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Andreíta, no te comas el pollo

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Hagamos un experimento. Imagina por un momento que has nacido pollo, y que tu madre dio a luz en los Estados Unidos. Imagina también que vives en una granja y que compartes espacio con otros 75.000 pollos. Tratar de moverse es más difícil que caminar por la quinta avenida de Manhattan en hora punta. Te atiborran tanto a comer, que en cuestión de dos meses tu peso se multiplica por 100. Pasa de 40 gramos a 4.000. Si lo trasladamos a cifras humanas-para que nos entendamos-hablaríamos de un bebé de 300 kilos con 8 semanas de vida. Tu corazón trata de bombear sangre oxigenada que alimente tu enorme cuerpo, pero no es lo suficientemente grande para tu creciente masa corporal. Tus piernas se sienten débiles, y aunque se esfuerzan por sostenerte, a veces fallan, y caes hacia delante.

Ya no como carne, pero no por los motivos que piensas. Los cientos de vídeos grabados por activistas por los derechos de los animales mostrando a cámara las condiciones en las que éstos viven no tuvieron-aunque me dé cierta vergüenza reconocerlo-gran impacto en mis hábitos alimenticios. Tampoco vivir en Estados Unidos, y saber de las penurias de ganaderos doblegados a las imposiciones del oligopolio formado por las cuatro empresas (Tyson Foods, Cargill, JBS y Smithfield) que dominan la industria carnívora me hizo dejar el chuletón. Descubrir que en 2011 el 80% de los antibióticos vendidos en EEUU fueron administrados a ganado y no a seres humanos introdujo cierta cautela en mis hábitos de compra, pero no logró eliminar el pollo del menú. Reduje la dosis semanal de carne porque la comunidad científica alertaba sobre el peligro de desarrollar resistencia a los antibióticos (derivado del consumo de carne). Empecé a prestar atención al etiquetado, y a asegurarme de que indicase que la carne estaba "free of antibiotics" (libre de antibióticos) a pesar de que esto supusiese soltar más dólares por la misma cantidad de pollo. En ningún momento pasó por mi cabeza unirme a la corriente vegetariana o vegana, y mis decisiones no estuvieron motivadas por un sentido del deber para con la comunidad protectora de animales. Moderé el consumo de carne por puro egocentrismo y beneficio propio. Hasta hoy.

Ya no como carne, por otro motivo. No como carne porque descubrí que dejar de comer pollo y ternera, tendrá mayor impacto en el clima que dejar de utilizar el coche. La industria ganadera es responsable de al menos el 15% de las emisiones de efecto invernadero que amenazan la supervivencia de la Tierra. El ganado produce grandes cantidades de metano resultado del proceso digestivo, así como grandes cantidades de CO2 procedentes del estiércol y eructación animal. Esto supone más que el conjunto de las emisiones globales de coches, trenes, aviones y barcos. La organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) publicó el año pasado un informe que llevaba por título Enfrentando el Cambio Climático Por Medio de la Ganadería. En él se reconocía la necesidad de reducir el consumo diario de carne como condición para evitar las consecuencias catastróficas del cambio climático.

Las predicciones apuntan a un incremento del 75% en el consumo mundial de carne para el año 2050. Se espera que para 2020, China consuma 20 millones de toneladas más de carne al año. A medida que la industria ganadera global adopte métodos de producción similares al americano, el acceso a carne barata experimentará un repunte, y es probable que debido a esto el apetito mundial por la carne crezca.

A pesar de que recientes informes como el publicado por la prestigiosa Chatham House concluyen que "un cambio en la dieta" es esencial para que el calentamiento global no exceda los 2ºC de objetivo fijado por la ONU, lo cierto es que el debate sobre nuestros hábitos alimenticios no ha llegado a la opinión pública. Según desveló el New York Times, en 2011, la industria ganadera invirtió ocho millones de dólares en hacer lobby a los miembros del congreso americano para evitar un endurecimiento de la ley relativa la producción ganadera.

Este viernes concluye la cumbre por el cambio climático en Perú, a donde han viajado alrededor de 10.000 representantes políticos e institucionales, así como activistas procedentes de 190 países miembro de la ONU. Buscan establecer objetivos y forjar un acuerdo climático a 10-15 años vista, que será ratificado en la cumbre de París del próximo año. En la agenda del día, ni rastro del debate sobre el consumo de carne.

Me pregunto qué menú estarán sirviendo a los diez mil participantes de la cumbre. Me pica la curiosidad hasta el punto de que lo googleo, pero el buscador es incapaz de darme un resultado. Pienso en si habrán seguido el ejemplo de Andreíta, y se habrán comido el pollo; o si por el contrario, se habrán plantado delante de Ban Ki-moon coreando un no nos moverán por que les pongan un pedazo de brócoli en el plato. "Estaría bien", pienso divertida, aunque pronto me acuerdo de que no, no somos revolucionarios.

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