El machismo te necesita y hace todo lo posible para conseguir tu implicación. Sólo con tu participación puede lograr que sus ideas y valores se mantengan como referencia en la sociedad.
Vivimos en un mundo en el que la desigualdad ha sido la forma de reforzar la identidad entre las personas. Hemos aprendido a ser no-siendo y a actuar sin hacer nada para evitarlo, de manera que las diferencias se han incorporado como una amenaza, y la rutina se ha convertido en el principal argumento para seguir en ella.
Y claro, quien decide que esa es la forma de organizarnos, es decir, quien ocupa la posición de poder en cada momento es el que establece los criterios para definir la realidad y a cada persona dentro de ella. Así, ser hombre es no ser mujer, ser blanco es no ser de ningún otro grupo étnico ni comportarse como ellos, ser nacional es no ser extranjero ni adoptar sus costumbres. Y a ser posible, que ellos tampoco adopten las nuestras.... De este modo, se entiende que hay determinados elementos propios de cada grupo de personas, y se decide la pertenencia a esos grupos a partir de ellos, tanto en lo identitario como luego en la sociedad a la hora de distribuir los tiempos, los espacios y las funciones que desarrollar.
El machismo es la esencia de toda esa estructura, al haber creado la primera desigualdad y la más esencial: la desigualdad entre hombres y mujeres. Una desigualdad que todavía da sentido y significado a toda esa construcción que es la cultura patriarcal: desde lo relacionado con las identidades hasta lo laboral y lo relacional, todo pasa por que los hombres ocupen una posición de referencia sobre las mujeres.
Esa es la construcción social, es decir, el marco para que la realidad se configure de un determinado modo. Pero siendo la referencia común y universal, no es obligatoria. No se puede imponer a la fuerza, porque eso levantaría las críticas y llevaría a que, ante su inflexibilidad, se produjera la quiebra. Por eso la cultura necesita de toda su capacidad de influir para que la mayoría de la sociedad adopte esas referencias de forma natural. Y también necesita de su capacidad para premiar a quienes reconoce como buenos hombres y buenas mujeres. Y de castigar a los que no las adopten, para que no les salga gratis su osadía. Como vemos, no impone, pero obliga.
La fuerza de este entramado es tan marcada, que, por ejemplo, se cuestiona más al hombre que se aparta de sus roles que al hombre que maltrata para conseguir mantenerlos; y se ataca más a la mujer que se rebela y denuncia la violencia de género sufrida que a aquella otra mujer que se resigna sumisa ante las imposiciones de la cultura y su hombre.
El machismo ha tomado estas referencias y ha situado en los hombres su guarda y custodia para que la convivencia se articule a partir de ellas. Esta es la razón por la que se encuentra todavía en los estudios sociológicos un porcentaje de población que explícitamente reconoce que la violencia de género está justificada en algunas circunstancias, concretamente un 3% de la población de la UE, según el Eurobarómetro de 2010, e incluso un 1% que afirma que está justificada en todas las ocasiones. Y por ello también hay un porcentaje en la población más joven (10%) que considera que ante una discusión, el hombre es el que debe tener la última palabra.
No debe sorprendernos, la situación actual es la consecuencia de la anterior, y ésta de la situación previa, del mismo modo que la previa lo fue de la antecedente..., así hasta el origen del machismo hace miles de años. La sorpresa no es que se remonte mucho tiempo atrás, sino que no se haya acabado con la injusticia que genera mucho antes. La sociedad ha cambiado, pero lo ha hecho fundamentalmente debido a las mujeres, quienes de forma individual o de forma organizada, y siempre bajo la luz aportada por el feminismo al cuestionar el orden dado de la desigualdad, han ido rompiendo los límites impuestos y desmontando los argumentos dados por una cultura interesada y androcéntrica.
