Cuando era pequeña estudié en un colegio de monjas. La verdad es que fue por propia elección (mis amigos iban allí), pero con el tiempo, entre esas cuatro santas paredes, dejé de creer en nada que no pudiera ver, oír o tocar con la misma libertad con la que empecé a hacerlo. A mi padre le hubiera gustado que hubiera sido un poco antes y haberme evitado la comunión, pero qué se le va a hacer.
Los recuerdos que guardo de esa época son todos bastante buenos, pero recientemente, haciendo una entrevista, me vino como un flashback una imagen a la cabeza: el de la monja-profesora de música que todos, todos los días, nos decía al salir de clase: "Sonríe, es gratis".
Con quien hablaba y que despertó ese recuerdo enterrado en el fondo de mi memoria, era Antonio Esquivias, un exnumerario del Opus Dei que después de 30 años en la organización ahora lucha para que se le reconozcan sus derechos laborales y está escribiendo un libro con todas sus experiencias. Concretamente, me contaba que una de las normas de la organización era "estar alegre". No me especificó si esa norma tenía que cumplirse a la vez que hacía las dos horas de cilicio al día, a la vez que dormía en el suelo una vez a la semana (y gracias, si hubiese sido mujer, todos los días encima de una tabla) o a la vez semanal en la que debía darse latigazos con "las disciplinas" en espalda y trasero.
Pero aunque su pasado religioso y el mío estén a años luz de distancia, quizá el interés que siempre me han despertado el cómo afectan las religiones a las sociedades y a los individuos, me dejó pensando tras dos horas de conversación en cómo de distinta habría sido mi vida en una organización como el Opus Dei.
La despersonalización como control
Yo vivo en Berlín desde hace un año, una de las ciudades más individualistas, auténticas y más "vive y deja vivir" probablemente de todo el mundo (tanto para lo bueno como para lo malo). Por eso, una de las cosas que más me sorprendió es el nivel de despersonalización del que me hablaba Antonio y que es la verdadera sombra que está detrás de todas las normas, cotidianas o puntuales, de las que él me hablaba. Me sorprendió quizá más incluso que las mortificaciones -de las que lamentablemente todas las religiones están plagadas-, porque es un tipo de control que va directo al subconsciente, que se anida ahí y que condiciona cómo ese individuo crece y se forma. Empezando por la sexualidad, uno de los factores más privados del ser humano y que más influye en la formación de la personalidad, que es cohibida antes incluso de que aparezcan sus primeros indicios. Algo que para mí es tan físico e instintivo que nunca he tenido que plantearme que fuese de otra manera, para Antonio no apareció hasta cumplidos los 44 años, con su primera masturbación. Y no sólo se condena el acto físico; el hecho de pensar en él o de sentirse atraído por alguien, podía valerle que su próximo destino fuera a cientos de kilómetros de su familia que, por otro lado, ya no era su familia.
Antonio era un robot. Un robot que se encendía cada día con el "minuto heroico", que no es otra cosa que levantarse según suena el despertador, en su caso a las 6:30 de la mañana. Algo inconcebible para mí, que soy de las que pone la alarma un ratito antes de la hora para disfrutar del gusto de darle a "posponer". Pero si la motivación flaquea, acto seguido viene una ducha de agua fría que Antonio debía ofrecer al fundador de la Obra. El resto de un día en su vida se resumía en estudiar, ir a clases y rezar. Hasta los libros que leía estaban controlados y clasificados del 1 al 6 por niveles, siendo a partir del 4 tan "peligrosos" como el de Joseph Ratzinger, cuya doctrina "se alejaba" tanto de la del Opus Dei que tuvo que pedir permiso para leerlo. Me pregunto en qué clasificación estarían los libros que ahora mismo reposan en mi mesilla: Cómo ser mujer, todo un manifiesto feminista de Caitlin Moran y La habitación oscura de Isaac Rosa una crítica a la sociedad actual en forma de orgía.
