Este no podría ser un comentario objetivo. No lo pretendo. Sólo quiero hacer un relato de lo que siento para quien se tome el trabajo de leer estas líneas. Se produce en el marco de una historia compartida a lo largo de más de siete años defendiendo un proyecto político que algunos de sus fundadores se han empeñado en enterrar.
He podido ver en los medios de comunicación las imágenes de la concentración que convocaba el pasado 19 de enero UPyD en la Puerta del Sol, he leído las referencias que hacían en relación con este evento y también algunos tuits sarcásticos al respecto. Habrá quien pueda pensar que me instalaría ahora en el "ya lo decía yo... Ya decía que desde agosto de 2014, cuando practicaron el acoso y derribo contra Sosa Wagner, la mayoría sus decisiones están presididas por el error", que es una forma de razonable complacencia íntima respecto de los pronósticos que aciertan, pero que tampoco ilustraría lo que siento en estos momentos. Y este -ya digo- no pretende ser un comentario objetivo.
He visto el fracaso de un partido en la foto del 19 de enero en la Puerta del Sol. Y digo del partido y no de la dirección de ese partido, porque existen momentos en que los líderes deciden arrastrar consigo a sus seguidores, aunque sea a una especie de harakiri colectivo. Fue el caso de la secta conocida con el nombre de Templo del Pueblo, que obtuvo gran resonancia a nivel mundial por su suicido en masa acaecido en Jonestown (Guyana), en noviembre de 1978.
Es verdad que muchos de los componentes de UPyD, en lo que ya sería más un chorreo que un goteo -si no fuera por el escaso número de afiliados existente en este partido-, van abandonando ese barco para engrosar la militancia en otros pagos políticos o simplemente para quedarse en sus casas. Pero aún quedan algunos militantes, inasequibles al desaliento, que aguantan su dificilísima situación a la espera de que las encuestas se equivoquen y el voto ciudadano enderece las torcidas y malas políticas.
Y las imágenes del 19 de enero en la Puerta del Sol han evocado en mí la nostalgia de los tiempos pasados: la campaña electoral de 2008, cuando un grupo de afiliados -muchos de ellos han abandonado ya este partido- distribuimos un periódico en las estaciones de metro en mi villa natal de Bilbao. O, más adelante, en la sede nacional de UPyD en la calle Orense de Madrid, en ese despacho en el que nos apiñábamos Juan Luis Fabo, Javier García Núñez -entonces coordinador territorial de Madrid y ahora también fuera del partido-. O cómo, a escasos metros de distancia de ese piso, conocía a quien embarcaba a UPyD en la que quizás sea la más justa de las causas promovidas por este partido, la del Sahara Occidental; y me refiero a Carlos Rey, que también ha abandonado esta organización. Todas ellas apenas breves ráfagas en mi recuerdo personal.
Siento nostalgia ahora del proyecto que un día iniciamos, nostalgia de los compañeros que compartíamos ideas e ilusiones, nostalgia de una ambición de transformación del país desde el trabajo en las instituciones.... Todo ello ahora a la deriva de un sinsentido estrábico, que parece conceder en exclusiva el protagonismo a las concentraciones populares como la que comento, cuando la labor que importa -y que es buena, además- es la que se practica en las asambleas legislativas y en los ayuntamientos.
Y mi recuerdo se dirige ahora a los compañeros que trabajan en esos ayuntamientos o en sus aledaños para llegar a ellos, que se esfuerzan por transmitir un mensaje de regeneración democrática y de buenas políticas en los municipios en los que trabajan.
Les deseo buena suerte. Y espero que la tengan además. Porque -al igual que me decía recientemente un amigo de los que aún me quedan en el PP- hay ocasiones en que la distancia con la dirección de tu partido evita el contagio. Lo mismo que vivir lejos de Jonestown le supondría a un eventual miembro del Templo del Pueblo escapar a su propia muerte.
Y entretanto, a mí solo me queda seguir trabajando en el Parlamento Europeo, de acuerdo con el Manifiesto Fundacional y el programa electoral, que son los compromisos que mantengo respectivamente con los compañeros de mi partido y con los ciudadanos españoles. Y para que sea posible esa Tercera España entre el bipartidismo feneciente y el populismo rampante. La primera de esas tareas, como representante público. La segunda, como un ciudadano más.
