Hace más de un año y medio, cuando la novela Nosotras que lo quisimos todo (Editorial Planeta) no era más que un taco de folios sin compromiso editorial, se cruzó en mi vida un hombre con responsabilidades, cuya identidad omitiré porque no aporta nada a lo que quiero contar. Le hablé del taco de folios y del tema que en ellos trataba: el timo de la mujer trabajadora. El hombre me miró con cara de estupefacción y me dijo:
-El mundo no ha cambiado porque los hombres no hemos querido que cambie.
Por aquel entonces, yo ya había llegado a esa conclusión, pero no la introduje en la novela. Fue algo deliberado. Ni siquiera la puse en boca de Beatriz, la protagonista.
Tras aquella conversación, empecé a desear, más que nunca, publicar. Nunca antes, y esta es mi cuarta aventura editorial, me ha interesado tanto que un taco de folios se convierta en libro. Desde el 15 de enero está en las librerías.
Han pasado poco más de dos semanas en las que he asistido a una noria de reacciones. Desde el trasnochado discurso que nos sigue colgando el cartel de víctimas, hasta el comentario de "opta por no tener hijos", pasando por quien sugiere que culpe a mi madre por no haberme hecho "un croquis sobre lo que significaba la maternidad". Frente a eso, también me he encontrado un pelotón de mujeres cómplices que siente y padece el dilema, sí dilema, que se plantea la protagonista de la novela y que no difiere mucho del dilema, sí dilema, que atenaza a las mujeres más libres y con más derechos de la historia. Una generación de mujeres con las mismas oportunidades que los hombres, incapaz de conseguir los mismos resultados. Una generación de mujeres que se cobija bajo una realidad de leyes que sólo son leyes y no hacen milagros. Y una generación, en definitiva, que se lanzó a conquistar el mundo y se chocó de bruces con él. A todo eso yo lo llamo timo.
Es un timo descubrir que las promesas de igualdad no son reales. Saber que volverás a casa y empezarás una especie de segunda jornada sin remuneración extra. Aunque las cosas están cambiando, la mujer trabaja dentro y fuera de casa. Es una realidad estadística. Los datos recogidos en el Plan de Igualdad de Oportunidades 2014-2016 del Instituto de la Mujer dicen que dedicamos casi cinco horas diarias a tareas del hogar y la familia, frente a la hora y cincuenta y cuatro minutos de los hombres. Eso genera una desigualdad de manual que todos los organismos internacionales sitúan como nuestro primer obstáculo para concluir con éxito una carrera profesional. Habrá quien relativice los efectos de todo esto, pero quien tiene que encender la plancha a las tantas de la noche o quien roba horas al sueño para hacer purés se siente un poco timada... además de muy cansada.
La Organización Internacional del Trabajo señala en un reciente informe que el 100% de las mujeres que inicia un proyecto personal confía en el reparto equitativo del trabajo en casa, mientras que el 70% de los hombres cree que el peso recaerá sobre sus parejas. Esta expectativa de igualdad es otra de las barreras transparentes que confeccionan el timo. Es cierto que nos criamos en un entorno de igualdad relativa porque nuestras madres se ocupaban de todo. Pero creíamos que sería diferente cuando nos tocará ser madres y profesionales. Creímos también que las estructuras empresariales habrían evolucionado, como mínimo, al mismo ritmo que nosotras. Nada es exactamente así.
¿Qué hacemos? Movernos. Siento que hay partido porque hay ganas. Hay una revolución pendiente que pasa por dos palabras feas, pero eficaces: racionalidad y flexibilidad. Flexibilidad horaria y flexibilidad en el discurso. La sociedad nos debe a hombres y a mujeres un rediseño de las jornadas laborales. Nos debe también una despenalización de la madre profesional y una despenalización de la profesional que quiere ser madre. Es lo que yo llamo plan C. Existe. Tiene que existir. Lo que da sentido a este libro es la desdramatización del drama. La propia protagonista se salva de la destrucción construyendo su plan C contra todo y contra todos. La novela es un golpe en la mesa: si quieres, puedes; hazlo a tu manera. Ve y habla con tu jefe. No le llores. Los hombres no quieren lágrimas, quieren soluciones. "Ve y hazlo", concluye Beatriz en su epílogo.
Quizá ese plan C empieza por hablar de la maternidad sin prejuicios y por plantear nuestras necesidades en cada momento. Así evitaremos que nos timen y que nos sintamos timadas. Cualquier opción será buena antes que arrojar la toalla, agotada de no llegar a nada queriendo llegar a todo. La sociedad no puede permitirse fugas de talento y nosotras no deberíamos dejar ni un hueco libre. No es una obligación tener una carrera, pero tampoco debería ser una opción renunciar a la maternidad. ¡Ya somos el país con uno de los índices de natalidad más bajo!
