La excesiva regulación produce monstruos, sobre todo en la universidad española. Goza de buena prensa esta palabra en España, regulación, porque hay quien la identifica con justicia social. Craso error cuando a lo que nos referimos es al acceso de los más capaces a las plazas de profesorado universitario.
Seguimos a vuelta con la endogamia cuando en otros países se han implantado desde hace décadas procedimientos que han erradicado el problema con garantías. De hecho, este es un tema del que en la universidad norteamericana nadie habla como ya no se habla del tifus o la cólera que, al menos en occidente, afortunadamente pasaron a mejor vida hace mucho tiempo.
En este tema más es menos. En Estados Unidos no hay ninguna agencia gubernamental de evaluación del profesorado que habilite a nadie para enseñar. Ni falta que hace. Son los propios centros los que se aseguran de que contratan a los más capaces por la cuenta que les tiene. Ayuda que hay competencia entre universidades y suficientes incentivos salariales y profesionales para fomentar la movilidad. Pero sobre todo que la información fluye y hay transparencia en los procesos de contratación.
¿Cómo se logra eso? Con sistemas de contrataciones libres y descentralizados por centros en los que las barreras son mínimas y la publicidad a la hora de anunciar las plazas es máxima. Visto desde aquí, eso de que salga una plaza y solo se presente una persona como leí que sucedió en la Universidad de Málaga, suena a broma.
Las universidades norteamericanas anuncian las plazas de profesores a través de una serie de canales (chronicle.com, higheredjobs.com, etc.) que todos aquellos profesores que buscan trabajo conocen. Aparecen plazas diariamente. Generalmente, y generalizo un poco valga la redundancia, las universidades exigen una documentación inicial nada engorrosa que acredite que uno está capacitado para enseñar (syllabus, evaluaciones de alumnos, una exposición de la filosofía del profesor en el aula, etc.), un CV, publicaciones y un listado de referencias.
A los candidatos seleccionados se les realiza una entrevista por teléfono y a los finalistas se les invita a una entrevista en el campus. Durante el par de días que duran las entrevistas, los candidatos se entrevistan con el comité de búsqueda (formado normalmente por otros profesores del departamento en el que se va a trabajar), el decano, estudiantes, miembros de otros departamentos, etc.
A los candidatos se les exige que impartan una clase a un grupo de alumnos y que presenten su agenda investigadora a profesores del mismo y otros departamentos. Importa mucho el perfil personal, que encaje bien con el resto de miembros del departamento.
Finalmente el comité de búsqueda realiza una recomendación que ha de ser rubricada por el decano. Al final del proceso, un mínimo de 25-30 personas dará algún tipo de feedback sobre el candidato.
Siempre me ha chocado el contraste entre el sistema anglosajón y la hiperburocratización de órganos como la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) con esos nombres tan pomposos y esos delirios de grandeza. Preparar la documentación para la ANECA exige una serie trámites casi vejatorios de los candidatos que se pasan la vida asistiendo a seminarios para que les den 10 puntitos por aquí y 5 por allá, o pidiendo cartas cuando acuden a un congreso internacional para demostrar que estuvieron allí haciendo una presentación bajo la mirada perpleja de los organizadores que insisten una y otra vez que para qué hace falta la carta si ya se ve en el libreto que su nombre aparece, junto a la sesión y el título del artículo.
En lugar de dedicarse a enseñar e investigar, el candidato a ser habilitado por la ANECA pasa gran parte de su tiempo aprendiéndose la jerga, por ejemplo la diferencia entre una copia certificada, compulsada o conformada, o clasificando originales y fotocopias de cada conferencia, reunión o seminario en el que ha estado. Cualquier olvido, cabo suelto o campo sin rellenar puede dejarle a uno fuera de juego hasta la próxima convocatoria.
Eso cuando el candidato no trata de averiguar que miembros evaluarán su dossier con el fin de contactar a alguien de su círculo que pudiera conocerlos para tener más pegada. Tampoco es infrecuente que haya gente que recurra a la agencia autonómica de turno para que le acredite, si tiene mejores contactos, si ha fracasado con la agencia nacional.
¿Y al final para qué? No será mejor ver a un candidato en acción enseñando una clase que meramente leer las clases que ha enseñado en un papel, eso sí, debidamente sellado y conformado por la institución de turno? Uno, después de todo, puede pasarse toda la vida dando clase y seguir siendo un manta.
¿No será mejor que las personas que seleccionen a los candidatos sean especialistas en su campo de conocimiento que no, como sucede en la ANECA, gente de otras áreas a veces con una reputación como investigadores que deja mucho que desear y que se escudan en el anonimato para tomar decisiones con más frecuencia de lo deseable son arbitrarias?