Los hombres no han querido modificar el orden dado ni las reglas de juego, y eso no es casualidad. Cuando la mayoría de los hombres no han hecho nada ante la objetividad de la desigualdad y la injusticia del machismo, y han permanecido impasibles frente a la violencia de género, la discriminación de las mujeres, la mayor tasa de paro en ellas, la precariedad laboral que les afecta, el menor salario ante igual trabajo, la mayor pobreza que las envuelve, las tasas de analfabetismo más altas..., no puede ser por casualidad. Todo lo contrario, la deducción es muy sencilla y directa, e indica que los hombres se benefician de la violencia de género, de la discriminación de las mujeres; quiere decir que los hombres sufren menos paro, que tienen menor precariedad laboral, mayor salario, menor pobreza, menos analfabetismo....
Todo ello significa que los hombres disfrutan de una serie de privilegios que los lleva a una riqueza de derechos y oportunidades respecto a las mujeres, aunque luego también estén padeciendo una serie de consecuencias negativas que la desigualdad reserva para ellos, y que no quieren ver o están dispuestos a asumir con tal de no perder sus otras ventajas. Sea por una razón o por otra, el caso es que nunca se han planteado cambiar la cultura que desarrollaron a su imagen y semejanza.
El machismo es toda esa construcción social, no sólo el exceso en algunas de sus manifestaciones. El machismo es el orden impuesto de la desigualdad que da origen a todas las conductas que terminan en las expresiones que luego se cuestionan (violencia, discriminación, abuso...) cuando superan el umbral considerado como normal por la sociedad en cada momento histórico.
Lo ha hecho a lo largo del tiempo y ahora continúa adaptando el mensaje a la situación actual a través del posmachismo. Siempre ha sido esa su estrategia: cambiar para seguir igual. Cambiar en las formas, ceder tiempos y espacios, para mantener el poder de influir, premiar y castigar.
El machismo te necesita. Tú formas parte de la cultura que establece la desigualdad entre hombres y mujeres como referencia para articular la convivencia, y que deja en los hombres la capacidad de interpretar la realidad y de imponer su criterio.
Machismo eres tú si no haces algo para dejar de serlo. No hay neutralidad. O se hace algo para alcanzar la Igualdad y erradicar la violencia de género, o se está haciendo para que continúe la desigualdad y la violencia que ya existen.
El machismo y los machistas lo saben. Tú deberías saberlo también para actuar en consecuencia y evitar que te utilicen.
Este post fue publicado originalmente en el blog del autor
Vivimos en un mundo en el que la desigualdad ha sido la forma de reforzar la identidad entre las personas. Hemos aprendido a ser no-siendo y a actuar sin hacer nada para evitarlo, de manera que las diferencias se han incorporado como una amenaza, y la rutina se ha convertido en el principal argumento para seguir en ella.
Y claro, quien decide que esa es la forma de organizarnos, es decir, quien ocupa la posición de poder en cada momento es el que establece los criterios para definir la realidad y a cada persona dentro de ella. Así, ser hombre es no ser mujer, ser blanco es no ser de ningún otro grupo étnico ni comportarse como ellos, ser nacional es no ser extranjero ni adoptar sus costumbres. Y a ser posible, que ellos tampoco adopten las nuestras.... De este modo, se entiende que hay determinados elementos propios de cada grupo de personas, y se decide la pertenencia a esos grupos a partir de ellos, tanto en lo identitario como luego en la sociedad a la hora de distribuir los tiempos, los espacios y las funciones que desarrollar.
El machismo es la esencia de toda esa estructura, al haber creado la primera desigualdad y la más esencial: la desigualdad entre hombres y mujeres. Una desigualdad que todavía da sentido y significado a toda esa construcción que es la cultura patriarcal: desde lo relacionado con las identidades hasta lo laboral y lo relacional, todo pasa por que los hombres ocupen una posición de referencia sobre las mujeres.
Esa es la construcción social, es decir, el marco para que la realidad se configure de un determinado modo. Pero siendo la referencia común y universal, no es obligatoria. No se puede imponer a la fuerza, porque eso levantaría las críticas y llevaría a que, ante su inflexibilidad, se produjera la quiebra. Por eso la cultura necesita de toda su capacidad de influir para que la mayoría de la sociedad adopte esas referencias de forma natural. Y también necesita de su capacidad para premiar a quienes reconoce como buenos hombres y buenas mujeres. Y de castigar a los que no las adopten, para que no les salga gratis su osadía. Como vemos, no impone, pero obliga.
