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Tras la pista de los Reyes Magos

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De sobra es conocida la historia: en tiempo del rey Herodes nació un niño en Belén (Bait Lahm o Casa del Pan) de Judea y unos magos que venían de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando con sus labios encendidos: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo". Los magos informaron al sobresaltado rey Herodes de la profecía de Miqueas (5, 1-3): "Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor de entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo de Israel". Imaginemos el temblor luminoso de las coronas y los cofres, apretando el sueño del rey de reyes. Imaginémoslos soñando, firmes, sin tropezar con nada.

El avieso Herodes, según nos cuenta Mateo (2, 1-12) -evangelio sinóptico escrito solo 50 años después de los hechos-, les pidió que averiguasen el paradero del niño "para ir también yo a adorarlo" y, siguiendo la estrella, localizaron al recién nacido, lo adoraron y ofrendaron oro, incienso y mirra. Pero avisados en sueños de que no volviesen al palacio de Herodes en Jerusalén para dar cuenta de la localización de Jesús, los magos se retiraron a su país por otro camino huyendo del ulular de lobo del tiránico rey, que avizoraba a su víctima... Una sombra, un mal pensamiento, un regreso a hurtadillas para salvar la vida de Jesús y una matanza posterior, un infanticidio colectivo, brutal y sangriento, conmemorado cada 28 de diciembre.

¿Quiénes eran estos "magos"? ¿Reyes, astrólogos, adivinos, adoradores de Mitra o todo a la vez? Teniendo en cuenta el sincretismo de las fes del Oriente Próximo y el mito mitraico del Niño Divino, el libertador que nacería de una roca, ¿podría tratarse del fascinante encuentro de un culto adónico-mitraico con las esperanzadas profecías del pueblo de Israel sobre el Mesías, el salvador del mundo? Si algunos seguidores del mazdeísmo persa vieron en aquella gruta donde nació Jesús el lugar de nacimiento de su Saoshyant o Salvador, el sentido de la misteriosa visita regia, mágica y astrológica de los magòi ap'anatolòu o magos que venían del Oriente -como indica Mateo- ensambla aquí dos tradiciones con un sentido mucho más pleno y universal.

Fue un monje asentado en Roma en el siglo VI, Dionisio "Menor" o "el Pequeño", quien calculó los años del nacimiento de Cristo estableciendo el evento de la Natividad en el 753 de Roma. Hoy se considera que se equivocó en seis o siete años, es decir, que en realidad Jesús nació en el 6-7 a. C. Sin embargo, la tesis de Kepler, cuyo cálculo del nacimiento de Jesús es casi exacto y aparece vinculado a una estrella nova o supernova -advierte de que durante ese lapso de tiempo se produjeron acontecimientos celestes de este tipo-, se dejó de lado. Hoy, historiadores y exégetas le dan la razón, de forma que la presencia de unos magos astrólogos unos màgoi que poseían una ciencia y practicasen una técnica preternatural capaz de predecir el futuro y de interpretar los sueños alcanzan carta de naturaleza.

Historia hermética donde las haya y rodeada de fascinación y reflejos de oro y plata antigua, el viaje de los magos generó incluso un conjuro medieval para detener un caballo desbocado; así se recitaba: "Caspar te tenet, Balthasar te ligat, Melchior te ducat". También sabemos que entre Francia y Alemania, especialmente en Alsacia, no lejos del itinerario de la translatio de 1164 de Milán a Colonia, a la entrada de las casas se escribían con yeso las iniciales C. M. B. (Caspar, Melchior, Balthasar) para proteger las moradas.

Pero fue en el Renacimiento cuando se empezó a tratar de dar respuesta al misterio de los Reyes Magos. El rey Baltasar despertó gran curiosidad con los descubrimientos geográficos; en el siglo XV, los navegantes portugueses que circunnavegaban el continente africano pensaban que el negus de Etiopía era el legendario preste Juan, descendiente del rey Baltasar, tesis que encajaba con el hecho de que los magos recibían culto devoto en la iglesia monofisita etíope. Desde la Edad Media, el mago fuscus del Pseudo Beda se había convertido en el mago negro e incluso en el beato Mauricio de la Legión Tebana. A medida que se iban descubriendo nuevas islas beatas, los exploradores se preguntaban si no estaban entre ellas los países míticos de Tarsis, de Ophir, la "isla" de aquellos reyes del Viejo Testamento, los magos evangélicos. La isla de Tarsis era conocida en los mapas medievales como la isla "de los magos-brujos" y el golfo de los magos-brujos del que habló Ariosto.

El propio Cristóbal Colón identificó al cacique Canabò como el rey de Saba a pocos días de viaje de la ciudad Isabel, fundada el 6 de enero; y Francisco Pizarro fijó como fecha formal de la fundación de Lima el 6 de enero de 1535 y le dio a las armas heráldicas de la capital un escudo azul con estrella y tres coronas de oro, en honor de los magos. Un pintor anónimo portugués, a comienzos del siglo XVI, pintó una escena de la adoración de los magos en la sala capitular del convento de Vizeu: en ella aparece un mago caracterizado por el tocado de plumas policromas de los indios y la azagaya amazónica. En la armonía innominable del Nuevo Mundo, donde había que poner nombres a los lugares, la tradición de los reyes magos llegó con los exploradores y ha permanecido hasta hoy muy conectada con las costumbres folclóricas, en un ejemplo de lenguaje religioso-sincrético de la cultura hispanoamericana.

Màgoi mazdeístas, caldeos mánticos o astrólogos babilonios interesados en las esperas mesiánicas de los judíos... Los historiadores siguen empleando sus esfuerzos en descifrar el misterio de los Reyes Magos: de dónde provenían, cuántos eran exactamente y cómo pudieron saber el lugar exacto donde iba a nacer Jesús de Nazaret tan solo por la observación de la supernova que localizó Kepler diecisiete siglos después. Lo cierto es que estos hombres consiguieron relacionar el curso de los astros con la historia humana y asistir como testigos de excepción, hechos cuencos sus manos y sus miradas, al momento histórico más trascendente de los últimos 2.000 años. Después desaparecieron en la niebla de la historia y, sin embargo, cada año, nadie sabe cómo ni por qué, visitan en la noche de invierno a los niños para repetir aquel gesto bello, inacabable y eterno en el que unos sabios monarcas adoraron por primera vez a un inocente.

Del oro, el incienso y la mirra emana un permanente e inequívoco aroma de eternidad. Algunos, mientras vestimos de oropel mágico los retazos de rutina y nos arropamos el corazón con su bendita imagen, recortada en el atardecer del desierto en el Lejano Oriente, seguimos creyendo en ellos.

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