En mayo de 1972, unos cientos de mujeres disfrazadas de niña, se manifestaron por los Campos Elíseos en el Día de la Madre formando un cortejo detrás de la figura sacrificada y algo fúnebre de "La Madre" bajo el lema "Festejada un día, explotada todo el año". Era una forma más a lo largo de la historia de vindicar y reivindicar la liberación de la mujer del tradicional yugo de esposa, madre y descanso del guerrero.
Como es sabido, el 19 de marzo de 1911 se celebró por primera vez el Día Internacional de la Mujer Trabajadora en varios países del norte de Europa y, menos de una semana después, más de 140 jóvenes trabajadoras morían en un incendio en una fábrica de camisas neoyorkina. Estaba culminando la lucha secular de muchas mujeres por la igualdad y la equiparación en derechos con los hombres. Poco a poco, la mujer ha ido obteniendo avances en sus reivindicaciones, como el derecho al sufragio, a la propiedad, a pedir el divorcio, a decidir sobre su cuerpo, la interrupción voluntaria del embarazo, el empleo igualitario, etc. La humanidad se había visto atrapada en buena parte de sus culturas en las redes todopoderosas del patriarcado y de la masculinización del mundo y de la vida, y las mujeres, recluidas en el hogar, la cocina y la alcoba, eran víctimas multiseculares del poliédrico abuso por parte de los varones en cuestiones profesionales, laborales, salariales, sexuales, jurídicas, culturales, etc. Desde la demanda de igualdad de derechos, la mujer ha ido recorriendo el, a menudo, duro camino en que la granítica conciencia de la sociedad y la cultura masculinas a duras penas ha ido reconociendo la propia identidad de género de la mujer en cada sociedad y cultura.
Sin embargo, ocurre hoy en España un fenómeno que nos retrotrae a las cavernas. Lejos de las posiciones tradicionales de la lucha feminista en el siglo pasado por la igualdad entre hombres y mujeres, ahora se está cuestionando, de facto, la igualdad entre las mismas mujeres. Es incomprensible a estas alturas de la historia que Ana María Tejeiro, casada con Diego Torres, socio de Iñaki Urdangarín en el caso Nóos, está imputada desde 2011 por blanqueo de capitales, mientras la infanta Cristina sólo esté imputada de delito fiscal, con la más que posible escapatoria incluso de sentarse ene el banquillo en aplicación de la "doctrina Botín" por sentencia del Supremo.
En 2001 el dúo cantante femenino Ella Baila Sola hizo famosa una canción titula Mujer florero, donde se caricaturiza a la mujer perpetuamente adornada para su marido, por cuyo servicio se casa y vive, "metidita en casa", haciendo la cena mientras el marido ve un partido o lee el periódico. Cristina de Borbón no es así: ha trabajado en un selecto puesto de una importante Caja catalana y ha viajado por medio mundo, pero ha reconocido el enorme fallo de supuestamente no enterarse ni interesarse por nada de lo que hacía su esposo, aunque participaba activamente en Aizoon, una empresa montada a medias con él, en la que ganó en solo tres años 571.000 euros.
Ahora, Cristina está metidita en su casa de Ginebra, salvo que le apetezca salir fuera, escoltada día y noche por policías, con sus hijos en un colegio privado de lujo. Cristina no representa a una mujer víctima de nada ni de nadie, sino que en ella se concita el troglodítico planteamiento de que no solo la mujer es diferente del hombre, sino de que hay mujeres muy distintas (por su abolengo y distinción) a otras mujeres, que hacen mayoría.
Me avergüenza y me irrita sobremanera el caso, pero mucho más debe de indignar a millones de mujeres que contemplan la lamentable figura de una mujer que supuestamente no se acuerda, ni se entera ni sabe nada de las cuentas de su maridito, que es quien se ocupa de los negocios serios, los que están fuera de las paredes del hogar, por mucho que se nos quiera confundir con expresiones como "ignorancia deliberada" o de "culpa in vigilando".
Martin Luther King dijo que "una injusticia en cualquier lugar es una amenaza a la justicia en todo lugar". A la justicia española (dejando de lado la Fiscalía y la Abogacía del Estado, más otras fiscalías locales y determinadas esferas de Hacienda) le toca ahora realizar la prueba del algodón. Considerando que a la ciudadanía se le han afilado considerablemente los colmillos, predomina el convencimiento de que el algodón de la infanta ya no engaña.
