Coincido con el aluvión de críticas que recibió la entrevista de Sergio Martín y su grupo de tertulianos a Pablo Iglesias en el Canal 24 horas. Y no porque la entrevista fuera mala como dicen algunos, sino porque parece que las entrevistas tipo dóberman últimamente sólo se reservan para Pablo Iglesias. A este paso le acabarán convirtiendo en un mártir, y con razón.
Dos de las mejores entrevistas de carácter político que he visto en los últimos años en una televisión española han sido la de Ana Pastor y ésta (peor que la primera). Curiosamente, el entrevistado ha sido el mismo, Pablo Iglesias. Ambas entrevistas en las que el o los entrevistadores se lanzan al cuello del entrevistado, sin medir demasiado las palabras, sin estar pendientes de si manifestarse de una u otra forma puede cerrarles puertas de su futuro profesional.
Contra lo que suele ser habitual, a los entrevistadores no les bastaba la primera respuesta de argumentario preparada por el entrevistado cuando entrevistan a políticos de los partidos tradicionales, que bien aleccionados en las sesiones de formación de portavoces están siempre tratando de colocar el mensajito positivo de turno una y otra vez -pregunten lo que les pregunten-, sino que seguían mordiendo a la presa hasta que les daba una respuesta más o menos concreta.
El problema del escrutinio al que se le está sometiendo a Pablo Iglesias en estas entrevistas -que sirven para alimentar la sociedad del espectáculo al tiempo que para que los partidos rivales ajusten cuentan al intruso de turno- es que el líder de Podemos tiene razón.
Es difícil cuestionar sus mensajes clave: la existencia de un sistema político corrupto y finiquitado que necesita de una refundación, la falta de soluciones a un desempleo crónico que excluye a amplias capas de la población y acentúa las desigualdades, la falta de oportunidades y la sensación de que esa idea tan bonita del ascensor social ha pasado a la historia y hemos vuelto al caciquismo de siempre.
La ventaja de Podemos es que, como decía un amigo mexicano mío que vivía en Madrid hablando de su situación, es que no tiene historia como partido de gobierno y sus miembros han podido ser más o menos virtuosos, aunque sólo sea por la falta de oportunidades. Por mucha punta que trate de sacársele al caso Errejón, no deja de ser una corruptela más en un mundo, el del circuito universitario, donde este tipo de ejemplos son habituales debido a unas reglas del juego bastante perversas.
Podemos y Pablo Iglesias seguirán haciéndose fuertes porque enfrente no hay nada. Bueno, hay personas, sedes, edificios, logotipos, pero no ideas. Por eso Podemos crece en lugares donde no tiene ni sedes ni apenas estructura.
Me incluyo en un grupo cada vez más numeroso, por lo que acierto a intuir, de ciudadanos que votaremos con la nariz tapada a uno de los dos partidos de siempre para que no gane Podemos aun sabiendo que, por mucho trazo grueso que utilice en sus críticas y por muchas inquietantes utopías que plantee, Pablo Iglesias tiene razón.
Dos de las mejores entrevistas de carácter político que he visto en los últimos años en una televisión española han sido la de Ana Pastor y ésta (peor que la primera). Curiosamente, el entrevistado ha sido el mismo, Pablo Iglesias. Ambas entrevistas en las que el o los entrevistadores se lanzan al cuello del entrevistado, sin medir demasiado las palabras, sin estar pendientes de si manifestarse de una u otra forma puede cerrarles puertas de su futuro profesional.
Contra lo que suele ser habitual, a los entrevistadores no les bastaba la primera respuesta de argumentario preparada por el entrevistado cuando entrevistan a políticos de los partidos tradicionales, que bien aleccionados en las sesiones de formación de portavoces están siempre tratando de colocar el mensajito positivo de turno una y otra vez -pregunten lo que les pregunten-, sino que seguían mordiendo a la presa hasta que les daba una respuesta más o menos concreta.
El problema del escrutinio al que se le está sometiendo a Pablo Iglesias en estas entrevistas -que sirven para alimentar la sociedad del espectáculo al tiempo que para que los partidos rivales ajusten cuentan al intruso de turno- es que el líder de Podemos tiene razón.
Es difícil cuestionar sus mensajes clave: la existencia de un sistema político corrupto y finiquitado que necesita de una refundación, la falta de soluciones a un desempleo crónico que excluye a amplias capas de la población y acentúa las desigualdades, la falta de oportunidades y la sensación de que esa idea tan bonita del ascensor social ha pasado a la historia y hemos vuelto al caciquismo de siempre.
La ventaja de Podemos es que, como decía un amigo mexicano mío que vivía en Madrid hablando de su situación, es que no tiene historia como partido de gobierno y sus miembros han podido ser más o menos virtuosos, aunque sólo sea por la falta de oportunidades. Por mucha punta que trate de sacársele al caso Errejón, no deja de ser una corruptela más en un mundo, el del circuito universitario, donde este tipo de ejemplos son habituales debido a unas reglas del juego bastante perversas.
Podemos y Pablo Iglesias seguirán haciéndose fuertes porque enfrente no hay nada. Bueno, hay personas, sedes, edificios, logotipos, pero no ideas. Por eso Podemos crece en lugares donde no tiene ni sedes ni apenas estructura.
Me incluyo en un grupo cada vez más numeroso, por lo que acierto a intuir, de ciudadanos que votaremos con la nariz tapada a uno de los dos partidos de siempre para que no gane Podemos aun sabiendo que, por mucho trazo grueso que utilice en sus críticas y por muchas inquietantes utopías que plantee, Pablo Iglesias tiene razón.