En la mitología griega, Narciso era un joven muy apuesto, enamorado de sí mismo e incapaz de amar a alguien. Y aunque la leyenda tiene varias versiones, la del romano Ovidio cuenta que la diosa de la venganza, Némesis, decidió condenar la actitud del protagonista e hizo que éste se enamorase de su propia imagen reflejada en un estanque. Así fue como Narciso contempló su destello y no pudo separarse de sí mismo hasta que murió ahogado, atraído y ciego por su propia efigie reflejada en el agua.
En la España del siglo XXI, Pedro Sánchez es un político bien parecido de sonrisa forzada que ganó un congreso federal no por méritos propios, sino porque una conjunción de enemigos íntimos del PSOE decidió que fuera él y no su adversario, un vizcaíno de mirada triste y profundas convicciones de cuya fortaleza emocional se dejó de dudar el día que dinamitó una componenda político, económica e institucional con la que se pretendía coronar a la diosa del sur como secretaria general sin dar voz ni voto a la militancia.
Aquel joven bisoño, al que no conocían siquiera sus mentores, aceptó indignamente una victoria que todo el mundo, menos él, consideraba prestada, aunque con fecha de caducidad no definida. Así que dedicó sus primeros meses como líder del PSOE a cultivar por los platós de televisión una imagen de seductor y político cercano. Lo mismo le dio entrar en directo en Sálvame para repudiar el Toro de la Vega, que jugar al baloncesto en El hormiguero, que admitir en Salvados que el físico también suma en esto de la política, que vestirse de escalador para despeñarse desde 70 metros de altura en el Planeta Calleja... Como dicen algunos socialistas ya sólo le queda ir a Pasapalabra, a Gran Hermano y a Cuarto Milenio -esto último por aquello de que está muerto y no lo sabe-.
Muerto en sentido metafórico, claro. Porque Sánchez, a quien sus detractores critican su obsesión por el culto a sí mismo, está muy vivo y dicen los suyos que dispuesto a dar batalla ante quienes pretenden que se ahogue, como Narciso, atraído y ciego por su propia imagen. Y eso que ya son legión los que buscan el estanque donde proyectar su efigie. No por su exótica estrategia de comunicación, ni por los errores cometidos, ni por su obstinado empeño por emular a Podemos, sino porque las últimas encuestas publicadas han hecho saltar todas las alarmas en el PSOE. La última, la de Sigma2 para Mediaset, un sondeo que sitúa a los socialistas como tercera fuerza política, por detrás del PP y el partido de Pablo Iglesias, y con tan sólo un 18,7 % de los votos. Con esa cifra, los socialistas están ya, seguro, por debajo del 12 % en varias comunidades. En Euskadi, según la última estimación del Euskobarómetro, están hoy en esa cifra. En Cataluña, Madrid o Valencia el desplome puede ser aún mayor. Hay sondeos no publicados, pero sí minuciosamente estudiados por los tótem del socialismo, en los que el PSOE no llega ni al 10 % de los votos. Cunde, por tanto el pánico.
Y a quienes pusieron todo su empeño en la victoria de Sánchez ya no les duele reconocer que con él y su levedad el PSOE camina hacia la irrelevancia y que si el resultado de las autonómicas y municipales de mayo confirman los peores augurios tendrá que asumirlos como propios y batirse en retirada. Más claro: no hay quien dé un euro por él como candidato a las generales. La única duda es si Narciso/Sánchez llegará a las primarias que él mismo ha fijado para julio del 2015 y en ellas será derrotado y humillado por Susana Díaz -si ésta finamente decide saltar a la arena nacional- o si ante la debacle esperada la misma noche de las autonómicas la presión orgánica le obligará a dimitir como ocurrió tras las europeas con Alfredo Pérez Rubalcaba.
Si hace semanas adelantábamos en este mismo blog que la mirada de todo socialista estaba puesta otra vez en San Telmo y que Susana Díaz escuchaba los lamentos de todo arrepentido del pedrosanchismo, hoy podemos avanzar que a partir de enero, esto es ya, veremos a la reina del sur redoblar su agenda nacional.
La socialista que más hizo por la designación de Sánchez como secretario general compatibilizará sus obligaciones institucionales en Andalucía con un intenso calendario de actos de partido por las distintas federaciones. Barones y candidatos a alcaldes le han pedido ayuda para una contienda electoral en la que el PSOE se juega su supervivencia. Y Díaz se volcará porque su prioridad hoy es salvar al socialismo del hundimiento y el ostracismo electoral el próximo mayo. Después, se verá.
