Vaya por delante que a cualquier joven español de veintitantos le aconsejo emigrar y pensar en no volver en X años o quizás nunca, a no ser de vacaciones o por compromisos familiares. Difícil papeleta.
Sin embargo, entiendo a Raúl G. Serra cuando dice que echa de menos las lentejas de su madre desde su peripecia londinense. Todo el mundo tiene derecho a echar de menos a su familia, los recuerdos y las sensaciones con los que ha crecido. No veo ese toque siciliano o machista que algunos comentaristas de su blog han querido ver.
Las lentejas son sólo una metáfora. Hay mucha gente, los otros emigrantes, que aprovechan para sacar pecho y decir "haz como yo", "mira que bien me ha ido a mí", cada vez que oyen una queja. Me parece una actitud arrogante y ventajista basada en una aceptación del darwinismo ahora que las cosas les van bien a ellos.
Londres puede ser el paraíso o un pequeño infierno si te has ido a buscar la vida con un nivel de inglés precario trabajando en un restaurante o haciendo camas en un hotel. La soledad puede ser acuciante y comerse un filete como el que describe Raúl puede convertirse en un sueño de Carpanta cuando tienes que contar cada penique.
Sin embargo, me hago en voz alta una serie de reflexiones que quizás pueden ayudar a algunos.
Recordarás que los pisos de Atocha están mal aislados y hace un frío que pela en invierno, que los filetes de las casas de comida de Tirso de Molina son correosos, que el olor a fritanga se queda en tu ropa y que el vino de los menús es pendenciero a más no poder. Te darás cuenta de que tus amigos están melancólicos los domingos por la tarde pensando, los que lo tengan, en el trabajo que les espera el lunes por la mañana.
Si después de hacerse estas reflexiones uno quiere volver, pues que vuelva. Queda avisado.
Sin embargo, entiendo a Raúl G. Serra cuando dice que echa de menos las lentejas de su madre desde su peripecia londinense. Todo el mundo tiene derecho a echar de menos a su familia, los recuerdos y las sensaciones con los que ha crecido. No veo ese toque siciliano o machista que algunos comentaristas de su blog han querido ver.
Las lentejas son sólo una metáfora. Hay mucha gente, los otros emigrantes, que aprovechan para sacar pecho y decir "haz como yo", "mira que bien me ha ido a mí", cada vez que oyen una queja. Me parece una actitud arrogante y ventajista basada en una aceptación del darwinismo ahora que las cosas les van bien a ellos.
Londres puede ser el paraíso o un pequeño infierno si te has ido a buscar la vida con un nivel de inglés precario trabajando en un restaurante o haciendo camas en un hotel. La soledad puede ser acuciante y comerse un filete como el que describe Raúl puede convertirse en un sueño de Carpanta cuando tienes que contar cada penique.
Sin embargo, me hago en voz alta una serie de reflexiones que quizás pueden ayudar a algunos.
- Adaptarse a una sociedad nueva en la que uno tiene asignado un nuevo papel, inmigrante en el sector servicios, lleva tiempo y un esfuerzo suplementario motivado por el hecho de saber que a dos horas de avión te esperan unas lentejas y una cama con el embozo bien hecho. Hay que aguantar el envite (véase si no mi Carta abierta a Benja Serra) sí o sí.
- Hay que olvidarse de ese pensamiento tan español de "trabajar en lo mío". Muchas veces "lo mío" puede ser un rollo patatero y nos perdemos oportunidades en otros campos más interesantes y mejor remunerados. En el mundo anglosajón tienen bastante claro que pasar por la universidad habilita para muchas cosas con un mínimo de formación complementaria y una buena actitud. La biografía no te marca necesariamente a los 30 años, como aquí.
- Si tienes ideas o pretendes "empezar una startup", España no es un buen país. Hay aversión generalizada al riesgo. Por simplificar, los únicos que prestan dinero son los bancos tradicionales que son lo más conservador que existe. Sólo te van a apoyar si ya tienes dinero o credenciales. En casi cualquier otro sitio del mundo desarrollado, Londres por supuesto, lo tendrás más fácil si tienes buenas ideas.
- Aunque lo parezca, no es lo mismo vivir fuera un año que cinco. En términos de madurez emocional, aporta más vivir diez años en un sitio que haber visitado 57 países en fines de semana. Uno madura mucho más, endurece la piel y relativiza muchas de las inevitables adversidades de la vida.
- Para ser fuerte en casa, ayuda mucho serlo primero fuera. No siempre, porque España es un país muy desagradecido, se abren puertas pero es más sencillo si te has labrado fuera una reputación. Lo único que pasa es que luego no quieres volver.
- Por último, porque la lista sería interminable para un post, aunque el subjetivismo y la sentimentalidad están de moda en esta era del yo, no te dejes llevar por ellas. Confronta tus sentimientos y sensaciones. Si vienes en verano de vacaciones, te darás cuenta de que las cosas cambian poco, de que no te estás perdiendo nada.
Recordarás que los pisos de Atocha están mal aislados y hace un frío que pela en invierno, que los filetes de las casas de comida de Tirso de Molina son correosos, que el olor a fritanga se queda en tu ropa y que el vino de los menús es pendenciero a más no poder. Te darás cuenta de que tus amigos están melancólicos los domingos por la tarde pensando, los que lo tengan, en el trabajo que les espera el lunes por la mañana.
Si después de hacerse estas reflexiones uno quiere volver, pues que vuelva. Queda avisado.