Qué el sistema está inventado, hombre. Copiémoslo.
Seguimos a vuelta con la endogamia cuando en otros países se han implantado desde hace décadas procedimientos que han erradicado el problema con garantías. De hecho, este es un tema del que en la universidad norteamericana nadie habla como ya no se habla del tifus o la cólera que, al menos en occidente, afortunadamente pasaron a mejor vida hace mucho tiempo.
En este tema más es menos. En Estados Unidos no hay ninguna agencia gubernamental de evaluación del profesorado que habilite a nadie para enseñar. Ni falta que hace. Son los propios centros los que se aseguran de que contratan a los más capaces por la cuenta que les tiene. Ayuda que hay competencia entre universidades y suficientes incentivos salariales y profesionales para fomentar la movilidad. Pero sobre todo que la información fluye y hay transparencia en los procesos de contratación.
¿Cómo se logra eso? Con sistemas de contrataciones libres y descentralizados por centros en los que las barreras son mínimas y la publicidad a la hora de anunciar las plazas es máxima. Visto desde aquí, eso de que salga una plaza y solo se presente una persona como leí que sucedió en la Universidad de Málaga, suena a broma.
Las universidades norteamericanas anuncian las plazas de profesores a través de una serie de canales (chronicle.com, higheredjobs.com, etc.) que todos aquellos profesores que buscan trabajo conocen. Aparecen plazas diariamente. Generalmente, y generalizo un poco valga la redundancia, las universidades exigen una documentación inicial nada engorrosa que acredite que uno está capacitado para enseñar (syllabus, evaluaciones de alumnos, una exposición de la filosofía del profesor en el aula, etc.), un CV, publicaciones y un listado de referencias.
A los candidatos seleccionados se les realiza una entrevista por teléfono y a los finalistas se les invita a una entrevista en el campus. Durante el par de días que duran las entrevistas, los candidatos se entrevistan con el comité de búsqueda (formado normalmente por otros profesores del departamento en el que se va a trabajar), el decano, estudiantes, miembros de otros departamentos, etc.
A los candidatos se les exige que impartan una clase a un grupo de alumnos y que presenten su agenda investigadora a profesores del mismo y otros departamentos. Importa mucho el perfil personal, que encaje bien con el resto de miembros del departamento.
Finalmente el comité de búsqueda realiza una recomendación que ha de ser rubricada por el decano. Al final del proceso, un mínimo de 25-30 personas dará algún tipo de feedback sobre el candidato.
Siempre me ha chocado el contraste entre el sistema anglosajón y la hiperburocratización de órganos como la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) con esos nombres tan pomposos y esos delirios de grandeza. Preparar la documentación para la ANECA exige una serie trámites casi vejatorios de los candidatos que se pasan la vida asistiendo a seminarios para que les den 10 puntitos por aquí y 5 por allá, o pidiendo cartas cuando acuden a un congreso internacional para demostrar que estuvieron allí haciendo una presentación bajo la mirada perpleja de los organizadores que insisten una y otra vez que para qué hace falta la carta si ya se ve en el libreto que su nombre aparece, junto a la sesión y el título del artículo.
En lugar de dedicarse a enseñar e investigar, el candidato a ser habilitado por la ANECA pasa gran parte de su tiempo aprendiéndose la jerga, por ejemplo la diferencia entre una copia certificada, compulsada o conformada, o clasificando originales y fotocopias de cada conferencia, reunión o seminario en el que ha estado. Cualquier olvido, cabo suelto o campo sin rellenar puede dejarle a uno fuera de juego hasta la próxima convocatoria.
Eso cuando el candidato no trata de averiguar que miembros evaluarán su dossier con el fin de contactar a alguien de su círculo que pudiera conocerlos para tener más pegada. Tampoco es infrecuente que haya gente que recurra a la agencia autonómica de turno para que le acredite, si tiene mejores contactos, si ha fracasado con la agencia nacional.
¿Y al final para qué? No será mejor ver a un candidato en acción enseñando una clase que meramente leer las clases que ha enseñado en un papel, eso sí, debidamente sellado y conformado por la institución de turno? Uno, después de todo, puede pasarse toda la vida dando clase y seguir siendo un manta.
¿No será mejor que las personas que seleccionen a los candidatos sean especialistas en su campo de conocimiento que no, como sucede en la ANECA, gente de otras áreas a veces con una reputación como investigadores que deja mucho que desear y que se escudan en el anonimato para tomar decisiones con más frecuencia de lo deseable son arbitrarias?
Qué el sistema está inventado, hombre. Copiémoslo.