He podido ver en los medios de comunicación las imágenes de la concentración que convocaba el pasado 19 de enero UPyD en la Puerta del Sol, he leído las referencias que hacían en relación con este evento y también algunos tuits sarcásticos al respecto. Habrá quien pueda pensar que me instalaría ahora en el "ya lo decía yo... Ya decía que desde agosto de 2014, cuando practicaron el acoso y derribo contra Sosa Wagner, la mayoría sus decisiones están presididas por el error", que es una forma de razonable complacencia íntima respecto de los pronósticos que aciertan, pero que tampoco ilustraría lo que siento en estos momentos. Y este -ya digo- no pretende ser un comentario objetivo.
He visto el fracaso de un partido en la foto del 19 de enero en la Puerta del Sol. Y digo del partido y no de la dirección de ese partido, porque existen momentos en que los líderes deciden arrastrar consigo a sus seguidores, aunque sea a una especie de harakiri colectivo. Fue el caso de la secta conocida con el nombre de Templo del Pueblo, que obtuvo gran resonancia a nivel mundial por su suicido en masa acaecido en Jonestown (Guyana), en noviembre de 1978.
Es verdad que muchos de los componentes de UPyD, en lo que ya sería más un chorreo que un goteo -si no fuera por el escaso número de afiliados existente en este partido-, van abandonando ese barco para engrosar la militancia en otros pagos políticos o simplemente para quedarse en sus casas. Pero aún quedan algunos militantes, inasequibles al desaliento, que aguantan su dificilísima situación a la espera de que las encuestas se equivoquen y el voto ciudadano enderece las torcidas y malas políticas.
Y las imágenes del 19 de enero en la Puerta del Sol han evocado en mí la nostalgia de los tiempos pasados: la campaña electoral de 2008, cuando un grupo de afiliados -muchos de ellos han abandonado ya este partido- distribuimos un periódico en las estaciones de metro en mi villa natal de Bilbao. O, más adelante, en la sede nacional de UPyD en la calle Orense de Madrid, en ese despacho en el que nos apiñábamos Juan Luis Fabo, Javier García Núñez -entonces coordinador territorial de Madrid y ahora también fuera del partido-. O cómo, a escasos metros de distancia de ese piso, conocía a quien embarcaba a UPyD en la que quizás sea la más justa de las causas promovidas por este partido, la del Sahara Occidental; y me refiero a Carlos Rey, que también ha abandonado esta organización. Todas ellas apenas breves ráfagas en mi recuerdo personal.
Siento nostalgia ahora del proyecto que un día iniciamos, nostalgia de los compañeros que compartíamos ideas e ilusiones, nostalgia de una ambición de transformación del país desde el trabajo en las instituciones.... Todo ello ahora a la deriva de un sinsentido estrábico, que parece conceder en exclusiva el protagonismo a las concentraciones populares como la que comento, cuando la labor que importa -y que es buena, además- es la que se practica en las asambleas legislativas y en los ayuntamientos.
Y mi recuerdo se dirige ahora a los compañeros que trabajan en esos ayuntamientos o en sus aledaños para llegar a ellos, que se esfuerzan por transmitir un mensaje de regeneración democrática y de buenas políticas en los municipios en los que trabajan.
Les deseo buena suerte. Y espero que la tengan además. Porque -al igual que me decía recientemente un amigo de los que aún me quedan en el PP- hay ocasiones en que la distancia con la dirección de tu partido evita el contagio. Lo mismo que vivir lejos de Jonestown le supondría a un eventual miembro del Templo del Pueblo escapar a su propia muerte.
Y entretanto, a mí solo me queda seguir trabajando en el Parlamento Europeo, de acuerdo con el Manifiesto Fundacional y el programa electoral, que son los compromisos que mantengo respectivamente con los compañeros de mi partido y con los ciudadanos españoles. Y para que sea posible esa Tercera España entre el bipartidismo feneciente y el populismo rampante. La primera de esas tareas, como representante público. La segunda, como un ciudadano más.