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El dilema del cambio climático: ¿luz al final de los gases invernadero?

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Chacaltaya, a 5.400 metros de altura en la Cordillera Real de los Andes bolivianos, fue la pista de esquí más alta del mundo entre 1979 y 1980


Probablemente ya lo haya escuchado muchas veces: "La historia humana se convierte cada vez más en una carrera entre la educación y la catástrofe". En términos de cambio climático, la famosa cita de H. G. Wells nunca estuvo más vigente.

Cuando hablamos de la crisis del cambio climático, la ciencia aún no ha establecido un punto de inflexión; mientras, los países siguen soportando eventos climáticos extremos, veranos más cálidos y extensos y cambios bruscos en los patrones de precipitación que incrementan el riesgo de inseguridad alimentaria y de infraestructura. Las temperaturas crecientes, la acidificación de los océanos y demás cambios ecosistémicos están llevando a muchísimas especies a enfrentar la extinción a un ritmo nunca visto en millones de años.

Recientemente advertí en este mismo blog respecto al rápido crecimiento en la concentración de gases de efecto invernadero, y destaqué que las soluciones conocidas no alcanzan para poner freno a los trastornos climáticos.

La gente ha tomado las calles para expresar su preocupación. En septiembre, en el marco de la Cumbre para el Cambio Climático de la ONU, miles de ciudadanos preocupados marcharon en la ciudad de Nueva York y en todo el mundo para generar conciencia en torno al tema del cambio climático.

Mientras que este y otros esfuerzos cobran impulso, la reciente publicación de evidencias científicas contundentes por parte del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) apunta a un escenario difícil.

Para mantenernos por debajo de la meta de 2 grados, y a un precio manejable, necesitamos recortar la emisión de gases de efecto invernadero entre un 40% y un 70% para el año 2050 (comparado con los niveles de 2010), y a cero o menos para el 2100. No quedan dudas de que esto es extremadamente difícil, especialmente si nos enfrentamos al hecho de lo que los países están realmente dispuestos a hacer.

Pero hay cosas que apuntan a cambios en este aspecto, evidenciado por los muchos compromisos asumidos en Nueva York y por un ambiente político que se está tornando más propicio para un nuevo y más potente acuerdo internacional. Este acuerdo podría firmarse durante la reunión de las partes de la Convención marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que se llevará a cabo en París en 2015 -y que está anclada en "contribuciones previstas establecidas a nivel nacional" (INDC, por sus siglas en inglés), un aforismo político para describir la intención de un país de recortar su nivel general de emisiones frente a un punto de referencia predeterminado-.

Los países se reunirán en Lima, Perú, entre el 1 y el 12 de diciembre para la última Conferencia de las Partes de la convención climática previa al histórico acuerdo que se espera en París. Lo que ocurra entonces servirá de barómetro para lo que acontecerá en París dentro de un año.

Dado que las emisiones provenientes de los países en desarrollo son cada vez más elevadas, estos se han vuelto más receptivos a la idea de hacer lo que les toca para abordar el desafío climático. Al mismo tiempo, las emisiones per cápita y acumulativas de los países desarrollados en general siguen siendo más elevadas, por lo que seguirán siendo una parte importante de la solución.

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En un acuerdo histórico que involucra a Estados Unidos y China, esta última acordó limitar sus emisiones para el año 2030, si no antes. Hace ya algunos años que China es el mayor emisor, pero esta es la primera vez que está dispuesta a proponer un acuerdo para limitarlas en el futuro próximo. Estados Unidos, por su parte, se ha comprometido a reducir sus propias emisiones a entre un 26% y un 28% por debajo de los niveles de 2005 para el año 2025.

Hay un aspecto que une con firmeza a los países emergentes: al modificar sus modelos de desarrollo hacia economías resilientes de bajo carbono, por ejemplo pasando de fuentes de energía más baratas pero altamente contaminantes a fuentes más limpias y renovables, han sido constantes a la hora de buscar asistencia financiera -incluida la transferencia de tecnología- en el mundo desarrollado. Esta ayuda es considerada esencial para que estos países puedan realizar la transición necesaria a medida que mejoran las condiciones económicas, mientras se trata el impacto del cambio climático a través de respuestas adaptativas.

El Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) ha actuado desde muy temprano, proporcionando más de 4,000 millones de dólares en subvenciones a países en desarrollo para apoyar proyectos de mitigación y adaptación, además de fomentar el conocimiento y manejo de herramientas e infraestructuras en más de 168 países en desarrollo y economías en transición.

En los próximos cuatro años, el FMAM tendrá a disposición otros 3000 millones de dólares para los países en desarrollo, y podrá movilizar hasta 30.000 millones de dólares en recursos de otras fuentes, para ayudar a acelerar el financiamiento climático durante este período crítico.

Y aún hay más. Para poder mejorar significativamente la disponibilidad de asistencia financiera a países en desarrollo, se creó el Fondo Verde para el Clima (GCF, por sus siglas en inglés) que operará junto con el FMAM como un mecanismo de financiamiento para la convención sobre cambio climático. El 20 de noviembre se anunciaron los compromisos de 21 países, llegando a un total de 9300 millones de dólares para el GCF.

El apoyo prometido por Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia y muchos otros son vistos como un hito significativo en las negociaciones que se llevan a cabo para concretar un acuerdo climático mundial. El GCF tendrá un papel particularmente importante en la atracción de recursos del sector privado, considerados esenciales para lograr la transformación a nivel mercado necesaria para alcanzar los objetivos establecidos por las partes de la convención.

El FMAM complementará el trabajo del GCF, que se espera esté operativo hacia fines de 2015.

El ímpetu que significa un mayor compromiso con la reducción de emisiones por parte de países desarrollados y en desarrollo, junto a un nivel de financiamiento climático mucho mayor, abre un punto de esperanza como hace mucho años no se veía. Con esto, existe la esperanza de que no tengamos que enfrentarnos a grandes catástrofes antes de vernos obligados a tomar acciones mucho más costosas.

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