El CES de Las Vegas, como el Mobile World Congress, desmiente cada año a los agoreros que con Internet daban por muertas las grandes ferias. Es verdad que uno puede enterarse al minuto (y al detalle) de todas las novedades que se presentan en un macroevento de este tipo, pero también es verdad que seguimos necesitando el contacto directo con la tecnología, para verla funcionando insitu y tocarla. Y, sobre todo, seguimos necesitando el extra de energía, el subidón de adrenalina y de entusiasmo, que nos transmite una muchedumbre de cientos de miles de curiosos como nosotros y miles de marcas intentando atraer nuestra atención a base de color, música, diseños rutilantes y (cómo no) bellas azafatas. Así somos, aunque muchas veces la parte más racional de nosotros se niegue a reconocerlo.
En el CES de este año, al fin y al cabo una feria de electrónica de consumo, han llamado la atención los coches. Una vez conquistada la mesa de trabajo con el PC y el bolsillo con el smartphone, la industria informática, una de las más potentes e innovadoras del planeta (sino vean el top ten de las mayores empresas del mundo por capitalización bursátil), tenía que colonizar otros terrenos. Y para ello se ha fijado en dos aparatos que cualquier hijo de vecino usa, por no decir que reverencia: el televisor y el coche.
En el caso de la tele, la cosa va lenta por los dichosos derechos de autor. La tecnología está, puestos que las Smart TV de marcas como LG o Samsung permiten hacer casi de todo, aunque todavía falta que los proveedores de contenidos, sobre todo los señores del cine, se decidan de una vez a sacarle provecho para que haya servicios que valgan verdaderamente la pena. ¿Para cuándo un servicio de alquiler de películas online como Dios manda en España? ¿Por qué cuesta tanto que un Netflix llegue a este país?
En el caso de los coches, por el momento sólo vemos prototipos y modelos de laboratorio, pero parece que la cosa va en serio, aunque quedan muchas pruebas por hacer y, sobre todo, muchas cuestiones de seguridad por resolver. En cualquier caso, el coche medio de hoy en día, con un salpicadero de plástico negro donde lo más avanzado tecnológicamente es un reproductor de CD, será una antigualla antes de que nos demos cuenta.
En un mundo que odia los atascos, condena las emisiones de CO2 y detesta el olor y el pringue de gasoil en la gasolinera, y que, en cambio, celebra el uso de la bicicleta, la peatonalización de las ciudades o la eficacia del AVE, al coche no le quedaba más remedio que reinventarse. Todo para seguir siendo, como ocurre desde principios del siglo XX, en el gadget aspiracional por excelencia, la materialización de nuestros deseos, lo más cool sobre la faz de la tierra, un título que empieza a arrebatarle el onmipresente smartphone. Y para ello Internet, el líquido amniótico del que se nutren los millennials, o la música en streaming le vienen de perilla.
En el CES de las Vegas hemos visto un adelanto del coche del futuro: friendly con el medio ambiente gracias a la electricidad y equipado con tecnologías que facilitan hasta el extremo su manejo (nos dicen que pueden ir solos, sin conductor) y pantallas táctiles que lo convierten en una prolongación del salón de casa y en un lugar para la diversión multimedia.
Es el caso del F015 Luxury in Motion, de Mercedes, con asientos rotatorios, acabados de lujo y pantallas por doquier, y donde conducir es una opción más, puesto que el coche puede ir por su cuenta, gracias a unos sensores que reconocen el entorno. Es lo que en Mercedes llaman la conducción autónoma.
Audi intentó demostrar que ese futuro de conducción autónoma está más cerca de lo que parece y se presentó en el CES con un Audi A7 que llegaba desde Silicon Valley después haberse hecho 800 kilómetros sin intervención humana, tan solo valiéndose del ordenador de a bordo. Radar y sensores para detectar obstáculos condujeron al A7 en su trayecto.
BMW, por su parte, mostró un i3, su modelo enteramente eléctrico, que envía información de su estado a un reloj Samsung Gear S. BMW dice también que trabaja para que sus nuevos coches sean capaces de aparcarse sin intervención humana en un parking de un centro comercial, por ejemplo, o de ir a buscar a la puerta del establecimiento a su dueño, al estilo de lo que pasaba en la legendaria serie del coche fantástico.
Mientras tanto, Jaguar se presentó con un coche equipado con un sistema de reconocimiento facial que detecta, por ejemplo, que el conductor está cansado y que coge los mandos en caso de que se duerma gracias al GPS. Esto lo hace a través de cámaras de infrarrojos que analizan cosas como el ritmo de parpadeo de los ojos.
Nunca he sido un amante de los coches. Nunca he sabido nada de motores ni he tenido interés en tunear mi coche para que corriera el doble o se deslizara por las carreteras sobre ruedas y llantas más vistosas. No he sido siquiera un conductor avezado y en cuanto he podido he cedido el volante de mi carro (un monovolumen Xsara Picasso que conduce mi mujer y que nos sirve sobre todo para sacar a la familia de paseo los fines de semana). Nunca experimenté el placer líquido de conducir que Bruce Lee prometía en aquel spot televisivo. Pero en el futuro, con coches que van solos y que son una extensión del salón de casa y donde uno puede disfrutar de una película o echar una cabezada mientras un piloto automático avanza por la autopista, hasta yo acabaré siendo seducido por la industria de las cuatro ruedas.
