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¿Dónde se sienten las emociones?

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Cordillera de los Pirineos (España). Foto: JJ/MI.



Normalmente se habla de las emociones, se sufren o disfrutan, pero la mayoría apenas las siente conscientemente.

Es habitual que las personas no sepan describir dónde sienten o cómo son las diferentes emociones, emociones como la tristeza, la ira, el miedo, la angustia o la alegría. Se suele decir que se sienten «en el corazón», o «en el alma»; esto en realidad son convencionalismos, respuestas aprendidas. Sin embargo, las emociones, y también los sentimientos, se sienten en el cuerpo, en diferentes partes del cuerpo, no se piensan, y si se piensan son pensamientos, no emociones ni sentimientos.

Lo que sentimos, es decir, las sensaciones y emociones, son una parte fundamental de cualquier experiencia, y también de los conflictos. Y no podremos solucionar los conflictos sin aprender a afrontar las sensaciones y emociones que llevan asociados. La mayoría de las estrategias que se suelen utilizar para solucionar el malestar, incluidas muchas terapias psicológicas, prescinden de lo que la persona siente, o bien tratan de controlar lo que siente, utilizando como únicas herramientas el pensamiento y la acción, (por ejemplo el pensamiento positivo...). Otras veces se fomenta la liberación o descarga de la energía emocional, que aunque puede producir un cierto alivio, no soluciona la verdadera causa de la tensión emocional, por lo que ésta volverá a manifestarse. Estas formas de abordar las emociones no pueden funcionar a largo plazo, pues carecen de la comprensión necesaria de las causas emocionales del problema.

Hay que sentir, no pensar

Para explorar y redescubrir las emociones hay que sentir, no pensar sobre lo que se siente. Así, tampoco es necesario saber intelectualmente qué es una emoción para poder sentirla; incluso dos personas pueden llamar de la misma manera a emociones diferentes. Esto ocurre muy habitualmente con los síntomas de la ansiedad.

Para simplificar podemos llamar a la unidad de medida de todo lo que se siente sensación. Observando las diferentes sensaciones que sentimos en el cuerpo, por ejemplo las sensaciones físicas (picor, calor, frío, dolor, presión, transpiración, movimiento, hormigueo...), podemos empezar a explorar el mundo del sentir. Tampoco es necesario nombrar estas sensaciones como picor, calor, etc., sólo prestar atención y sentirlas, explorarlas, y emplear las palabras solamente cuando queramos explicarle a alguien lo que hemos sentido. En términos generales, sentir conscientemente algo agradable aumenta el bienestar y evita la euforia, y su consecuente abatimiento. Sentir conscientemente algo desagradable ayuda a perder el temor a sufrir, aumenta la capacidad de afrontar la vida y la estabilidad emocional.

Prestando atención a las sensaciones, no imaginadas mentalmente sino sensaciones reales que sentimos en el cuerpo, podemos despertar de nuevo la capacidad de sentir, herramienta fundamental para abordar la parte emocional y comprender los condicionamientos de nuestra mente, origen del sufrimiento y base de nuestro comportamiento.

Explorar las sensaciones

Si se quiere zambullir en la exploración de las sensaciones y emociones, le ayudará comprender que al observar las sensaciones corporales (que están ahí de todos modos aunque no les prestemos atención, por ejemplo pruebe a observar lo que siente en este momento en la planta del pie), suele ocurrir que las sensaciones que se exploran parecen agrandarse e intensificarse. Lógicamente no es posible ni razonable pensar que prestar atención a las sensaciones que acontecen en el cuerpo nos pueda perjudicar. Si al explorar surge algún temor, que al principio es habitual, se puede prestar atención y descubrir las sensaciones de miedo y, de este modo, perder el miedo al miedo.

Por otro lado, el objetivo no es conseguir que desaparezcan las sensaciones ni que permanezcan, sino explorarlas, perder el miedo a sentir y aprender de ello. Sin embargo, ayuda entender que por mucho que aumente una sensación, ésta tiene un límite de intensidad y tiempo de permanencia; tarde o temprano deja de aumentar su intensidad, y tarde o temprano cambiará o desaparecerá.

Y lo más importante, se puede sentir cualquier sensación sin sufrir, incluido el dolor físico, aprendiendo a no permitir que los viejos patrones del pensamiento intervengan, y experimentando como si fuera la primera vez, conscientemente. Si no se consigue enseguida, tómese su tiempo, el hábito de rechazar las sensaciones desagradables es muy fuerte y antiguo, la clave del éxito está en no desanimarse.

Ser consciente

Explorando el campo del sentir, descubrimos unas sensaciones más «físicas» (frío, calor, presión, dolor...), y otras más sutiles o indefinidas (una presión en el pecho, un peso en los hombros, flojera en las piernas...). Unas estarán más localizadas en un punto y otras pueden ser cambiantes o recorrer el cuerpo; más a flor de piel o más internas, etc. Diferentes grupos de sensaciones en diferentes partes del cuerpo suponen, por ejemplo, las diferentes respuestas emocionales que una persona emite en una circunstancia concreta.

Estas sensaciones corporales, como expresión de las emociones, tienen una relación muy estrecha con los pensamientos. Un pensamiento sobre algo desagradable llevará aparejadas sensaciones que nos resultarán desagradables; y a la inversa, sensaciones desagradables propiciarán, a menos que se les preste atención, pensamientos desagradables. La solución al malestar, sin embargo, no puede ser pensar sólo cosas agradables para sentir cosas agradables, igual que la solución a una lesión en la mano derecha no puede ser retirar la atención de ella y utilizar sólo la mano izquierda. La solución es prestar atención, aprender a explorar sin rechazar lo que se siente, empezar a ser consciente. Y cuando uno es consciente de lo que siente, cuando es capaz de explorar lo que le ocurre sin rechazo, comienza a descubrir y entender profundamente las causas del malestar y, con ello, a solucionarlo.

Cuando uno comprende sus conflictos, entonces también puede entender mejor a los demás, sin acritud, con afecto.

En el próximo artículo hablaremos sobre el pensamiento.

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