Como es sabido, el 19 de marzo de 1911 se celebró por primera vez el Día Internacional de la Mujer Trabajadora en varios países del norte de Europa y, menos de una semana después, más de 140 jóvenes trabajadoras morían en un incendio en una fábrica de camisas neoyorkina. Estaba culminando la lucha secular de muchas mujeres por la igualdad y la equiparación en derechos con los hombres. Poco a poco, la mujer ha ido obteniendo avances en sus reivindicaciones, como el derecho al sufragio, a la propiedad, a pedir el divorcio, a decidir sobre su cuerpo, la interrupción voluntaria del embarazo, el empleo igualitario, etc. La humanidad se había visto atrapada en buena parte de sus culturas en las redes todopoderosas del patriarcado y de la masculinización del mundo y de la vida, y las mujeres, recluidas en el hogar, la cocina y la alcoba, eran víctimas multiseculares del poliédrico abuso por parte de los varones en cuestiones profesionales, laborales, salariales, sexuales, jurídicas, culturales, etc. Desde la demanda de igualdad de derechos, la mujer ha ido recorriendo el, a menudo, duro camino en que la granítica conciencia de la sociedad y la cultura masculinas a duras penas ha ido reconociendo la propia identidad de género de la mujer en cada sociedad y cultura.
Sin embargo, ocurre hoy en España un fenómeno que nos retrotrae a las cavernas. Lejos de las posiciones tradicionales de la lucha feminista en el siglo pasado por la igualdad entre hombres y mujeres, ahora se está cuestionando, de facto, la igualdad entre las mismas mujeres. Es incomprensible a estas alturas de la historia que Ana María Tejeiro, casada con Diego Torres, socio de Iñaki Urdangarín en el caso Nóos, está imputada desde 2011 por blanqueo de capitales, mientras la infanta Cristina sólo esté imputada de delito fiscal, con la más que posible escapatoria incluso de sentarse ene el banquillo en aplicación de la "doctrina Botín" por sentencia del Supremo.
En 2001 el dúo cantante femenino Ella Baila Sola hizo famosa una canción titula Mujer florero, donde se caricaturiza a la mujer perpetuamente adornada para su marido, por cuyo servicio se casa y vive, "metidita en casa", haciendo la cena mientras el marido ve un partido o lee el periódico. Cristina de Borbón no es así: ha trabajado en un selecto puesto de una importante Caja catalana y ha viajado por medio mundo, pero ha reconocido el enorme fallo de supuestamente no enterarse ni interesarse por nada de lo que hacía su esposo, aunque participaba activamente en Aizoon, una empresa montada a medias con él, en la que ganó en solo tres años 571.000 euros.
Ahora, Cristina está metidita en su casa de Ginebra, salvo que le apetezca salir fuera, escoltada día y noche por policías, con sus hijos en un colegio privado de lujo. Cristina no representa a una mujer víctima de nada ni de nadie, sino que en ella se concita el troglodítico planteamiento de que no solo la mujer es diferente del hombre, sino de que hay mujeres muy distintas (por su abolengo y distinción) a otras mujeres, que hacen mayoría.
Me avergüenza y me irrita sobremanera el caso, pero mucho más debe de indignar a millones de mujeres que contemplan la lamentable figura de una mujer que supuestamente no se acuerda, ni se entera ni sabe nada de las cuentas de su maridito, que es quien se ocupa de los negocios serios, los que están fuera de las paredes del hogar, por mucho que se nos quiera confundir con expresiones como "ignorancia deliberada" o de "culpa in vigilando".
Martin Luther King dijo que "una injusticia en cualquier lugar es una amenaza a la justicia en todo lugar". A la justicia española (dejando de lado la Fiscalía y la Abogacía del Estado, más otras fiscalías locales y determinadas esferas de Hacienda) le toca ahora realizar la prueba del algodón. Considerando que a la ciudadanía se le han afilado considerablemente los colmillos, predomina el convencimiento de que el algodón de la infanta ya no engaña.