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El consumo feroz: de las medias de nailon a la e-chatarra

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El 15 de mayo de 1940, la empresa Dupont comercializó la media de nailon en Estados Unidos. Se trataba de la primera vez que se había desarrollado un producto irrompible. Las mujeres hacían colas para comprar este nuevo producto. En efecto, los químicos de Dupont hicieron tal vez uno de los grandes descubrimiento textiles de la historia: un producto para toda la vida.

Sin embargo los directivos de Dupont dieron una orden de producción perversa tras las primeras ventas. Había que empeorar el producto, cambiarlo para que las medias se rompieran. ¿Por qué? Para que se convirtiera en un producto de consumo. Acababa de nacer uno de los conceptos más perversos de la economía capitalista: la obsolescencia programada. Es decir, limitar la vida útil de un producto para que el consumidor tenga que seguir comprándolo una vez que este deja de servir o, simplemente, se rompe. El american way of life convirtió así a las personas en consumidores. El nailon pasó de ser irrompible y para toda la vida a ser un producto con los días contados, frágil y consumible. Unos pasos que seguirían los productos electrónicos durante los años siguientes: nada duraría ya para toda la vida.

En Francia ya se ha prohibido esta práctica empresarial que establece una vida útil durante la fabricación de los productos. Hasta 300000 euros y dos años de cárcel. No parece una cantidad disuasoria para las grandes empresas, aunque el daño en su imagen de cara a la opinión pública sí puede ser devastadora si acaban en los tribunales por incurrir en el delito de obsolescencia programada.

En nuestro país, la próxima reforma del Real Decreto de Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (RAEE), así como en el Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes complementarias, abre la posibilidad de seguir los pasos del país galo. La organización de consumidores FACUA ya lo ha solicitado formalmente al Gobierno de España.

Cuentan las leyendas urbanas que muchas impresoras incorporan un chip que cuenta el número de impresiones realizadas para tras superar un número determinado por el fabricante para dejar de funcionar. Sea o no cierto, la verdad es que ya nadie espera comprar un aparato para toda la vida. Donde sí quedó impreso el chip, fue en la sociedad, donde las estrategias de marketing de las empresas han logrado implantarnos la idea de que la felicidad del ser humano se basa en la capacidad de consumo que tenga: varios coches familiares, electrodomésticos para todo y, además, con la necesidad de renovar todos los equipamientos en un periodo de tiempo poco razonable.

Ya nadie se plantea, como antes de los años 30, comprarse un traje que le sirva desde su boda hasta su mortaja. La moda se encarga de recordarnos que hay que ir a la última y que la ropa envejece demasiado rápido. Pero además de afectar a nuestra concepción del mundo y de marcar un futuro de infelicidad continua, este comportamiento de consumo feroz acarrea serios problemas al planeta. Lo estamos llenando de basura porque cada vez que se estropea algún electrodoméstico lo sustituimos por uno nuevo y cada vez que sale un último modelo no dudamos en renovar nuestro equipamiento tecnológico.

¿El resultado? Los españoles tiramos cada año más de 600 millones de kilos de basura electrónica. Es tanta que hasta cuenta ya con un término propio que la define: la e-basura. Según datos de la ONU, los residuos electrónicos suponen entre 20 y 50 millones de toneladas anuales en todo el mundo. Una e-basura que se produce en los hasta ahora denominados países ricos y se envía en muchos casos a los países pobres, como denunció Greenpeace en su informe Electrónicos: Alta tecnología tóxica. Es cierto que estos envíos de basura electrónica están prohibidos por la normativa internacional, pero como suele ser habitual cuando hablamos de situaciones incómodas para los ricos, la normativa no se cumple. El Convenio de Basilea, que regula la importación y exportación de desechos peligrosos es, en la práctica, papel mojado.

Una prueba está en Ghana, uno de los países perceptores de esta e-basura. Allí, el estudio realizado por Greenpeace sobre contaminantes en los alumnos de una escuela en las afueras de Accra, la capital del país, reveló niveles de plomo y cadmio hasta 50 veces por encima de los niveles máximos de riesgo para la salud. Contaminantes que han llegado hasta los niños debido a su quehacer diario: una de las tareas que realizan es recoger circuitos de la basura de alta tecnología en los vertederos para vender el cobre y poder llevar algo de dinero a casa.

Para los países pobres, nuestra basura es una fuente de ingresos. Veamos un ejemplo: 100000 teléfonos móviles pueden contener casi 2 kilos y medio de oro, equivalentes a 130000 euros, más de 900 kilos de cobre, valorados en 100.000 euros y 25 kilos de plata que se pueden vender por más de 27000 euros. Pero lograr este botín en las montañas de basura conlleva graves riesgos para la salud de los recicladores que no tienen muchas más opciones para poder sobrevivir que rebuscar y desguazar la basura electrónica llena de productos altamente contaminantes.

El caso de Ghana se repite por muchos otros lugares de Africa y Asia, donde proliferan y siguen creciendo los vertederos de basura electrónica sin ningún control.

Tras casi un siglo de mala educación social en los países de occidente, Greenpeace, consciente de que cambiar los hábitos de consumismo feroz llevan tiempo, optó por dar un paso intermedio y apostar en el corto plazo porque las empresas productoras de productos tecnológicos eliminen las sustancias químicas peligrosas de sus productos, recuperen y reciclen sus ventas cuando se consideren obsoletas y reduzcan el impacto climático de los mismos. El ranking verde de electrónicos de Greenpeace, una campaña que en 2010 (el último año que se realizó), colocaba a Nokia, Sony-Eriksson y Philips como las empresas que más respetaban esos criterios. Pero desde entonces el ranking no se ha vuelto a realizar.

Sin embargo, aunque la eliminación de tóxicos y el reciclaje posterior podrían reducir el problema de la e-basura, la clave es social y está en la forma de vida de los países del primer mundo. ¿Realmente necesitamos cambiar -por ejemplo- de celular cada vez que sale una nueva versión? La solución es un cambio de costumbres y del sistema de valores de una sociedad enferma de consumismo que crea ciudadanos infelices, generadores de basura y con las manos manchadas con las enfermedades que se promueven en los países pobres. Tal vez la crisis económica del primer mundo sirva de punto de inflexión para recapacitar sobre una forma de vivir en la que la máxima de "tanto tienes tanto vales" acabe donde siempre debió estar: en el cubo de la basura.

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