Parecía que con la entrega del balón de oro habíamos dado carpetazo durante algún tiempo a una de las no noticias más recurrentes y absurdas del panorama mediático. Ya sé que este tipo de frivolidades nos permiten evadirnos de otras realidades mucho más antipáticas, pero meses y meses de dimes y diretes nos habían dejado exhaustos, deseando alguna catástrofe, la explosión de un volcán o una nueva crisis económica que eliminase de los titulares una polémica tan estéril y ridícula.
Los dirigentes de los clubes, los compañeros, entrenadores, utilleros, exjugadores, exutilleros, políticos y famosos de todo pelo y condición, han ocupado miles de páginas y horas de emisión discutiendo sobre cuál de los candidatos es más guapo, más molón o la tiene más larga. El eco llegaba a los bares, las oficinas y dinamitaba hasta las comidas familiares.
Cuando oímos el grito cavernícola del ganador, respiramos aliviados pensando que nos habíamos librado de este bombardeo inmisericorde, al menos hasta finales de año. Sin embargo, el asunto de marras aún colea en los medios y los partidarios del vencedor y el derrotado siguen dando la tabarra en todos los medios sobre lo justo o injusto de la decisión. Y yo me pregunto: ¿dónde está mi balón de oro? A los miles de millones de seres anónimos que penamos para llegar a fin de mes, nadie nos dice nada, nadie nos anima. Ustedes dirán que ellos son excepcionales, que son únicos.
Pero es probable que yo también sea el mejor en algo. No sé, por ejemplo, fregando mi casa, que la dejo como los chorros del oro. Y ni mi madre me llama para decirme lo bueno que soy. ¿Quién necesita más apoyo? ¿Yo o un tipo que gana millones de euros con solo ponerse unos calzoncillos apretados? Parece que a Cristiano y a Leo hay que mimarles constantemente, recordarles todos los días lo estupendos que son, como si se tratase de niños de tres años a los que es necesario darles seguridad, aunque me da la impresión que todos esos palmeros les hacen más mal que bien.
Sin ir más lejos, a mí me parece que Messi juega un punto peor desde que se ha dado cuenta de que ya no es un chaval que se divierte jugando, sino un dios. A lo mejor deberíamos volver a los tiempos de Don Santiago Bernabéu, que castigaba a los jugadores que iban a los entrenamientos en un Mercedes Benz por el agravio comparativo que suponía para sus compañeros, que no lo tenían. Eso es quizás lo que nos haría falta en esta sociedad sedienta de fama y reconocimiento, un poco más de humildad y sentido común, de satisfacción propia por las cosas bien hechas. Pero como probablemente eso sea mucho pedir, exijamos balones de oro para todos. Yo ya estoy haciendo hueco en la estantería para el mío.
Los dirigentes de los clubes, los compañeros, entrenadores, utilleros, exjugadores, exutilleros, políticos y famosos de todo pelo y condición, han ocupado miles de páginas y horas de emisión discutiendo sobre cuál de los candidatos es más guapo, más molón o la tiene más larga. El eco llegaba a los bares, las oficinas y dinamitaba hasta las comidas familiares.
Cuando oímos el grito cavernícola del ganador, respiramos aliviados pensando que nos habíamos librado de este bombardeo inmisericorde, al menos hasta finales de año. Sin embargo, el asunto de marras aún colea en los medios y los partidarios del vencedor y el derrotado siguen dando la tabarra en todos los medios sobre lo justo o injusto de la decisión. Y yo me pregunto: ¿dónde está mi balón de oro? A los miles de millones de seres anónimos que penamos para llegar a fin de mes, nadie nos dice nada, nadie nos anima. Ustedes dirán que ellos son excepcionales, que son únicos.
Pero es probable que yo también sea el mejor en algo. No sé, por ejemplo, fregando mi casa, que la dejo como los chorros del oro. Y ni mi madre me llama para decirme lo bueno que soy. ¿Quién necesita más apoyo? ¿Yo o un tipo que gana millones de euros con solo ponerse unos calzoncillos apretados? Parece que a Cristiano y a Leo hay que mimarles constantemente, recordarles todos los días lo estupendos que son, como si se tratase de niños de tres años a los que es necesario darles seguridad, aunque me da la impresión que todos esos palmeros les hacen más mal que bien.
Sin ir más lejos, a mí me parece que Messi juega un punto peor desde que se ha dado cuenta de que ya no es un chaval que se divierte jugando, sino un dios. A lo mejor deberíamos volver a los tiempos de Don Santiago Bernabéu, que castigaba a los jugadores que iban a los entrenamientos en un Mercedes Benz por el agravio comparativo que suponía para sus compañeros, que no lo tenían. Eso es quizás lo que nos haría falta en esta sociedad sedienta de fama y reconocimiento, un poco más de humildad y sentido común, de satisfacción propia por las cosas bien hechas. Pero como probablemente eso sea mucho pedir, exijamos balones de oro para todos. Yo ya estoy haciendo hueco en la estantería para el mío.