Pequeños placeres
Pero no es sólo la sexualidad o la literatura lo que lo tenía despersonalizado. Cada pequeño placer era susceptible de pasar a engrosar su "lista de mortificaciones": renuncias de cosas cotidianas que ofrecía como muestra de entrega espiritual. Quitarse del azúcar del café, no beber agua con las comidas o no apoyar la espalda en el asiento mientras trabajaba eran algunas de las pequeñas mortificaciones de la lista de Antonio. Actos que yo ni considero placeres, sino tan naturales o tan obvios como el respirar. Yo me tendría que quitar más bien del capítulo semanal de The Walking Dead, los croissant o utilizar post-it de colores en la oficina. Eso sí que son placeres.
Sin embargo, no es mi intención frivolizar con este asunto, y la comparación más allá de lo anecdótico es sólo una forma de contar lo que mucha gente aún quiere ocultar, porque detrás del nombre de Antonio están los de decenas o centenares de personas. No se tiene una cifra exacta porque no hay ningún tipo de registro de quién entra o quién sale de la organización. Grupos de exmiembros como Opuslibros.org llevan años sacando a la luz el verdadero rostro del Opus Dei, no sin pasar por los tribunales. Muchos están ya cansados de hablar. Otros, como Antonio, han necesitado de mucho tiempo para explicarse cómo estuvieron tantos años dentro.
"Es difícil de explicar, ni si quiera yo viéndolo ahora con distancia, me lo explico", me repetía una y otra vez en nuestra conversación, a modo de justificación. Y es que lo que para mí son dos horas de entrevista, es en realidad una mínima parte de los 30 años que Antonio vivió en la Obra, desde que se hizo numerario con 16 años en medio de una dictadura en la que "el Opus Dei era de lo más moderno de la Iglesia". Hacerse una idea, siquiera remota, de lo que es eso, es imposible.
Ahora lleva una vida muy distinta, casado con una mujer musulmana con tres hijos de un matrimonio anterior y una hija en común. Está aprendiendo a descubrir qué cosas le gustan de la vida, como qué platos pedir en un restaurante, y a apreciar el cariño y la alegría (la de verdad) después de pasar por una tremenda depresión. Por fin, tras años de silencio, quiere poner nombres y apellidos a una organización que a día de hoy aún cuenta con un poder inimaginable en las esferas político-económicas de nuestro país. Por eso, está escribiendo un libro con la editorial Libros.com y busca mecenas que apoyen su publicación, que le ayuden a echar la vista atrás y explicar así al mundo y a él mismo, lo que es realmente el Opus Dei.
Los recuerdos que guardo de esa época son todos bastante buenos, pero recientemente, haciendo una entrevista, me vino como un flashback una imagen a la cabeza: el de la monja-profesora de música que todos, todos los días, nos decía al salir de clase: "Sonríe, es gratis".
Con quien hablaba y que despertó ese recuerdo enterrado en el fondo de mi memoria, era Antonio Esquivias, un exnumerario del Opus Dei que después de 30 años en la organización ahora lucha para que se le reconozcan sus derechos laborales y está escribiendo un libro con todas sus experiencias. Concretamente, me contaba que una de las normas de la organización era "estar alegre". No me especificó si esa norma tenía que cumplirse a la vez que hacía las dos horas de cilicio al día, a la vez que dormía en el suelo una vez a la semana (y gracias, si hubiese sido mujer, todos los días encima de una tabla) o a la vez semanal en la que debía darse latigazos con "las disciplinas" en espalda y trasero.
Pero aunque su pasado religioso y el mío estén a años luz de distancia, quizá el interés que siempre me han despertado el cómo afectan las religiones a las sociedades y a los individuos, me dejó pensando tras dos horas de conversación en cómo de distinta habría sido mi vida en una organización como el Opus Dei.
La despersonalización como control
Yo vivo en Berlín desde hace un año, una de las ciudades más individualistas, auténticas y más "vive y deja vivir" probablemente de todo el mundo (tanto para lo bueno como para lo malo). Por eso, una de las cosas que más me sorprendió es el nivel de despersonalización del que me hablaba Antonio y que es la verdadera sombra que está detrás de todas las normas, cotidianas o puntuales, de las que él me hablaba. Me sorprendió quizá más incluso que las mortificaciones -de las que lamentablemente todas las religiones están plagadas-, porque es un tipo de control que va directo al subconsciente, que se anida ahí y que condiciona cómo ese individuo crece y se forma. Empezando por la sexualidad, uno de los factores más privados del ser humano y que más influye en la formación de la personalidad, que es cohibida antes incluso de que aparezcan sus primeros indicios. Algo que para mí es tan físico e instintivo que nunca he tenido que plantearme que fuese de otra manera, para Antonio no apareció hasta cumplidos los 44 años, con su primera masturbación. Y no sólo se condena el acto físico; el hecho de pensar en él o de sentirse atraído por alguien, podía valerle que su próximo destino fuera a cientos de kilómetros de su familia que, por otro lado, ya no era su familia.