La fuerza de este entramado es tan marcada, que, por ejemplo, se cuestiona más al hombre que se aparta de sus roles que al hombre que maltrata para conseguir mantenerlos; y se ataca más a la mujer que se rebela y denuncia la violencia de género sufrida que a aquella otra mujer que se resigna sumisa ante las imposiciones de la cultura y su hombre.
El machismo ha tomado estas referencias y ha situado en los hombres su guarda y custodia para que la convivencia se articule a partir de ellas. Esta es la razón por la que se encuentra todavía en los estudios sociológicos un porcentaje de población que explícitamente reconoce que la violencia de género está justificada en algunas circunstancias, concretamente un 3% de la población de la UE, según el Eurobarómetro de 2010, e incluso un 1% que afirma que está justificada en todas las ocasiones. Y por ello también hay un porcentaje en la población más joven (10%) que considera que ante una discusión, el hombre es el que debe tener la última palabra.
No debe sorprendernos, la situación actual es la consecuencia de la anterior, y ésta de la situación previa, del mismo modo que la previa lo fue de la antecedente..., así hasta el origen del machismo hace miles de años. La sorpresa no es que se remonte mucho tiempo atrás, sino que no se haya acabado con la injusticia que genera mucho antes. La sociedad ha cambiado, pero lo ha hecho fundamentalmente debido a las mujeres, quienes de forma individual o de forma organizada, y siempre bajo la luz aportada por el feminismo al cuestionar el orden dado de la desigualdad, han ido rompiendo los límites impuestos y desmontando los argumentos dados por una cultura interesada y androcéntrica.
Los hombres no han querido modificar el orden dado ni las reglas de juego, y eso no es casualidad. Cuando la mayoría de los hombres no han hecho nada ante la objetividad de la desigualdad y la injusticia del machismo, y han permanecido impasibles frente a la violencia de género, la discriminación de las mujeres, la mayor tasa de paro en ellas, la precariedad laboral que les afecta, el menor salario ante igual trabajo, la mayor pobreza que las envuelve, las tasas de analfabetismo más altas..., no puede ser por casualidad. Todo lo contrario, la deducción es muy sencilla y directa, e indica que los hombres se benefician de la violencia de género, de la discriminación de las mujeres; quiere decir que los hombres sufren menos paro, que tienen menor precariedad laboral, mayor salario, menor pobreza, menos analfabetismo....
Todo ello significa que los hombres disfrutan de una serie de privilegios que los lleva a una riqueza de derechos y oportunidades respecto a las mujeres, aunque luego también estén padeciendo una serie de consecuencias negativas que la desigualdad reserva para ellos, y que no quieren ver o están dispuestos a asumir con tal de no perder sus otras ventajas. Sea por una razón o por otra, el caso es que nunca se han planteado cambiar la cultura que desarrollaron a su imagen y semejanza.
El machismo es toda esa construcción social, no sólo el exceso en algunas de sus manifestaciones. El machismo es el orden impuesto de la desigualdad que da origen a todas las conductas que terminan en las expresiones que luego se cuestionan (violencia, discriminación, abuso...) cuando superan el umbral considerado como normal por la sociedad en cada momento histórico.
Lo ha hecho a lo largo del tiempo y ahora continúa adaptando el mensaje a la situación actual a través del posmachismo. Siempre ha sido esa su estrategia: cambiar para seguir igual. Cambiar en las formas, ceder tiempos y espacios, para mantener el poder de influir, premiar y castigar.
El machismo te necesita. Tú formas parte de la cultura que establece la desigualdad entre hombres y mujeres como referencia para articular la convivencia, y que deja en los hombres la capacidad de interpretar la realidad y de imponer su criterio.
Machismo eres tú si no haces algo para dejar de serlo. No hay neutralidad. O se hace algo para alcanzar la Igualdad y erradicar la violencia de género, o se está haciendo para que continúe la desigualdad y la violencia que ya existen.
El machismo y los machistas lo saben. Tú deberías saberlo también para actuar en consecuencia y evitar que te utilicen.
Este post fue publicado originalmente en el blog del autor