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Los portadores de sueños

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Maribel Verdú es una lectora inagotable desde que era niña. En los primeros años que la conocí, hablaba de Scott Fitzgerald o Truman Capote. Le hacía ilusión que le regalara libros dedicados de Ignacio Martínez de Pisón, Mariano Gistaín, Javier Tomeo, Antón Castro, David Trueba, Bernardo Atxaga, Enrique Vila-Matas o Antonio Muñoz Molina. Y, luego, aún le hacía más ilusión conocer a los escritores que leía. Maribel siempre va acompañada de un par de libros. Cuando un libro le vuelve loca, enseguida nos enteramos todos los amigos. Maribel no es de las que esconde sus mejores emociones. Uno de esos libros fue Pétalos de luna, la primera novela en solitario de María Pilar Clau. Para ella fue un placer presentarla en La casa del libro de Madrid, el año pasado, junto a Jorge Sanz. El público que asistió no estaba acostumbrado a escuchar a Maribel detallando el encanto de una novela.

A Maribel, cómo no, le privan las librerías exquisitas. Cuando hace teatro en Zaragoza, se aloja en el Gran Hotel. Un día, en el paseo del hotel al Teatro Principal, a la altura de la calle Blancas, le dije: "Te voy a enseñar una librería de la que no vas a querer salir". Fue la primera vez que entró en Los portadores de sueños. Conoció a Eva Cosculluela y Félix González y, de inmediato, les nombró sus libreros de cabecera. La librería le caía de paso, y allí se metía cada dos por tres. Maribel charlaba y se reía con ellos, intercambiaba sugerencias y se llevaba un montón de libros. Luego, aunque ya estuviera en Madrid, cada vez que leía un libro recomendado por Eva o Félix, les llamaba para comentarlo, para hacer un libro-fórum telefónico. Maribel es un ejemplo buenísimo de los amigoclientes que suelen provocar Eva y Félix.

Les conocí en el restaurante Casa Emilio. Los trajo a una cena el escritor Félix Romeo, incomparable introductor en mi vida de cosas y de gente que se han quedado. El que no se ha quedado es él, maldita sea, ni José Antonio Labordeta, ni Javier Tomeo, tres seres a los que a menudo recuerdo a la vez, en el mismo plano secuencia, y cuya ausencia sigo, seguimos, sin digerir.

Hace once años, Eva Cosculluela, ingeniera informática, y Félix González, estadístico, trabajaban en una consultora informática, de la que Félix era socio. Era un trabajo sin muchas zozobras. Pero algo bullía dentro de ellos. A Eva, de vez en cuando, le cruzaba la cabeza la idea de abrir una librería. Ella aprendió a querer a las librerías cuando era una niña y los sábados por la mañana su madre la llevaba a la librería Alfil de la calle García Sánchez. En un viaje a Guatemala había conocido una que le tocó, la Sophos, en la plaza Fontabella. Sophos era un sitio de citas y de encuentros, un templo sociocultural en el que, además, se podía tomar uno de los mejores cafés de Latinoamérica. Eva se dijo que si algún día abría una librería, ya tenía el modelo.

El día llegó. Eva y Félix dejaron la empresa consultora y se lanzaron al mar de los libros. Pronto hubo que enterrar la idea del café dentro de la librería: demasiadas pegas burocráticas y económicas. Esa pequeña frustración la compensaron, quizá de forma inconsciente, al encontrar un local en Blancas 4, enfrente de El Ángel Azul, el café más literario, o eso me parecía a mí, de la Zaragoza de los 80 y 90. Eva y Félix abrieron la librería en 2004. Para bautizarla eligieron el título de un poema anticenizo de la escritora nicaragüense Gioconda Belli, un canto al poder de los soñadores para desafiar los infiernos del mundo. No había café pero Eva y Félix tardaron muy poco en hacer de su librería el lugar que imaginaron.

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Foto: Javier Burbano



Tampoco ha habido que esperar mucho para que el mundo literario español la haya encumbrado: en 2012 recibió el Premio Librería Cultural, que distingue a las librerías más interesantes de España. La de Eva y Félix es una de esas librerías de autor que tanto gustan a los autores y editores. Cálamo, de Paco Goyanes, y Antígona, de Julia Millán y Pepito Fernández, en la zona de la Universidad de Zaragoza, llevan décadas en la primera línea de las librerías de autor de España y Los portadores de sueños, en el cogollo del centro de la ciudad, ha prolongado la tradición por todo lo alto. Vila-Matas entró y dijo: "Esta librería es el abismo". Eva y Félix se han empeñado en que en Blancas 4, una o dos veces por semana, pase algo especial. Durante estos diez años se han presentado cientos de libros y se han encontrado miles de personas cuya aspiración es abandonarse a algunas de las mejores cosas de la vida: la cultura, la inteligencia, la belleza, la tolerancia, la amistad, el roce, el cara a cara. La luz y la fiesta de los libros.

Eva y Félix no solo arropan presentaciones en su local. También lo han hecho en el Teatro Principal, en el Paraninfo de la Universidad, en el Teatro Romano, en la Facultad de Económicas, en Casa Pascualillo, en Capitanía o donde haga falta. He tenido muchas ocasiones de presentar libros a su lado. Que ahora recuerde, dos a Juan Cruz, Marcos Ordóñez, Mara Torres y José Luis Melero, y uno a Raquel Martos, Raúl Lahoz, María Gómez y Patiño, Ramón Fontseré, Pisón, Nativel Preciado, Borau, Iñaki Gabilondo, Felipe González, Jonás Trueba, José Luis Cuerda, Miguel Mena, Santi Giménez, Lu Martín y David Trueba, aquel 3 de marzo de 2008 que tan a menudo evocamos: ese día, además de Daniel Gascón, intervino en la presentación Pep Guardiola, poco antes de convertirse en uno de los hombres más célebres del planeta.

Eva y Félix forman una pareja muy potente. Son idénticos y totalmente diferentes. Félix nació en Soria, pero enseguida le pilló el punto a la somardería. Eva es una alegría de chica, empática como ella sola. En estos diez años que ahora celebran les ha dado tiempo a educar el paladar lector, por ejemplo, de mis sobrinos Pablo y María, que se fían de ellos casi desde que empezaron a leer. Por si fuera poco, ahora Eva y Félix cuentan en la librería con una cómplice estupenda, Iguázel Elhombre, escritora, activista cultural y compañera de Sergio del Molino en Preferiría no hacerlo, el programa de libros que acaba de arrancar en Aragón Radio.

No he estado en la Sophos de Guatemala. Pero si alrededor de esa librería han creado un micromundo en el que da tanto gusto vivir como en el de Los portadores de sueños, ellos también están de enhorabuena.

Este artículo fue publicado originalmente en Heraldo de Aragón

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