En el CES de este año, al fin y al cabo una feria de electrónica de consumo, han llamado la atención los coches. Una vez conquistada la mesa de trabajo con el PC y el bolsillo con el smartphone, la industria informática, una de las más potentes e innovadoras del planeta (sino vean el top ten de las mayores empresas del mundo por capitalización bursátil), tenía que colonizar otros terrenos. Y para ello se ha fijado en dos aparatos que cualquier hijo de vecino usa, por no decir que reverencia: el televisor y el coche.
En el caso de la tele, la cosa va lenta por los dichosos derechos de autor. La tecnología está, puestos que las Smart TV de marcas como LG o Samsung permiten hacer casi de todo, aunque todavía falta que los proveedores de contenidos, sobre todo los señores del cine, se decidan de una vez a sacarle provecho para que haya servicios que valgan verdaderamente la pena. ¿Para cuándo un servicio de alquiler de películas online como Dios manda en España? ¿Por qué cuesta tanto que un Netflix llegue a este país?
En el caso de los coches, por el momento sólo vemos prototipos y modelos de laboratorio, pero parece que la cosa va en serio, aunque quedan muchas pruebas por hacer y, sobre todo, muchas cuestiones de seguridad por resolver. En cualquier caso, el coche medio de hoy en día, con un salpicadero de plástico negro donde lo más avanzado tecnológicamente es un reproductor de CD, será una antigualla antes de que nos demos cuenta.
En un mundo que odia los atascos, condena las emisiones de CO2 y detesta el olor y el pringue de gasoil en la gasolinera, y que, en cambio, celebra el uso de la bicicleta, la peatonalización de las ciudades o la eficacia del AVE, al coche no le quedaba más remedio que reinventarse. Todo para seguir siendo, como ocurre desde principios del siglo XX, en el gadget aspiracional por excelencia, la materialización de nuestros deseos, lo más cool sobre la faz de la tierra, un título que empieza a arrebatarle el onmipresente smartphone. Y para ello Internet, el líquido amniótico del que se nutren los millennials, o la música en streaming le vienen de perilla.
En el CES de las Vegas hemos visto un adelanto del coche del futuro: friendly con el medio ambiente gracias a la electricidad y equipado con tecnologías que facilitan hasta el extremo su manejo (nos dicen que pueden ir solos, sin conductor) y pantallas táctiles que lo convierten en una prolongación del salón de casa y en un lugar para la diversión multimedia.
Es el caso del F015 Luxury in Motion, de Mercedes, con asientos rotatorios, acabados de lujo y pantallas por doquier, y donde conducir es una opción más, puesto que el coche puede ir por su cuenta, gracias a unos sensores que reconocen el entorno. Es lo que en Mercedes llaman la conducción autónoma.
Audi intentó demostrar que ese futuro de conducción autónoma está más cerca de lo que parece y se presentó en el CES con un Audi A7 que llegaba desde Silicon Valley después haberse hecho 800 kilómetros sin intervención humana, tan solo valiéndose del ordenador de a bordo. Radar y sensores para detectar obstáculos condujeron al A7 en su trayecto.
BMW, por su parte, mostró un i3, su modelo enteramente eléctrico, que envía información de su estado a un reloj Samsung Gear S. BMW dice también que trabaja para que sus nuevos coches sean capaces de aparcarse sin intervención humana en un parking de un centro comercial, por ejemplo, o de ir a buscar a la puerta del establecimiento a su dueño, al estilo de lo que pasaba en la legendaria serie del coche fantástico.
Mientras tanto, Jaguar se presentó con un coche equipado con un sistema de reconocimiento facial que detecta, por ejemplo, que el conductor está cansado y que coge los mandos en caso de que se duerma gracias al GPS. Esto lo hace a través de cámaras de infrarrojos que analizan cosas como el ritmo de parpadeo de los ojos.
Nunca he sido un amante de los coches. Nunca he sabido nada de motores ni he tenido interés en tunear mi coche para que corriera el doble o se deslizara por las carreteras sobre ruedas y llantas más vistosas. No he sido siquiera un conductor avezado y en cuanto he podido he cedido el volante de mi carro (un monovolumen Xsara Picasso que conduce mi mujer y que nos sirve sobre todo para sacar a la familia de paseo los fines de semana). Nunca experimenté el placer líquido de conducir que Bruce Lee prometía en aquel spot televisivo. Pero en el futuro, con coches que van solos y que son una extensión del salón de casa y donde uno puede disfrutar de una película o echar una cabezada mientras un piloto automático avanza por la autopista, hasta yo acabaré siendo seducido por la industria de las cuatro ruedas.