Cantaba Ismael Serrano aquello de que el amor es eterno mientras dura en su magnífica Extraña Pareja de trágico final. Lo que olía a perenne se convertía en caduco de la noche a la mañana. Sin avisos previos ni advertencia alguna.
Leo Messi empieza a dudar de su historia infinita con el FC Barcelona. Desde Argentina lanzó unos recelos transoceánicos que parecen replantear su relación deportivo-sentimental con el club de toda su vida. "A veces no todo se da como uno quiere", como si el cariño recibido durante tantos años en el Camp Nou estuviera escaseando en los últimos tiempos.
El fútbol también es amor. Sentimiento. Implicación. Entrega. Intangibles que convierten a personajes capaces de cambiar el ánimo de ciudades enteras en personas terrenales, mundanas e incluso débiles. Si entre todas las estrellas del fútbol tuviéramos que escoger al más antihéroe, Messi sería el favorito.
Precisamente la actitud sencilla del argentino ha sido una de las claves para entender el equilibrio afectivo entre club y jugador. Ambos al mismo nivel. Conscientes de la importancia de los dos, incapaces de entenderse el uno sin el otro. Era el Barça triunfante. El Barça de Messi. El mejor Barça de de todos los tiempos.
El Camp Nou está habituado a rupturas sentimentales, pero la marcha de Messi sería la confirmación de que la máxima de Ismael Serrano era tan verdadera como lacerante. Nada es para siempre, incluso después de vivir junto al argentino los años más brillantes, intensos y pasionales de nuestras vidas. Cuando la llama se apaga, solo cabe esperar el fin de trayecto.
No es que el aficionado culé no esté curado de espantos. Ya se encontró a Figo besando a su mejor enemigo en lo que fue la marcha más visceral de la historia reciente del club; y años después abrazó la propuesta festivo-adolescente que ofrecía Ronaldinho y su cautivadora sonrisa, a sabiendas que el brasileño era alérgico al compromiso.
Con Messi, la historia tenía que ser diferente. La definitiva. El Barça gozó de su temprana explosión hormonal aún siendo un jovenzuelo imberbe, con la intensidad propia de aquellos que quieren comerse el mundo. Lo consiguió de la mano del club, alzando cuatro Balones de Oro consecutivos y tres Champions entre otros grandes triunfos. La idea era poder disfrutar de sus gambetas y goles hasta su vejez, aquella etapa que los entendidos aseguran es la máxima expresión del amor.
Quizás sea solo una crisis pasajera, otra, y todo vuelva a su cauce. O sencillamente sea la confirmación de que las heridas abiertas por Javier Faus y por el trato reverencial del club hacia Neymar aún supuran resentimiento. Los desamores se pueden hacer muy largos e irán llegando mensajes de ambas partes.
Dicen que muchas parejas pasan su mejor noche juntos la velada anterior a una ruptura pactada previamente. Solo Messi sabe su futuro, por mucho que demasiados directivos vean con buenos ojos un cheque manchado de petróleo sobre la mesa. Por si acaso, disfrutemos de su presente con el valor de lo que es efímero y convirtamos esta temporada en la mejor noche de nuestras vidas. El amor, cantaba Serrano, solo es eterno mientras dura.
Leo Messi empieza a dudar de su historia infinita con el FC Barcelona. Desde Argentina lanzó unos recelos transoceánicos que parecen replantear su relación deportivo-sentimental con el club de toda su vida. "A veces no todo se da como uno quiere", como si el cariño recibido durante tantos años en el Camp Nou estuviera escaseando en los últimos tiempos.
El fútbol también es amor. Sentimiento. Implicación. Entrega. Intangibles que convierten a personajes capaces de cambiar el ánimo de ciudades enteras en personas terrenales, mundanas e incluso débiles. Si entre todas las estrellas del fútbol tuviéramos que escoger al más antihéroe, Messi sería el favorito.
Precisamente la actitud sencilla del argentino ha sido una de las claves para entender el equilibrio afectivo entre club y jugador. Ambos al mismo nivel. Conscientes de la importancia de los dos, incapaces de entenderse el uno sin el otro. Era el Barça triunfante. El Barça de Messi. El mejor Barça de de todos los tiempos.
El Camp Nou está habituado a rupturas sentimentales, pero la marcha de Messi sería la confirmación de que la máxima de Ismael Serrano era tan verdadera como lacerante. Nada es para siempre, incluso después de vivir junto al argentino los años más brillantes, intensos y pasionales de nuestras vidas. Cuando la llama se apaga, solo cabe esperar el fin de trayecto.
No es que el aficionado culé no esté curado de espantos. Ya se encontró a Figo besando a su mejor enemigo en lo que fue la marcha más visceral de la historia reciente del club; y años después abrazó la propuesta festivo-adolescente que ofrecía Ronaldinho y su cautivadora sonrisa, a sabiendas que el brasileño era alérgico al compromiso.
Con Messi, la historia tenía que ser diferente. La definitiva. El Barça gozó de su temprana explosión hormonal aún siendo un jovenzuelo imberbe, con la intensidad propia de aquellos que quieren comerse el mundo. Lo consiguió de la mano del club, alzando cuatro Balones de Oro consecutivos y tres Champions entre otros grandes triunfos. La idea era poder disfrutar de sus gambetas y goles hasta su vejez, aquella etapa que los entendidos aseguran es la máxima expresión del amor.
Quizás sea solo una crisis pasajera, otra, y todo vuelva a su cauce. O sencillamente sea la confirmación de que las heridas abiertas por Javier Faus y por el trato reverencial del club hacia Neymar aún supuran resentimiento. Los desamores se pueden hacer muy largos e irán llegando mensajes de ambas partes.
Dicen que muchas parejas pasan su mejor noche juntos la velada anterior a una ruptura pactada previamente. Solo Messi sabe su futuro, por mucho que demasiados directivos vean con buenos ojos un cheque manchado de petróleo sobre la mesa. Por si acaso, disfrutemos de su presente con el valor de lo que es efímero y convirtamos esta temporada en la mejor noche de nuestras vidas. El amor, cantaba Serrano, solo es eterno mientras dura.