Las encuestas tienen algún parecido con los fuegos artificiales. Igual que los castillos que rematan las celebraciones, los sondeos se preparan con cuidado, se programan con precisión y cuando se elevan, iluminan por un corto espacio de tiempo antes de desvanecerse convertidos en humo.
En cualquier caso, los sondeos tienen una demostrada capacidad para orientar. Es una cualidad que comparten con los faros y las bengalas de auxilio. Los primeros evitan accidentes y las segundas ayudan a señalar un problema. Para hartazgo general, ambos -accidentes y problemas- abundan en la actualidad política.
Acabamos de conocer los resultados del último estudio del CIS sobre intención de voto. A estas alturas, casi todo se ha dicho ya sobre un sondeo largamente prologado al que hay que dar la importancia que tiene. No conviene cerrar los ojos ante sus resultados por arrogancia, miedo, o inercia. Pero todos conocemos también el peligro del deslumbramiento, el riesgo de la desorientación momentánea que la mayoría hemos sentido en carretera al cruzarnos con unas luces que nos asaltan desde el carril contrario. Y todos sabemos también cuál es la peor reacción en ese caso: un volantazo violento. La brusquedad es mala compañía en cualquier viaje, aún más en política; siempre es mejor adecuar la velocidad al tiempo y las circunstancias y sujetar el volante con fuerza. Eso hacemos los socialistas.
Decimos con frecuencia que el PSOE es el partido que más se parece a España en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad. Al PSOE, que es sociedad, gente comprometida, le pasa lo mismo que a la sociedad en su conjunto: ahora que la situación general es mala o muy mala -por ceñirme al lenguaje de las encuestas- el PSOE también se encuentra con dificultades. Negar lo evidente nunca ha solucionado ningún problema. ¿Dificultades? Sí. ¿Irresolubles? En absoluto. Queda tiempo para las elecciones y las corrientes de voto no viajan a velocidades supersónicas, como algunos creen.
Prudencia, por tanto. Los ciudadanos no cambian de voto con tanta rapidez como suben los fuegos artificiales y el PSOE acaba de cumplir 100 días -sólo cien días- desde que Pedro Sánchez fue elegido secretario general con el voto directo de los militantes. Tiempo al tiempo. Aprovechemos el que tenemos por delante, porque no sobra. ¿Será suficiente? Es el que hay.
La pregunta lógica es si los socialistas seremos capaces de revertir la situación que reflejan las encuestas. La respuesta es sí. Y no se basa en simple voluntarismo, en una cuestión de fe o en una tirada de ese tarot político que es a veces la opinión publicada. Sé que es así porque puedo escribir esta afirmación en tiempo presente, no en futuro condicional. La respuesta es afirmativa porque el PSOE ya ha comenzado a hacerlo. Estamos trabajando como nadie para recuperar la confianza de una amplia mayoría social que necesita esperanza y seguridad. Hacemos al tiempo que proponemos. El abrigo, el cambio seguro que reclama la sociedad sólo lo puede ofrecer el PSOE, no un PP anegado por la corrupción, ni tampoco el oportunismo y los equilibrios verbales sobre el vacío y el alambre.
Ni el voto cambia a la velocidad con la que suben los cohetes en las fiestas ni cien días son suficientes para sofocar el legítimo enfado y la decepción justificada de un país que no se reconoce en el espejo.
Pero la realidad confirma nuestras expectativas. El PSOE no necesita largos años, sino el trabajo intenso y sin descanso de los próximos meses para seguir haciendo cambios que mejoren nuestro partido y reconstruyan nuestro país y la sombría percepción que tienen de él quienes lo habitan y construyen. Nos importa y nos ocupa nuestra situación, pero nos preocupa mucho más la situación social y política del país que compartimos. Por eso trabajamos cada día como si fuera el último, para que la gente recupere la ilusión perdida y las ganas vencidas. Trabajamos por la credibilidad y la limpieza de la política con hechos, no con palabras.
En cualquier caso, los sondeos tienen una demostrada capacidad para orientar. Es una cualidad que comparten con los faros y las bengalas de auxilio. Los primeros evitan accidentes y las segundas ayudan a señalar un problema. Para hartazgo general, ambos -accidentes y problemas- abundan en la actualidad política.
Acabamos de conocer los resultados del último estudio del CIS sobre intención de voto. A estas alturas, casi todo se ha dicho ya sobre un sondeo largamente prologado al que hay que dar la importancia que tiene. No conviene cerrar los ojos ante sus resultados por arrogancia, miedo, o inercia. Pero todos conocemos también el peligro del deslumbramiento, el riesgo de la desorientación momentánea que la mayoría hemos sentido en carretera al cruzarnos con unas luces que nos asaltan desde el carril contrario. Y todos sabemos también cuál es la peor reacción en ese caso: un volantazo violento. La brusquedad es mala compañía en cualquier viaje, aún más en política; siempre es mejor adecuar la velocidad al tiempo y las circunstancias y sujetar el volante con fuerza. Eso hacemos los socialistas.
Decimos con frecuencia que el PSOE es el partido que más se parece a España en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad. Al PSOE, que es sociedad, gente comprometida, le pasa lo mismo que a la sociedad en su conjunto: ahora que la situación general es mala o muy mala -por ceñirme al lenguaje de las encuestas- el PSOE también se encuentra con dificultades. Negar lo evidente nunca ha solucionado ningún problema. ¿Dificultades? Sí. ¿Irresolubles? En absoluto. Queda tiempo para las elecciones y las corrientes de voto no viajan a velocidades supersónicas, como algunos creen.
Prudencia, por tanto. Los ciudadanos no cambian de voto con tanta rapidez como suben los fuegos artificiales y el PSOE acaba de cumplir 100 días -sólo cien días- desde que Pedro Sánchez fue elegido secretario general con el voto directo de los militantes. Tiempo al tiempo. Aprovechemos el que tenemos por delante, porque no sobra. ¿Será suficiente? Es el que hay.
La pregunta lógica es si los socialistas seremos capaces de revertir la situación que reflejan las encuestas. La respuesta es sí. Y no se basa en simple voluntarismo, en una cuestión de fe o en una tirada de ese tarot político que es a veces la opinión publicada. Sé que es así porque puedo escribir esta afirmación en tiempo presente, no en futuro condicional. La respuesta es afirmativa porque el PSOE ya ha comenzado a hacerlo. Estamos trabajando como nadie para recuperar la confianza de una amplia mayoría social que necesita esperanza y seguridad. Hacemos al tiempo que proponemos. El abrigo, el cambio seguro que reclama la sociedad sólo lo puede ofrecer el PSOE, no un PP anegado por la corrupción, ni tampoco el oportunismo y los equilibrios verbales sobre el vacío y el alambre.
Ni el voto cambia a la velocidad con la que suben los cohetes en las fiestas ni cien días son suficientes para sofocar el legítimo enfado y la decepción justificada de un país que no se reconoce en el espejo.
Pero la realidad confirma nuestras expectativas. El PSOE no necesita largos años, sino el trabajo intenso y sin descanso de los próximos meses para seguir haciendo cambios que mejoren nuestro partido y reconstruyan nuestro país y la sombría percepción que tienen de él quienes lo habitan y construyen. Nos importa y nos ocupa nuestra situación, pero nos preocupa mucho más la situación social y política del país que compartimos. Por eso trabajamos cada día como si fuera el último, para que la gente recupere la ilusión perdida y las ganas vencidas. Trabajamos por la credibilidad y la limpieza de la política con hechos, no con palabras.