Sobre el escenario del Teatro Real sólo había este domingo una tarima negra. También negro fue durante casi toda la representación el vestuario de los actores, discreta la iluminación, inexistentes los complementos. El director de escena Peter Sellars, al que le gusta vestir numerosos collares y blusas coloristas, lo fió todo al vídeo creado por Bill Viola para Tristan und Isolde (Tristán e Isolda), de Richard Wagner.
Y funcionó.
El coliseo asistió a un original diálogo entre el el drama operístico y una creación audiosivual y puso la conversación al servicio de una partitura que ya en 1865, cuando se estrenó en Múnich, era radicalmente moderna.
Los momentos clave de la ópera fusionan a los amores y la muerte de Wagner con abstracciones de videoarte de una gran belleza. Un Tristán y una Isolda que caminan desde lo lejos hasta casi salirse de una gigantesca pantalla, inquietantes ritos purificadores, la funesta metáfora de un gran incendio o el encuentro de los amantes bajo el agua marcan la aportación del gurú del videoarte. El vídeo, que acompaña a las cuatro horas de representación, es por otra parte desigual, con algunos momentos muy planos.
En la presentación a la prensa, Viola reconocía no haber tocado el vídeo desde 2005, cuando se estrenó en el París de la mano de Gerard Mortier, entonces director artístico de la Ópera Nacional de París y hasta hace unos meses responsable del Teatro Real. Sellars saltó rápidamente y reconoció no haber parado de toquetearla, tras París en Toronto (Canadá) y después en Madrid.
La austeridad de la escena, conquistada por la inmensa pantalla, dejaba un gran espacio a un Tristán (Robert Dean Smith) mínimo, que no aprovechó los momentos clave de un personaje con inmensas posibilidades. Por contraste, la soprano lituana Violeta Urmana (Isolda), cobró protagonismo y ganó presencia frente a unos papeles secundarios discretos, quizás con la excepción del bajo Franz-Josef Selig, que encarnaba al rey Marke. La orquesta, dirigida por el francés Marc Piollet, no se abonó a la abstracción y proyectó con intensidad un sonido sencillo pero correcto.
El estreno se saldó con un aplauso entusiasta pero no del todo entregado del público, que tras cinco horas (cuatro de música y una de descansos) parecía tener prisa por volver a casa. El teatro se llenó y anunció el "no hay billetes" para las próximas siete representaciones, en las que Wagner, Viola y Sellars demuestran que la originalidad no necesita estridencias y que la brillantez, si se trata de Wagner, es un reto muy arduo.
Tristán e Isolda se representa hasta el 8 de febrero en el Teatro Real de Madrid.
Y funcionó.
El coliseo asistió a un original diálogo entre el el drama operístico y una creación audiosivual y puso la conversación al servicio de una partitura que ya en 1865, cuando se estrenó en Múnich, era radicalmente moderna.
Los momentos clave de la ópera fusionan a los amores y la muerte de Wagner con abstracciones de videoarte de una gran belleza. Un Tristán y una Isolda que caminan desde lo lejos hasta casi salirse de una gigantesca pantalla, inquietantes ritos purificadores, la funesta metáfora de un gran incendio o el encuentro de los amantes bajo el agua marcan la aportación del gurú del videoarte. El vídeo, que acompaña a las cuatro horas de representación, es por otra parte desigual, con algunos momentos muy planos.
En la presentación a la prensa, Viola reconocía no haber tocado el vídeo desde 2005, cuando se estrenó en el París de la mano de Gerard Mortier, entonces director artístico de la Ópera Nacional de París y hasta hace unos meses responsable del Teatro Real. Sellars saltó rápidamente y reconoció no haber parado de toquetearla, tras París en Toronto (Canadá) y después en Madrid.
La austeridad de la escena, conquistada por la inmensa pantalla, dejaba un gran espacio a un Tristán (Robert Dean Smith) mínimo, que no aprovechó los momentos clave de un personaje con inmensas posibilidades. Por contraste, la soprano lituana Violeta Urmana (Isolda), cobró protagonismo y ganó presencia frente a unos papeles secundarios discretos, quizás con la excepción del bajo Franz-Josef Selig, que encarnaba al rey Marke. La orquesta, dirigida por el francés Marc Piollet, no se abonó a la abstracción y proyectó con intensidad un sonido sencillo pero correcto.
El estreno se saldó con un aplauso entusiasta pero no del todo entregado del público, que tras cinco horas (cuatro de música y una de descansos) parecía tener prisa por volver a casa. El teatro se llenó y anunció el "no hay billetes" para las próximas siete representaciones, en las que Wagner, Viola y Sellars demuestran que la originalidad no necesita estridencias y que la brillantez, si se trata de Wagner, es un reto muy arduo.
Tristán e Isolda se representa hasta el 8 de febrero en el Teatro Real de Madrid.