En 1714 se publicó un breve texto que iba a convertirse en una de las primeras metáforas del liberalismo económico. La fábula de las abejas, o de cómo los vicios privados traen consigo beneficios públicos, fue escrita por Bernard Mandeville. En ella, Mandeville imaginaba una colmena llena de abejas especializadas en diferentes oficios: jueces, médicos, obreros, sacerdotes, músicos, etc. En la mayoría de los casos existía la corrupción: los jueces aceptaban sobornos, los médicos cedían al pecado y los curas también hacían de las suyas... ¿Cómo era posible que este entramado de depravación se mantuviera en pie? De manera espontánea, la combinación de todos estos actos impuros acababa generando necesidades, actividad económica y, por último, riqueza. De los actos inmorales, la sociedad producía beneficios para todos.
La fábula de las abejas criticaba a las autoridades que, erigidas como faros morales de la civilización, prohibirían el fraude, provocando con ello la quiebra absoluta de la colmena.
Este razonamiento moral y económico sirvió durante un tiempo para nuestro país. La España corrupta no es cosa de estos últimos meses, sino que lo es desde que los medios de comunicación, liberados de la censura, comenzaron a publicar, con mayor o menor desinterés, informaciones sobre comisionistas a cargo de los principales partidos de la democracia postfranquista.
Si el panal español se mantuvo a flote con ideas como las de Mandeville -que tienen, hoy, trescientos años-, ha llegado un momento en que no hay provisión pública que defender a cuenta de los innumerables delitos cometidos. España lleva siete años de crisis, sin solución alguna para reducir los cinco millones de parados, para la abultada deuda pública y la descomunal deuda privada. Cada vez hay más indicadores que sugieren la llegada a un punto de inflexión, a un momento en el que las masas comienzan a percibir que el sistema de dominación ha dejado de compensarles. La degeneración puede, por supuesto, continuar durante algunos años más, pero los últimos acontecimientos revelan que existe una situación de no retorno, un hartazgo que puede ser sistémicamente destructivo.
¿Qué pasaría si Podemos, por ejemplo, se erigiera como el partido más votado en España? La mayoría de las teorías sobre el poder y la democracia son bastante pesimistas: el nuevo partido dirigiría un sistema de dominación sin demasiadas diferencias con los anteriores; la furia de las masas solo habría servido para cambiar a unos individuos por otros. Pero las teorías fallan, sobre todo en las ciencias sociales.
¿Qué ocurrirá en realidad? Ahora mismo es difícil hacerse una idea. Pero las élites -ese entramado relacional entre distintos tipos de políticos, empresas, finanzas nacionales e internacionales y directivos europeos- deberían comenzar a elaborar una estrategia productora de riqueza, empleo y bienestar, como ya se hizo en los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado en las naciones democráticas de Europa. Este cambio de rumbo podría ser compatible con una nueva élite política en el gobierno, que permitiera disfrazar esta reacción de revolución democrática y progresista. Para eso vivimos, como dijo Debord, en una Sociedad del espectáculo.
No obstante, y dada la estructura de las grandes multinacionales hoy día -fábricas en el Tercer Mundo o países emergentes, tributos en Suiza o Luxemburgo y sede oficial en España-, parece un poco difícil imaginar ese golpe de timón. Habrá que seguir atentos. Por lo pronto, la Historia nos recuerda que Europa suele reaccionar siempre bastante tarde.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog www.molestaresloquecuenta.blogspot.com
La fábula de las abejas criticaba a las autoridades que, erigidas como faros morales de la civilización, prohibirían el fraude, provocando con ello la quiebra absoluta de la colmena.
Este razonamiento moral y económico sirvió durante un tiempo para nuestro país. La España corrupta no es cosa de estos últimos meses, sino que lo es desde que los medios de comunicación, liberados de la censura, comenzaron a publicar, con mayor o menor desinterés, informaciones sobre comisionistas a cargo de los principales partidos de la democracia postfranquista.
Si el panal español se mantuvo a flote con ideas como las de Mandeville -que tienen, hoy, trescientos años-, ha llegado un momento en que no hay provisión pública que defender a cuenta de los innumerables delitos cometidos. España lleva siete años de crisis, sin solución alguna para reducir los cinco millones de parados, para la abultada deuda pública y la descomunal deuda privada. Cada vez hay más indicadores que sugieren la llegada a un punto de inflexión, a un momento en el que las masas comienzan a percibir que el sistema de dominación ha dejado de compensarles. La degeneración puede, por supuesto, continuar durante algunos años más, pero los últimos acontecimientos revelan que existe una situación de no retorno, un hartazgo que puede ser sistémicamente destructivo.
¿Qué pasaría si Podemos, por ejemplo, se erigiera como el partido más votado en España? La mayoría de las teorías sobre el poder y la democracia son bastante pesimistas: el nuevo partido dirigiría un sistema de dominación sin demasiadas diferencias con los anteriores; la furia de las masas solo habría servido para cambiar a unos individuos por otros. Pero las teorías fallan, sobre todo en las ciencias sociales.
¿Qué ocurrirá en realidad? Ahora mismo es difícil hacerse una idea. Pero las élites -ese entramado relacional entre distintos tipos de políticos, empresas, finanzas nacionales e internacionales y directivos europeos- deberían comenzar a elaborar una estrategia productora de riqueza, empleo y bienestar, como ya se hizo en los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado en las naciones democráticas de Europa. Este cambio de rumbo podría ser compatible con una nueva élite política en el gobierno, que permitiera disfrazar esta reacción de revolución democrática y progresista. Para eso vivimos, como dijo Debord, en una Sociedad del espectáculo.
No obstante, y dada la estructura de las grandes multinacionales hoy día -fábricas en el Tercer Mundo o países emergentes, tributos en Suiza o Luxemburgo y sede oficial en España-, parece un poco difícil imaginar ese golpe de timón. Habrá que seguir atentos. Por lo pronto, la Historia nos recuerda que Europa suele reaccionar siempre bastante tarde.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog www.molestaresloquecuenta.blogspot.com