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¿Por qué "es ahora"? Crónica no oficial de la Marcha del Cambio

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Foto: EFE/CHEMA MOYA



Muchas personas se lo han preguntado en las última semanas: "¿Por qué convoca Podemos una manifestación? ¿No corre el riesgo de fracasar, de no poder?". Después del éxito de la convocatoria del sábado 31 de enero, sería sencillo sacar pecho y jugar a los números. Sin embargo, la imagen de la Puerta del Sol, la calle Alcalá y sus aledaños abarrotados tiene una fuerza simbólica incontestable que hace insípido el debate numérico. Esa imagen se inscribe desde el sábado en la Historia de nuestro país con letras moradas, cierto, pero también con letras que miran más allá de Podemos como fuerza política.

Dos cosas como mínimo llaman la atención de la marcha del sábado 31. En primer lugar, la importante carga de emoción e ilusión de la generación de los nacidos entre 1945 y 1955. Es decir, aquellos que vivieron de primera mano la Transición. Hubo encuentros inesperados y se compartieron historias. Se escuchó aquello de "esto me recuerda a los setenta", desde luego, pero con una matización novedosa: muchas de las personas que señalaban los parecidos de familia (políticos y afectivos) entre entonces y hoy parecían tener más confianza en el cambio hoy que entonces, como si el ciclo político abierto tras las elecciones europeas tuviese todavía más potencial. De alguna manera, es como si para ellas asistiéramos a una segunda oportunidad, que no es lo mismo que una segunda Transición.

Esta segunda oportunidad es radicalmente liberadora porque llega cuando el miedo a la recaída en el franquismo y en la guerra (ese fantasma terrible de la Transición) ya no está presente. Votantes de muchos partidos a lo largo de sus vidas, procedentes de lugares diversos, se sentía en estas personas comunes la incapacidad de las instituciones del régimen del 78, sus medios de comunicación inclusive, para explicar lo que está pasando. Se intuye que cuando estas personas cuenten su experiencia de la marcha, articularán su propio relato, recogerán las piezas por sí mismas, sin necesidad de los generadores tradicionales de opinión. O lo que es igual, pondrán negro sobre blanco que el divorcio entre la ciudadanía y sus representantes está llegando a lugares y límites insospechados. La Marcha del Cambio la contará la gente. Sus múltiples sentidos serán de la gente.

En segundo lugar, los lemas y las canciones; se vieron muy pocas reivindicaciones ajenas al sentido de la convocatoria, ninguna en realidad. Y todas aparecieron inscritas en la lógica discursiva de la misma: el momento es ahora, nos hallamos en la cuenta atrás para un cambio que aspira modestamente a construir un país al que puedan regresar quienes han tenido que dejarlo, un país digno cuyas instituciones estén al servicio de las mayorías sociales, y no de unos pocos privilegiados. Nadie cuestionaba el cambio, pero sí se discutía, y mucho, cuándo ocurrirá. Por eso el lema de la cabecera decía: "Es ahora" (y punto, cabe añadir). Por eso no iba acompañado del logo de Podemos. Ningún portavoz del partido marchó en la cabecera, sino que lo hicieron con el resto de los participantes. No se reclamaba nada ni se protestaba contra nadie.

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Foto: Leyre Pérez González



Se reclamaba simplemente que en España el cambio político no debe esperar, que las medidas cosméticas que los partidos viejos proponen pueden estirar la situación actual un poco más, pero no van a resolver nada. Lo hacían personas que conocieron otros cambios, lo cual confirma que el voto a Podemos tampoco es generacionalmente mensurable, por más que sus dos figuras más visibles (Pablo Iglesias e Iñigo Errejón) ronden los treinta y cinco largos.

Por último, se escucharon canciones diferentes en lenguas diversas: desde Todo cambia Mercedes Sosa a Common People de Pulp, pasando por Public Enemy, Peret y la canción de la película Cazafantasmas, fervorosamente irónica y muy celebrada. Un día alegre, pero sobre todo, un día impensable hace doce meses para quienes miraban desde Génova o Moncloa. Hacía pensar en el Ortega de la vieja y nueva política, cuando decía aquello de que "la España oficial consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación". Vista la marcha, la España negra es la de Rajoy, no la del sábado pasado en Madrid.

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