El eterno secuestro del debate político y de la actualidad catalana por el proceso soberanista preocupa cuando borra prácticamente de la agenda todos los demás temas, por más trascendentales que sean, en aras de un derecho superior a cualquier otro: el derecho a decidir. No pretendo con este artículo criticar el proceso soberanista catalán; no creo que se trate de un asunto de menor importancia que deba relegarse a un segundo plano, dado el peso ciudadano involucrado. Mi intención no es evaluar la relación entre el Gobierno central y Cataluña. Tampoco me quita el sueño el hecho de posicionarme sobre un tema tan sensible como esta pugna incesante aún sin fecha de caducidad. La verdad es que me niego a pronunciarme sobre la legitimidad del proceso soberanista, sobre si la soberanía reside únicamente en el pueblo español en su conjunto o si el respeto a las minorías reconocido en la Constitución española y la institución del Estado español como democrático dan encaje a dicho proceso aun sin reformar la Constitución actual, como defienden determinados académicos de Derecho. No vengo a cerrar filas, porque el debate ya está más que ventilado. No obstante, creo que hay otros temas que merecen un empeño igual o, cuando menos, similar, un interés parecido al suscitado por el derecho a decidir: el derecho a ingerir.
El hecho de que 69000 niños en Cataluña reciban ayuda para comer refleja claramente la situación económica en la que se encuentran muchas familias. Una situación que, sin embargo, no parece tan alarmante, ya que en ningún momento ha moldeado seriamente el debate político catalán, estancado desde hace años -y a saber por cuántos más- en el proceso soberanista. De ahí que, ahora más que nunca, sea tan necesario considerar la factibilidad de aportar una solución duradera a este problema, que afecta a una cantidad importante de familias. No creo que haga falta comparación alguna, porque, independientemente de la situación de las demás comunidades autónomas, la realidad no dejará de ser como es: alarmante y triste.
Por otra parte, mientras logramos que estos niños que lo necesitan ingieran alimentos en condiciones, no está de más que aprendamos a digerir la situación política en los dos bandos que lideran y atizan el debate soberanista. Debemos estar más que listos para asimilar las consecuencias de las acciones políticas derivadas tanto del activismo soberanista catalán como del silencio, la negativa y el constante ataque y contrataque del Gobierno central. De lo contrario, dado que próximamente tocará digerir los sabores y sinsabores políticos y asumir responsabilidades políticas, Cataluña y el resto de España harían bien en empezar a prepararse para afrontar un malestar general que será difícil de aliviar, y más aún de solucionar o encubrir.
El derecho a ingerir no es menos prioritario y merece el empeño suficiente para aportar una solución proporcional a su magnitud. En los tiempos que corren, dudo que pueda negarse que ingerir y digerir son igual de importantes. Recordémoslo, no sea que a alguien, por casualidad, se le haya olvidado.
Ilustración: Irina Colomer Llamas