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No tomarás el humanitarismo en vano

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Dado el carácter religioso del ministro del Interior Jorge Fernández Díaz, tal vez sean estas referencias a un lenguaje que le resultará común, las que puedan contribuir a clarificarle un poco qué es el humanitarismo y recordarle el famoso último aforismo del Tractatus Logico-Filosoficus de Ludwig Wittgenstein, que dice aquello de «De lo que no se puede hablar, mejor es callarse». En la entrevista concedida ayer a Antena 3, en apenas dos frases cita en varias ocasiones la palabra humanitarismo presumiendo de que a él nadie le da lecciones: "Desde despachos del norte de Europa que no tienen este problema, desde el centro de Europa o desde otros lugares que dan lecciones de humanitarismo yo les diría que me den esa dirección y que enviamos a esta gente". "Yo comprendo esos dramas humanitarios, cómo no los voy a comprender, pero no acepto que nadie se considere que tiene unos sentimientos humanitarios superiores a mí, y tampoco inferiores. No acepto lecciones de humanitarismo por parte de nadie".

Llevo desde casi tres décadas dando clases de acción humanitaria en diversas universidades y con ONGs y la cooperación oficial española, pero no pretendo incluir entre mis alumnos al señor ministro. Simplemente quisiera informarle de que unas clases no le vendrían mal, dado que las concepciones que maneja sobre lo que es el humanitarismo son totalmente desenfocadas y no responden a los estándares internacionales en la materia que un ministro del Interior debería conocer.

En primer lugar, el señor ministro equipara el humanitarismo a los sentimientos, pasando por alto que aunque lo humanitario pueda surgir de eso, desde su origen, el humanitarismo se vincula con los derechos, con la dignidad de las personas y, mucho más específicamente, con el Derecho. Es decir, con lo jurídico. La originalidad del fundador del Comité Internacional de la Cruz Roja, Henri Dunant, fue precisamente esa, vincular el impulso humanitario, el deseo de hacer el bien (los sentimientos, que diría el ministro), con los derechos y, más específicamente en el caso de los conflictos armados, con el derecho internacional humanitario (DIH). De hecho, la primera vez que se usa el término humanitario en el plano internacional es en el Primer Convenio de Ginebra de 1864. Los buenos sentimientos son la base sobre la que se ha construido el andamiaje jurídico del DIH, al que vinieron a sumarse el derecho internacional de los derechos humanos o el derecho de los refugiados. Para convertir esos buenos deseos en realidades.

Los buenos sentimientos a los que alude el ministro, si no van acompañados del respeto al marco jurídico y a las normas legales que se ha ido dando la comunidad internacional y que nuestro país ha firmado y ratificado, nada tienen que ver con el humanitarismo. La utilización ad nauseam del término para justificar decisiones que violan el derecho internacional y las normas nacionales de derechos humanos, ofende a los que defendemos una acción humanitaria basada en principios éticos y en el respeto de los marcos jurídicos que, con grandes dificultades, la comunidad internacional se ha ido dando.

En segundo lugar, el ministro plantea de modo retador y provocador que le den las "direcciones a las que enviar a esa pobre gente". Parece olvidar el ministro que la mayor parte de refugiados de conflictos como el de Siria quedan en los países vecinos con políticas de asilo mucho más respetuosas del derecho internacional que las que aplica nuestro país. Precisamente estos días, varias ONG han solicitado a los gobiernos europeos que acojan, al menos, al 5% de los más de 3 millones y medio de refugiados sirios. El Gobierno de España ha aceptado hasta la fecha a 130 refugiados, lo que es una cifra ridícula muy por debajo de las acuciantes necesidades de esta población. ¿Hasta ahí llegan los buenos sentimientos del señor ministro?

Durante la Guerra Civil española, en el año 1937, el poeta Miguel Hernández escribió un poema que, mutatis mutandi, podría aplicarse hoy al uso que el ministro del Interior hace de los términos humanitarios. Se refería el poeta a la justificación de la no intervención en la contienda española por parte de la Sociedad de Naciones, con sede en Ginebra, basándose en una interpretación sesgada de la neutralidad, en lo que Hernández llama el "humanitarismo casto":

Yo me río ante mí mismo,/
de una manera mordaz,/
cuando se habla de la paz/
y del humanitarismo./
Ginebra es una lección/
de humanitarismo casto,/
y el porvenir nuestro es pasto/
de una buena digestión/
y una mala diplomacia./
España se halla invadida,/
y a Ginebra se le olvida/
en el vientre la desgracia.


"De buenas intenciones están los cementerios llenos", dice el proverbio español. Y parece que el señor ministro, con sus buenos sentimientos, se adscribe con vocación a esa corriente de pensamiento.

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