En ocasiones el teatro va de los márgenes al centro, de salas no convencionales o de los laboratorios de teatro a salas comerciales o institucionales a partir de unos vasos comunicantes que permiten que la profesión se nutra de nuevo talento.
Este es el caso de los dos proyectos que menciono a continuación; proyectos originales que merecerían atención aparte, cada uno de ellos, como muestra de los caminos que los géneros han tomado en los últimos tiempos.
El primer caso es el del director de escena David Ojeda, quien viene de haber realizado el Arrabal (Fando y Lis) más impactante que he podido ver en mucho tiempo. Ojeda trabaja desde la tradición, de casi tres décadas en distintos lugares de Europa, que incorpora al engranaje artístico de las compañías personas con diversidad funcional. Estas procuran la integración de la discapacidad a partir de las representaciones públicas de los espectáculos. Compañías nacionales como Psicoballet de Maite León, Crei-Sants, El Tinglao, ANADE, Danza Mobile o Cía. Danzadown son un ejemplo en donde personas con síndrome de Down ha participado como ejecutantes de arte, desde el ocio o lo profesional. En Europa destacan Stop Gap e Independence Dance en el Reino Unido, Maatwerk en Holanda, CREAM en Bélgica, Teatro de Cristal y L'Oiseau Mouche en Francia; en Latinoamérica, Cía. Imágenes en Perú o Cía. Laboratorio de Sueños en Chile son representativos de esta panorámica. Personalmente, a mí me gusta mucho la compañía Lisarco Danza, cuya refrescante versión de la sinfonía Heroica3 pude disfrutar (enormemente) en los Teatros del Canal en 2011.
Ojeda parte de una práctica escénica que pone en relación las personas con discapacidad con textos en los que se trata, de manera directa o indirecta, temas relacionados con el cuerpo, con el dolor, con lo sano y con las heridas. La última obra que he podido disfrutar desde esta perspectiva ha sido la fantástica Fisuras de Diana Luque, dirigida por él mismo, en el Laboratorio Rivas Cheriff del Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional. La obra, que no cuenta con personas con altercapacidad, trata de las heridas abiertas y sangrantes de una serie de personajes cuyos destinos se entrelazan en una sucesión de accidentes. Un serio trabajo actoral de profesionales que, a la par, son bailarines que ejercen como tal dentro de una trama que dialoga con los límites del cuerpo (sano y herido).
De otro tenor, muy distinto, son las comedias de JuanMa F. Pina de Montgomery Entertainment. Pude ver la primera de ellas, Lavar, Marcar y Enterrar, en la peluquería CortaCabeza, que tiene varias sucursales por Madrid. Como el resto de producciones de "teatro fuera del teatro" a las que ya he dedicado atención, Lavar, Marcar y Enterrar utilizaba su peculiar escenografía (o la falta de la misma) para establecer distintos juegos con el espectador a partir de los espejos o las sillas de la peluquería. Esta era una divertidísima comedia de asesinatos y cardados que fue pronto adaptada para trasladarse al Teatro Príncipe-Gran Vía de Madrid el verano pasado y que volverá en primavera. Se llevaron con ellos objetos reales de la peluquería: sillas, espejos, secadores... Tras esto, el autor estrenó en el Teatro Lara Los cien hijos del presidente, otra comedia en la que aparecían un donante de semen calidad Platinum, un enfermero que odia a la humanidad, una sicóloga con tendencias sado, una "esteticién" con ganas de perdonar y una anciana obsesionada con la lucha libre en un vuelo a México.
Ojeda, Luque y Pina son buenos ejemplos de los vasos comunicantes que hay entre la escena de laboratorio y la institucional, la alternativa y la comercial. Loados ellos que pasan del Off al On sin perder un ápice de frescura, gracia y (¿por qué no?) su poquito de mala leche.
Este es el caso de los dos proyectos que menciono a continuación; proyectos originales que merecerían atención aparte, cada uno de ellos, como muestra de los caminos que los géneros han tomado en los últimos tiempos.
El primer caso es el del director de escena David Ojeda, quien viene de haber realizado el Arrabal (Fando y Lis) más impactante que he podido ver en mucho tiempo. Ojeda trabaja desde la tradición, de casi tres décadas en distintos lugares de Europa, que incorpora al engranaje artístico de las compañías personas con diversidad funcional. Estas procuran la integración de la discapacidad a partir de las representaciones públicas de los espectáculos. Compañías nacionales como Psicoballet de Maite León, Crei-Sants, El Tinglao, ANADE, Danza Mobile o Cía. Danzadown son un ejemplo en donde personas con síndrome de Down ha participado como ejecutantes de arte, desde el ocio o lo profesional. En Europa destacan Stop Gap e Independence Dance en el Reino Unido, Maatwerk en Holanda, CREAM en Bélgica, Teatro de Cristal y L'Oiseau Mouche en Francia; en Latinoamérica, Cía. Imágenes en Perú o Cía. Laboratorio de Sueños en Chile son representativos de esta panorámica. Personalmente, a mí me gusta mucho la compañía Lisarco Danza, cuya refrescante versión de la sinfonía Heroica3 pude disfrutar (enormemente) en los Teatros del Canal en 2011.
Ojeda parte de una práctica escénica que pone en relación las personas con discapacidad con textos en los que se trata, de manera directa o indirecta, temas relacionados con el cuerpo, con el dolor, con lo sano y con las heridas. La última obra que he podido disfrutar desde esta perspectiva ha sido la fantástica Fisuras de Diana Luque, dirigida por él mismo, en el Laboratorio Rivas Cheriff del Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional. La obra, que no cuenta con personas con altercapacidad, trata de las heridas abiertas y sangrantes de una serie de personajes cuyos destinos se entrelazan en una sucesión de accidentes. Un serio trabajo actoral de profesionales que, a la par, son bailarines que ejercen como tal dentro de una trama que dialoga con los límites del cuerpo (sano y herido).
De otro tenor, muy distinto, son las comedias de JuanMa F. Pina de Montgomery Entertainment. Pude ver la primera de ellas, Lavar, Marcar y Enterrar, en la peluquería CortaCabeza, que tiene varias sucursales por Madrid. Como el resto de producciones de "teatro fuera del teatro" a las que ya he dedicado atención, Lavar, Marcar y Enterrar utilizaba su peculiar escenografía (o la falta de la misma) para establecer distintos juegos con el espectador a partir de los espejos o las sillas de la peluquería. Esta era una divertidísima comedia de asesinatos y cardados que fue pronto adaptada para trasladarse al Teatro Príncipe-Gran Vía de Madrid el verano pasado y que volverá en primavera. Se llevaron con ellos objetos reales de la peluquería: sillas, espejos, secadores... Tras esto, el autor estrenó en el Teatro Lara Los cien hijos del presidente, otra comedia en la que aparecían un donante de semen calidad Platinum, un enfermero que odia a la humanidad, una sicóloga con tendencias sado, una "esteticién" con ganas de perdonar y una anciana obsesionada con la lucha libre en un vuelo a México.
Ojeda, Luque y Pina son buenos ejemplos de los vasos comunicantes que hay entre la escena de laboratorio y la institucional, la alternativa y la comercial. Loados ellos que pasan del Off al On sin perder un ápice de frescura, gracia y (¿por qué no?) su poquito de mala leche.