, todos esconden pesadillas y, sobre todo, el sueño legítimo de una vida más digna. ¿No haríamos nosotros lo mismo?