Dicen en los mentiremos del PSOE que a Sánchez le mueve el narcisismo y a Díaz, la responsabilidad. Y que, consciente de que ella participó más que nadie en la victoria de un secretario general que ha resultado un fiasco, ha decidido enmendar su propio error. De ahí que en las últimas semanas además de intercambiar impresiones sobre la delicada situación por la que atraviesa el partido con Zapatero, González, Bono, Ibarra, Blanco, Madina y otros referentes del socialismo, la presidenta de la Junta esté empeñada en recuperar para la primera línea algunas voces hoy desaparecidas del panorama socialista. En su empeño por reconstruir los puentes rotos tras el congreso federal, Díaz ha reconocido su yerro no sólo ante el díscolo y derrotado Eduardo Madina al que ella misma destruyó como posible sucesor de Rubalcaba, también lo ha hecho ante Elena Valenciano, con quien no había vuelto a hablar desde el pasado julio y hoy ha recuperado el contacto.
De todos sus movimientos hay constancia, además de preocupación en la calle Ferraz, donde en descargo del secretario general arguyen la complicada situación que le ha tocado gestionar y se quejan amargamente de lo que ya es un alzamiento en toda regla contra el débil liderazgo de Sánchez. Prueba de ello es que hace tan sólo una semana el propio secretario general telefoneó personalmente a varios barones para pedirles que cerraran filas en torno a su candidatura a la Presidencia del Gobierno. Salvo el extremeño Guillermo Fernández Vara -que lo hizo más por coherencia personal que por el entusiasmo que le genera Sánchez-, no hubo ni un líder territorial que atendiera la súplica del marchitado líder del PSOE. Claro que, con la excepción del secretario de Organización César Luenga, tampoco salieron en su auxilio miembros de su propia dirección, ya que algunos como la catalana Carme Chacón, el vasco Patxi López el valenciano Tximo Puig e incluso el desacreditado Tomás Gómez no dudarán un segundo en ayudar a la diosa Susana a elegir la alberca donde reflejar la imagen de Sánchez para que éste muera ahogado y ciego de vanidad ante su propio destello.
A todos ellos veremos en cuanto comience el año salir del ostracismo voluntario que eligieron ante el bochorno producido por la insolvencia de un liderato fallido para hablar de socialdemocracia, de futuro, de desigualdad y de política social. Justo de todo lo que Pedro Sánchez ha evitado en estos meses para ir a rebufo del discurso ambiguo aunque pujante de Podemos y que no ha evitado achicar la fuga de votos que sigue yéndose del PSOE al partido de Pablo Iglesias. Es lo que tiene gestionar como propia una victoria prestada, que uno se cree dueño de un destino que ni le pertenece ni ha conquistado.
En la España del siglo XXI, Pedro Sánchez es un político bien parecido de sonrisa forzada que ganó un congreso federal no por méritos propios, sino porque una conjunción de enemigos íntimos del PSOE decidió que fuera él y no su adversario, un vizcaíno de mirada triste y profundas convicciones de cuya fortaleza emocional se dejó de dudar el día que dinamitó una componenda político, económica e institucional con la que se pretendía coronar a la diosa del sur como secretaria general sin dar voz ni voto a la militancia.
Aquel joven bisoño, al que no conocían siquiera sus mentores, aceptó indignamente una victoria que todo el mundo, menos él, consideraba prestada, aunque con fecha de caducidad no definida. Así que dedicó sus primeros meses como líder del PSOE a cultivar por los platós de televisión una imagen de seductor y político cercano. Lo mismo le dio entrar en directo en Sálvame para repudiar el Toro de la Vega, que jugar al baloncesto en El hormiguero, que admitir en Salvados que el físico también suma en esto de la política, que vestirse de escalador para despeñarse desde 70 metros de altura en el Planeta Calleja... Como dicen algunos socialistas ya sólo le queda ir a Pasapalabra, a Gran Hermano y a Cuarto Milenio -esto último por aquello de que está muerto y no lo sabe-.
Muerto en sentido metafórico, claro. Porque Sánchez, a quien sus detractores critican su obsesión por el culto a sí mismo, está muy vivo y dicen los suyos que dispuesto a dar batalla ante quienes pretenden que se ahogue, como Narciso, atraído y ciego por su propia imagen. Y eso que ya son legión los que buscan el estanque donde proyectar su efigie. No por su exótica estrategia de comunicación, ni por los errores cometidos, ni por su obstinado empeño por emular a Podemos, sino porque las últimas encuestas publicadas han hecho saltar todas las alarmas en el PSOE. La última, la de Sigma2 para Mediaset, un sondeo que sitúa a los socialistas como tercera fuerza política, por detrás del PP y el partido de Pablo Iglesias, y con tan sólo un 18,7 % de los votos. Con esa cifra, los socialistas están ya, seguro, por debajo del 12 % en varias comunidades. En Euskadi, según la última estimación del Euskobarómetro, están hoy en esa cifra. En Cataluña, Madrid o Valencia el desplome puede ser aún mayor. Hay sondeos no publicados, pero sí minuciosamente estudiados por los tótem del socialismo, en los que el PSOE no llega ni al 10 % de los votos. Cunde, por tanto el pánico.
