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El 9N en Ceuta, Melilla y Lampedusa

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Este pasado nueve de noviembre la tensión informativa española se centró en la votación de Cataluña. Pero seguro que desde el monte Gurugú, decenas de subsaharianos se colgaron ese domingo en las concertinas de las fronteras de Melilla. También, debieron seguir naufragando en las costas de Lampedusa otros tantos subsaharianos ahogados en su propia desesperación sin futuro.

Es todo un sarcasmo que la Europa institucional y la caspa/casta centralista española considere una aberración política que la ciudadanía catalana quiera expresar su democrática voluntad de autodeterminación, cuando al mismo tiempo se está perpetrando todo un genocidio xenófobo en las fronteras del sur de Europa. Se acusa a catalanas y catalanes de querer levantar nuevas fronteras insolidaridas. Pues, por coherencia, permitan la libre circulación de la ciudadanía subsahariana y derriben las aduanas asesinas del sur de Europa. El gran fracaso de la unidad europea no sólo es su errática (de)construcción de la igualdad, sino la perpetuación de la arbitraria distribución del continente en esos inamovibles estados-nación, producto de poderes militares y económicos. Paradójico es también el hecho de que no se haya percibido que ninguno de los más dos millones de votos del pasado domingo expresaran la voluntad de levantar fronteras para entrar en Cataluña, exigir pasaporte, prohibir el castellano, salirse del euro o de la Unión Europea.

Sinceramente, no deja de preocuparme que el enconamiento del conflicto pueda llevar a que se nos presente la independencia como la llave de un paraíso que conlleve de forma ficticia y automática la inmediata abolición de la desigualdad. Pero tampoco la unidad de España nos blinda de ningún infierno. Los últimos cinco siglos así parecen constatarlo.

Lo que plantean esos millones de votos es relevante y plenamente justificado en el eje de la gran contradicción que nos está envolviendo a todos los súbditos y súbditas del Reino de España: la guerra entre ciudadanía y poder. El que exista mayor o menor autogobierno no debe justificarse en razonamientos historicistas, sino en térninos de democracia radical y en la voluntad civil de que así sea. El autogobierno abre más opciones para potenciar mecanismos tanto de democracia representativa como participativa. La democracia también es una cuestión de proximidad y el autogobierno es también empoderamiento.

El domingo el PP volvió a airear el cinismo dialéctico de González Pons. Comparó el independentismo catalán con el muro de Berlín.

¿De qué muro se nos habla? ¿Por qué no compara aquel muro con las concertinas de la vergüenza de Ceuta y Melilla?

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