Antonio era un robot. Un robot que se encendía cada día con el "minuto heroico", que no es otra cosa que levantarse según suena el despertador, en su caso a las 6:30 de la mañana. Algo inconcebible para mí, que soy de las que pone la alarma un ratito antes de la hora para disfrutar del gusto de darle a "posponer". Pero si la motivación flaquea, acto seguido viene una ducha de agua fría que Antonio debía ofrecer al fundador de la Obra. El resto de un día en su vida se resumía en estudiar, ir a clases y rezar. Hasta los libros que leía estaban controlados y clasificados del 1 al 6 por niveles, siendo a partir del 4 tan "peligrosos" como el de Joseph Ratzinger, cuya doctrina "se alejaba" tanto de la del Opus Dei que tuvo que pedir permiso para leerlo. Me pregunto en qué clasificación estarían los libros que ahora mismo reposan en mi mesilla: Cómo ser mujer, todo un manifiesto feminista de Caitlin Moran y La habitación oscura de Isaac Rosa una crítica a la sociedad actual en forma de orgía.
Pequeños placeres
Pero no es sólo la sexualidad o la literatura lo que lo tenía despersonalizado. Cada pequeño placer era susceptible de pasar a engrosar su "lista de mortificaciones": renuncias de cosas cotidianas que ofrecía como muestra de entrega espiritual. Quitarse del azúcar del café, no beber agua con las comidas o no apoyar la espalda en el asiento mientras trabajaba eran algunas de las pequeñas mortificaciones de la lista de Antonio. Actos que yo ni considero placeres, sino tan naturales o tan obvios como el respirar. Yo me tendría que quitar más bien del capítulo semanal de The Walking Dead, los croissant o utilizar post-it de colores en la oficina. Eso sí que son placeres.
Sin embargo, no es mi intención frivolizar con este asunto, y la comparación más allá de lo anecdótico es sólo una forma de contar lo que mucha gente aún quiere ocultar, porque detrás del nombre de Antonio están los de decenas o centenares de personas. No se tiene una cifra exacta porque no hay ningún tipo de registro de quién entra o quién sale de la organización. Grupos de exmiembros como Opuslibros.org llevan años sacando a la luz el verdadero rostro del Opus Dei, no sin pasar por los tribunales. Muchos están ya cansados de hablar. Otros, como Antonio, han necesitado de mucho tiempo para explicarse cómo estuvieron tantos años dentro.
"Es difícil de explicar, ni si quiera yo viéndolo ahora con distancia, me lo explico", me repetía una y otra vez en nuestra conversación, a modo de justificación. Y es que lo que para mí son dos horas de entrevista, es en realidad una mínima parte de los 30 años que Antonio vivió en la Obra, desde que se hizo numerario con 16 años en medio de una dictadura en la que "el Opus Dei era de lo más moderno de la Iglesia". Hacerse una idea, siquiera remota, de lo que es eso, es imposible.
Ahora lleva una vida muy distinta, casado con una mujer musulmana con tres hijos de un matrimonio anterior y una hija en común. Está aprendiendo a descubrir qué cosas le gustan de la vida, como qué platos pedir en un restaurante, y a apreciar el cariño y la alegría (la de verdad) después de pasar por una tremenda depresión. Por fin, tras años de silencio, quiere poner nombres y apellidos a una organización que a día de hoy aún cuenta con un poder inimaginable en las esferas político-económicas de nuestro país. Por eso, está escribiendo un libro con la editorial Libros.com y busca mecenas que apoyen su publicación, que le ayuden a echar la vista atrás y explicar así al mundo y a él mismo, lo que es realmente el Opus Dei.