Y a quienes pusieron todo su empeño en la victoria de Sánchez ya no les duele reconocer que con él y su levedad el PSOE camina hacia la irrelevancia y que si el resultado de las autonómicas y municipales de mayo confirman los peores augurios tendrá que asumirlos como propios y batirse en retirada. Más claro: no hay quien dé un euro por él como candidato a las generales. La única duda es si Narciso/Sánchez llegará a las primarias que él mismo ha fijado para julio del 2015 y en ellas será derrotado y humillado por Susana Díaz -si ésta finamente decide saltar a la arena nacional- o si ante la debacle esperada la misma noche de las autonómicas la presión orgánica le obligará a dimitir como ocurrió tras las europeas con Alfredo Pérez Rubalcaba.
Si hace semanas adelantábamos en este mismo blog que la mirada de todo socialista estaba puesta otra vez en San Telmo y que Susana Díaz escuchaba los lamentos de todo arrepentido del pedrosanchismo, hoy podemos avanzar que a partir de enero, esto es ya, veremos a la reina del sur redoblar su agenda nacional.
La socialista que más hizo por la designación de Sánchez como secretario general compatibilizará sus obligaciones institucionales en Andalucía con un intenso calendario de actos de partido por las distintas federaciones. Barones y candidatos a alcaldes le han pedido ayuda para una contienda electoral en la que el PSOE se juega su supervivencia. Y Díaz se volcará porque su prioridad hoy es salvar al socialismo del hundimiento y el ostracismo electoral el próximo mayo. Después, se verá.
Dicen en los mentiremos del PSOE que a Sánchez le mueve el narcisismo y a Díaz, la responsabilidad. Y que, consciente de que ella participó más que nadie en la victoria de un secretario general que ha resultado un fiasco, ha decidido enmendar su propio error. De ahí que en las últimas semanas además de intercambiar impresiones sobre la delicada situación por la que atraviesa el partido con Zapatero, González, Bono, Ibarra, Blanco, Madina y otros referentes del socialismo, la presidenta de la Junta esté empeñada en recuperar para la primera línea algunas voces hoy desaparecidas del panorama socialista. En su empeño por reconstruir los puentes rotos tras el congreso federal, Díaz ha reconocido su yerro no sólo ante el díscolo y derrotado Eduardo Madina al que ella misma destruyó como posible sucesor de Rubalcaba, también lo ha hecho ante Elena Valenciano, con quien no había vuelto a hablar desde el pasado julio y hoy ha recuperado el contacto.
De todos sus movimientos hay constancia, además de preocupación en la calle Ferraz, donde en descargo del secretario general arguyen la complicada situación que le ha tocado gestionar y se quejan amargamente de lo que ya es un alzamiento en toda regla contra el débil liderazgo de Sánchez. Prueba de ello es que hace tan sólo una semana el propio secretario general telefoneó personalmente a varios barones para pedirles que cerraran filas en torno a su candidatura a la Presidencia del Gobierno. Salvo el extremeño Guillermo Fernández Vara -que lo hizo más por coherencia personal que por el entusiasmo que le genera Sánchez-, no hubo ni un líder territorial que atendiera la súplica del marchitado líder del PSOE. Claro que, con la excepción del secretario de Organización César Luenga, tampoco salieron en su auxilio miembros de su propia dirección, ya que algunos como la catalana Carme Chacón, el vasco Patxi López el valenciano Tximo Puig e incluso el desacreditado Tomás Gómez no dudarán un segundo en ayudar a la diosa Susana a elegir la alberca donde reflejar la imagen de Sánchez para que éste muera ahogado y ciego de vanidad ante su propio destello.
A todos ellos veremos en cuanto comience el año salir del ostracismo voluntario que eligieron ante el bochorno producido por la insolvencia de un liderato fallido para hablar de socialdemocracia, de futuro, de desigualdad y de política social. Justo de todo lo que Pedro Sánchez ha evitado en estos meses para ir a rebufo del discurso ambiguo aunque pujante de Podemos y que no ha evitado achicar la fuga de votos que sigue yéndose del PSOE al partido de Pablo Iglesias. Es lo que tiene gestionar como propia una victoria prestada, que uno se cree dueño de un destino que ni le pertenece ni ha conquistado.