Los ardides que se emplean para tener razón son variados y pueden identificarse claramente
Arthur Schopenhauer, El arte de tener razón
Dicen que lo que más odiamos de los demás es aquello que no soportamos de nosotros mismos. Tal vez sea porque de pequeño yo siempre quise tener razón en todo, ahora me cuesta horrores tener que escuchar a aquellos que pretenden, ya der adultos, tener siempre razón y no equivocarse nunca.
Veamos el caso de Caradura, seguro que les recordará a alguien.
La increíble historia del señor Caradura
Hubo dos frases que marcaron, ya a la tierna edad de cuatro años y para siempre, la vida del señor Caradura. La primera, la pronunció su tío, el señor Novaconmigo, el día en que su mujer le pilló con otra en la cama: "No me preguntes, yo no sé nada". La segunda frase corrió a cargo de la mujer de la limpieza, la señora Gerauchteschinkenwurst, una austriaca asmática y empedernida fumadora, cuando Caradura le pidió que dejara de echarle el humo a la cara: "lo que no mata engorda" (casualmente, Gerauchteschinkenwurst pesaba 120 Kg). Aquel día, Caradura decidió tres cosas. Una, que siempre iba a tener razón en todo. Dos, que respondería "no me consta" cada vez que se enfrentara a una pregunta incómoda y tres, que a partir del lunes empezaría a echar cianuro potásico en la bebida de la señora Gerauchteschinkenwurst.
Caradura aprendió a embaucar a los demás, no responder a preguntas incómodas y a rodearse de personas influyentes, convirtiéndose así en "un hombre de éxito"
Y la verdad es que estas decisiones le fueron cambiando, poco a poco, la vida a Caradura. Para empezar, sus pulmones se desencharcaron de nicotina. Consiguió, además, rodearse de políticos y banqueros, así como de abogados, tertulianos de la tele, agentes de bolsa y vendedores de cianuro al por mayor. Gracias a algunos de ellos, pudo refinar, e incluso aprender, nuevas técnicas para embaucar a los demás, echar la culpa a terceros y a colarse en las fiestas más exclusivas sin conocer a nadie. Todo esto le permitió a Caradura acabar convirtiéndose en un hombre de éxito. A los veinte años ya conocía a tanta gente de éxito y disponía de tanto tiempo libre que se permitía excursiones de fin de semana a la naturaleza, con bolsas de basura repletas de billetes que depositaba en un pequeño paraíso fiscal, oculto en las montañas.
Sin embargo, por causas del destino, el señor Caradura fue acusado, a la edad de cincuenta y cinco años, de doscientos veinticinco delitos. El mismo Caradura los resumía así para la televisión pública (naturalmente, en horario de máxima audiencia): delitos contra la hacienda pública, uso privado de tarjetas de crédito de nosequé color, apropiación indebida de tres hospitales públicos que trataban nosequé enfermedades exóticas, de atropellar con el coche a nosecuáles miembros de la policía municipal y de matar durante un safari a nosequé animal de orejas largas. ¡Qué raro que nadie me pregunte por la señora Gerauchteschinkenwurst!. Fin de la retransmisión.
Schopenhauer y el arte de tener razón
Y es que, los treinta y ocho estratagemas que Arthur Schopenhauer presentaba en su libro El arte de tener razón, parecen funcionar de maravilla en nuestra sociedad: hacer creer a los demás que uno tiene razón puede resultar tanto a más efectivo que realmente tenerla.
El arte de tener razón, no debería, sin embargo, tener demasiado éxito en el mundo de la ciencia, ya que ésta se fundamenta en un método que, básicamente, trata de encontrar la verdad (conocimiento), sin tener necesariamente que darle la razón a nadie. El problema es que la verdad sobre un asunto puede ser algo que puede llevar mucho, mucho tiempo en ser descifrada, incluso para la ciencia.
La guerra de los agujeros negros
La mayoría de ustedes probablemente hayan oído hablar de Stephen Hawking. El físico británico no es solo una eminencia en Física, sino también una figura muy popular por padecer una enfermedad neurodegenerativa que le postró, hace ya muchos años, en una silla de ruedas. Pues bien, La guerra de los agujeros negros es el título del libro que Leonard Susskind, otro eminente físico, escribió en 2009 y que relata, entre otras cosas, la disputa intelectual entre él y Stephen Hawking. La discusión empezó en 1981 cuando Hawking afirmó que "la información se pierde cuando se evapora un agujero negro". Esto, que se conoce como la paradoja de la información, propició a una acérrima discusión entre los dos personajes que duró más de veinte años. En el siguiente vídeo pueden ver cómo terminó el asunto.
El valor de equivocarse y el traslado a un agujero negro
Si resumimos las tres historias de hoy, veremos que nuestros protagonistas decidieron acabar las cosas de maneras muy distintas. Según la autora María Dubón, Schopenhauer se arrepintió, en su vejez, de haber relatado a la humanidad las bases para ganar, con métodos no demasiado limpios, cualquier discusión. También en el caso de la disputa entre Hawking y Susskind sobre los agujeros negros, los dos científicos acabaron aparcando sus diferencias en busca de la verdad, según la reseña de Fernando Leblic González. Hawking reconoció en 2004 que se había equivocado.
Hoy en día sabemos que, ni siquiera los agujeros negros pueden hacer desaparacer tanta porquería
El único que, hasta la fecha, no ha reconocido pecado alguno ha sido el señor Caradura. Éste sigue manteniendo que él no sabe nada de nada de los delitos, que todo el embrollo se debe a una conspiración maligna y necia contra él, y que va a luchar hasta el final para limpiar su nombre. Por suerte para Caradura, su caso está aún pendiente de juicio, ya que el país en el que vive ha tenido que despedir a todos sus jueces por falta de fondos públicos. Por si las moscas, Caradura ya ha dicho que prefiriría ir a una cárcel cerca de un agujero negro, no vaya a ser que la información desaparezca de verdad y pueda salir libre por falta de pruebas.
Por suerte, gracias a la ciencia y a personas que sí reconocen sus errores, hoy en día sabemos que, ni siquiera los agujeros negros, pueden hacer desaparacer tanta porquería.
Notas: Mis más sinceros agradecimientos, una vez más, para Ignasi Cusí por su fabulosa ilustración. Gracias también a Aleix Ruiz Falqués por los comentarios y correcciones. Si te gustan mis artículos, puedes seguirme en Facebook.