La pasada semana, la cantante Taylor Swift decidió retirar todo su catálogo de la plataforma online Spotify. Ninguna de sus canciones está ya disponible para escucha en streaming, y Spotify ha mostrado su preocupación por esa decisión. No se trata solo de que el tráfico de escuchas y beneficios que reportaba una de las artistas más populares (su último disco se aproxima al millón de copias vendidas) haya cesado, sino del riesgo de que Swift esté sentando un precedente.
Las razones ofrecidas por Swift tienen que ver fundamentalmente con su descontento por el reparto de beneficios en Spotify: los titulares de derechos sobre las canciones reciben una fracción que estiman demasiado pequeña sobre cada escucha, infinitamente menor al beneficio que obtienen, claro está, con cada copia vendida o descargada legalmente.
Pero la decisión de Swift de sacar sus canciones de Spotify no debería considerarse tanto suya como de su compañía (Big Machine Label Group), que es la directa beneficiaria de los ingresos, independientemente de que la propia artista hubiera dado en el pasado reciente muestras de cierto descontento. Retirar el repertorio puede ser analizado como una jugada comercial encaminada a estimular las ventas físicas y digitales tras haber generado expectación sobre las canciones, haciéndolas desaparecer de golpe para invitar al público a adquirirlas. O puede significar algo más profundo y preocupante: que las compañías grandes o los artistas más superventas consideran que las plataformas de streaming no son tan buen negocio para sus productos.
Mis posibilidades de comprar o descargar 1989, el último disco de Swift, son casi ilimitadas: lo tengo distribuido en todo el mundo, lo puedo encontrar en cualquier gran superficie, lo escucho en decenas de emisoras radiofónicas, lo puedo descargar en iTunes. Taylor Swift también es ubicua: está en televisión, en Youtube, en toda clase de revistas, blogs y webs. Es un producto que se vende solo. Para Swift y su discográfica, puede que Spotify resulte prescindible, puede que su análisis de los hábitos del público les permita llegar a la conclusión de que comprarán sus canciones en mayor volumen si no aparecen allá. Puede que haya un cálculo de beneficio que diga que el obtenido por reproducción online es despreciable en comparación con las posibilidades de generar ventas muy altas por otros medios, incluso contemplando el porcentaje de oyentes que acudirían a la descarga ilegal. En otras palabras, que ganarán más si se van.
Tal vez no sea exagerado intuir que los grandes lanzamientos musicales están planteándose limitar su presencia en los portales de streaming. Yo lo pensaría: si tengo los medios para aparecer en todas partes, ¿por qué no usarlos para crear esa expectación y jugar la carta de las ventas físicas pero, sobre todo, la de Itunes y la descarga legal? ¿Por qué no aprovechar el tirón inicial y solo después entrar en Spotify, cuando el impulso de la venta se haya estabilizado? Cómprame, y luego ya me escucharás.
Es cierto que este equilibrio en principio solo afectaría a artistas muy conocidos. Los grupos y artistas minoritarios no tienen el acceso a los múltiples cauces alternativos de promoción de que sí hace uso Swift, y tampoco podrían imitar la táctica de explotación masiva inicial, pero en cualquier caso, ellos son precisamente los que menos perciben de Spotify y los que más motivos podrían tener para quejarse de que las reproducciones en streaming apenas dan beneficio. Muchos lo hacen, pero sus compañías siguen confiando en Spotify. Bandcamp no parece exactamente una alternativa (su funcionamiento y su propio planteamiento como modelo de negocio son diferentes), pero en todo caso, los artistas minoritarios tampoco tienen unos criterios comparables a los de Swift.
Pero aún hay otra incógnita en esta historia: Beats Music es un servicio de streaming que adquirió, y que pretende insertar próximamente en iTunes. Los artistas que están comenzando a desconfiar de Spotify (Beyoncé> sería otro ejemplo) se aseguran de dirigir sus críticas contra la plataforma sueca, eludiendo cuestionar el modelo del streaming en su conjunto, y manteniendo intactas sus relaciones comerciales con Apple. ¿Estamos ante la antesala de otra guerra de empresas tecnológicas?...
Las razones ofrecidas por Swift tienen que ver fundamentalmente con su descontento por el reparto de beneficios en Spotify: los titulares de derechos sobre las canciones reciben una fracción que estiman demasiado pequeña sobre cada escucha, infinitamente menor al beneficio que obtienen, claro está, con cada copia vendida o descargada legalmente.
Pero la decisión de Swift de sacar sus canciones de Spotify no debería considerarse tanto suya como de su compañía (Big Machine Label Group), que es la directa beneficiaria de los ingresos, independientemente de que la propia artista hubiera dado en el pasado reciente muestras de cierto descontento. Retirar el repertorio puede ser analizado como una jugada comercial encaminada a estimular las ventas físicas y digitales tras haber generado expectación sobre las canciones, haciéndolas desaparecer de golpe para invitar al público a adquirirlas. O puede significar algo más profundo y preocupante: que las compañías grandes o los artistas más superventas consideran que las plataformas de streaming no son tan buen negocio para sus productos.
Mis posibilidades de comprar o descargar 1989, el último disco de Swift, son casi ilimitadas: lo tengo distribuido en todo el mundo, lo puedo encontrar en cualquier gran superficie, lo escucho en decenas de emisoras radiofónicas, lo puedo descargar en iTunes. Taylor Swift también es ubicua: está en televisión, en Youtube, en toda clase de revistas, blogs y webs. Es un producto que se vende solo. Para Swift y su discográfica, puede que Spotify resulte prescindible, puede que su análisis de los hábitos del público les permita llegar a la conclusión de que comprarán sus canciones en mayor volumen si no aparecen allá. Puede que haya un cálculo de beneficio que diga que el obtenido por reproducción online es despreciable en comparación con las posibilidades de generar ventas muy altas por otros medios, incluso contemplando el porcentaje de oyentes que acudirían a la descarga ilegal. En otras palabras, que ganarán más si se van.
Tal vez no sea exagerado intuir que los grandes lanzamientos musicales están planteándose limitar su presencia en los portales de streaming. Yo lo pensaría: si tengo los medios para aparecer en todas partes, ¿por qué no usarlos para crear esa expectación y jugar la carta de las ventas físicas pero, sobre todo, la de Itunes y la descarga legal? ¿Por qué no aprovechar el tirón inicial y solo después entrar en Spotify, cuando el impulso de la venta se haya estabilizado? Cómprame, y luego ya me escucharás.
Es cierto que este equilibrio en principio solo afectaría a artistas muy conocidos. Los grupos y artistas minoritarios no tienen el acceso a los múltiples cauces alternativos de promoción de que sí hace uso Swift, y tampoco podrían imitar la táctica de explotación masiva inicial, pero en cualquier caso, ellos son precisamente los que menos perciben de Spotify y los que más motivos podrían tener para quejarse de que las reproducciones en streaming apenas dan beneficio. Muchos lo hacen, pero sus compañías siguen confiando en Spotify. Bandcamp no parece exactamente una alternativa (su funcionamiento y su propio planteamiento como modelo de negocio son diferentes), pero en todo caso, los artistas minoritarios tampoco tienen unos criterios comparables a los de Swift.
Pero aún hay otra incógnita en esta historia: Beats Music es un servicio de streaming que adquirió