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Airbnb, Uber y la formación de capital

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Escribir este blog me ha dado la extraordinaria oportunidad de entrevistar en este año que termina a Thomas Piketty y a Juan Cartagena, y espero que el año que viene me brinde alguna que otra ocasión similar.

Entrevisté a Piketty cuando estaba en pleno proceso de convertirse en una estrella mediática, y la charla que tuvimos fue de las últimas que concedió sin pasar por el filtro de su editorial, según el mismo me comentó. Juan no es (todavía) una estrella en el firmamento mediático, y hemos podido encontrar tiempo posteriormente para intercambiar de nuevo ideas en relación a la economía colaborativa en general, y sobre el carsharing en particular, temas muy calentitos en la actualidad más reciente, ya que un juez madrileño ordenó recientemente el cese del servicio UberPop en España, y el gobierno francés parece dispuesto a hacer lo mismo en breve.

Si menciono estas dos entrevistas no es tanto para alardear de logros periodísticos como para ligar ciertas ideas centrales que hasta ahora parecen ausentes en los debates en torno a la economía colaborativa, y que hasta ahora me parecen centrados en lo anecdótico, como la violación de una clienta de Uber en India.

Por favor, que nadie me malinterprete. La violación de esta mujer en Nueva Delhi es una tragedia personal y mi deseo es que todo el peso de la justicia recaiga sobre el chófer de Uber (rápidamente localizado y detenido, como cabía esperar por otra parte), pero el problema de las agresiones machistas y de la impunidad de los perpetradores en India transciende con mucho al servicio de Uber, y antes de decretar la prohibición lisa y llana de las operaciones de Uber habría que considerar, como mínimo, el número de violaciones en taxis de compañías tradicionales, las violaciones cometidas por conductores de rickshaws e incluso las violaciones cometidas en autobuses.

El debate en torno a Airbnb parece orientarse, por lo menos en Barcelona, en presentar a esta empresa como catalizador de lo que cierta prensa llama turismo de borrachera, una visión interesada del asunto fomentada a menudo por los propios empresarios hosteleros para defender sus chiringuitos, literalmente. Si bien el hartazgo de los vecinos es sumamente comprensible en ciertos casos, cabe recordar que el turismo low-cost precede claramente en el tiempo a la irrupción del modelo Airbnb, y si los turistas italianos que se pasearon en pelota picada por la Barceloneta, y cuya foto dio la vuelta al mundo, hubieran alquilado un piso en Airbnb, estoy casi seguro de que nos habríamos enterado ya debidamente.

En un plano más elevado de la discusión, ciertos comentaristas han apuntado al agujero en la recaudación que la irrupción de estos grupos multinacionales puede acarrear en las cuentas públicas de un país como el nuestro. De nuevo, aquí hay que distinguir dos vertientes: la primera de ellas es el uso generalizado de paraísos fiscales por parte de las multinacionales, y que concierne a prácticamente todas las empresas de este tipo, sean del sector que sean (internet, electrónica, petróleo, gran distribución, etc.). Este es un tema ciertamente importante, en el que la colaboración entre los principales Gobiernos para no erosionar mutuamente sus bases fiscales resulta cada vez más necesaria. Cabe recordar si no que ExxonMobil aprovechó durante años cierta legislación vigente en nuestro país para repatriar dividendos libres de impuestos a Estados Unidos, usando a nuestro país como particular paraíso fiscal, y ahora hace la misma jugada desde Holanda.

La otra vertiente del asunto es que los inscritos a estas plataformas declaren sus beneficios, en ciertas ocasiones jugosos, a Hacienda. Hay que señalar que, en la mayor parte de los casos, los ingresos generados en Airbnb o Uber por sus miembros no superarán los 645,30 euros mensuales que les obligarían a darse de alta como autónomos, y todavía serán muchos menos los que cobren los más de los 1.000 euros necesarios para empezar a pagar el IRPF. La cuestión de los impuestos es, pese a todo, una cuestión lícita; pero, por otra parte, quien crea que los hosteleros pagan religiosamente todos sus impuestos, me da a mí que o es muy naïf o bien se equivoca. Yo pienso que empresas como Airbnb pueden fácilmente incrementar nuestra base impositiva antes que lo contrario, pero ya trataré este tema en posts posteriores.

Las cuestiones, en mi opinión, claramente importantes que se están soslayando son las posibles aportaciones en términos de empleo y crecimiento del PIB que este tipo de empresas pueden generar. Juan Cartagena abordó el primer asunto en un artículo publicado en Forbes a principios de este año, en el que se muestra razonablemente optimista con respecto al hecho de que si nos convirtiéramos en un país de micropreneurs (micro-emprendedores) se podría rebajar en varios puntos el paro.

Si ello fuera así realmente, es muy difícil imaginar que el impacto sobre el PIB no fuera positivo como Juan y yo discutimos ya hace dos meses. En esa misma discusión yo mencioné el hecho de que el ratio que Piketty llama (β) -la relación entre el capital y el PIB- es extraordinariamente alto en nuestro país. Thomas Piketty ya me indicó que un ratio (β) elevado no es ni bueno ni malo de por sí, pero sí es indicativo de ciertas cosas.

Por un lado, cabe interpretar que los activos con que contamos son muy elevados, lo que es bueno. Piketty apunta, sin embargo, más hacia el otro lado de la moneda: un crecimiento bajo y el enorme capital acumulado en el pasado suponen unas condiciones casi de tormenta perfecta para devolvernos a una sociedad patrimonial, por lo que las desigualdades crecerán casi con seguridad en el futuro, y en ese plano vaticina Piketty que el siglo XXI se parecerá más al siglo XIX que al siglo pasado.

Nuestro ratio (β) es además extraordinariamente elevado si lo comparamos al de un país como Alemania, por lo que creo que cabe deducir que hacemos un uso ineficiente del capital existente. Es decir, para producir una unidad de PIB en España necesitamos más de 7 unidades de capital en las condiciones actuales, mientras que en Alemania solo necesitan unas 4 unidades de capital para hacer lo mismo.

Dicho de otra forma, del ratio (β) podemos derivar el ratio capital-incremental (ICOR, del inglés Incremental Capital Output Ratio). Un ICOR con valores bajos refleja un alto apalancamiento de la inversión en capital fijo y, en consecuencia, una mayor posibilidad de crecimiento sostenido en el futuro. En general, este es el caso de los países en desarrollo como India que, por su alto grado de crecimiento, tiene igualmente valores de (β) inferiores a los de Alemania. Por el contrario, un ICOR elevado indica que la economía tiene ocioso un alto componente de capital fijo. Si yo creo que Airbnb o Uber pueden crear valor y capitales a gran escala, pienso que ello puede ser así no solo para los capitalistas que han invertido en estas plataformas, sino también para todo el resto, por el hecho de que como sociedad pongamos a trabajar capitales de otra manera ociosos.

Como dije en una serie de posts sobre este tema anteriormente, si los mendrugos que nos gobiernan tuvieran un poco de buen sentido estarían estudiando de manera muy seria el impacto que Airbnb y Uber pueden tener en la tasa de paro y en el ICOR antes de lanzarse a prohibir nada, pero para que ello ocurra deberemos quizás obligarles a bajar del coche oficial primero, y hacerles pagar los taxis de su bolsillo después.

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