Hay un campo de batalla en el que la mujer no tiene papel y sobre el que Europa está poniendo el foco: la carreras técnicas. El 87,4% de ingenieros españoles son hombres. No hace mucho tiempo tuve la oportunidad de hablar sobre estos asuntos con Carlota Reyners, miembro del gabinete de la comisaria NeelieKroes. Me contó que en el sector de las TICs habrá unos ¡900.000 puestos en 2020! Hay que promocionar las formaciones y empleos científicos y tecnológicos entre las mujeres porque permiten más conciliación y, además, no lo neguemos, están mejor pagados. La Comisión Europea organiza un premio anual llamado Girlson ICT Award que, el año pasado, estuvo apoyado además por la iniciativa Codingweek, una semana dedicada a la programación para dar visibilidad a sus posibilidades. En Estados Unidos se enseña en los colegios. En Reino Unido hicieron un Hour of Code con mucho éxito y participaron tanto ellos como de ellas. España espera en el andén.
Así que sí, ha llegado la hora de las mujeres. Quizá también haya llegado la hora de que nos gobierne una mujer para cambiar ese mundo que no ha cambiado del todo. Sé que está manido, pero también siento que una mujer con poder es capaz de entender que sentirse timada no es una licencia literaria, ni siquiera una pose. Es una sensación. Un sentimiento. Y, para muchas mujeres, una realidad.
-El mundo no ha cambiado porque los hombres no hemos querido que cambie.
Por aquel entonces, yo ya había llegado a esa conclusión, pero no la introduje en la novela. Fue algo deliberado. Ni siquiera la puse en boca de Beatriz, la protagonista.
Tras aquella conversación, empecé a desear, más que nunca, publicar. Nunca antes, y esta es mi cuarta aventura editorial, me ha interesado tanto que un taco de folios se convierta en libro. Desde el 15 de enero está en las librerías.
Han pasado poco más de dos semanas en las que he asistido a una noria de reacciones. Desde el trasnochado discurso que nos sigue colgando el cartel de víctimas, hasta el comentario de "opta por no tener hijos", pasando por quien sugiere que culpe a mi madre por no haberme hecho "un croquis sobre lo que significaba la maternidad". Frente a eso, también me he encontrado un pelotón de mujeres cómplices que siente y padece el dilema, sí dilema, que se plantea la protagonista de la novela y que no difiere mucho del dilema, sí dilema, que atenaza a las mujeres más libres y con más derechos de la historia. Una generación de mujeres con las mismas oportunidades que los hombres, incapaz de conseguir los mismos resultados. Una generación de mujeres que se cobija bajo una realidad de leyes que sólo son leyes y no hacen milagros. Y una generación, en definitiva, que se lanzó a conquistar el mundo y se chocó de bruces con él. A todo eso yo lo llamo timo.
Es un timo descubrir que las promesas de igualdad no son reales. Saber que volverás a casa y empezarás una especie de segunda jornada sin remuneración extra. Aunque las cosas están cambiando, la mujer trabaja dentro y fuera de casa. Es una realidad estadística. Los datos recogidos en el Plan de Igualdad de Oportunidades 2014-2016 del Instituto de la Mujer dicen que dedicamos casi cinco horas diarias a tareas del hogar y la familia, frente a la hora y cincuenta y cuatro minutos de los hombres. Eso genera una desigualdad de manual que todos los organismos internacionales sitúan como nuestro primer obstáculo para concluir con éxito una carrera profesional. Habrá quien relativice los efectos de todo esto, pero quien tiene que encender la plancha a las tantas de la noche o quien roba horas al sueño para hacer purés se siente un poco timada... además de muy cansada.
La Organización Internacional del Trabajo señala en un reciente informe que el 100% de las mujeres que inicia un proyecto personal confía en el reparto equitativo del trabajo en casa, mientras que el 70% de los hombres cree que el peso recaerá sobre sus parejas. Esta expectativa de igualdad es otra de las barreras transparentes que confeccionan el timo. Es cierto que nos criamos en un entorno de igualdad relativa porque nuestras madres se ocupaban de todo. Pero creíamos que sería diferente cuando nos tocará ser madres y profesionales. Creímos también que las estructuras empresariales habrían evolucionado, como mínimo, al mismo ritmo que nosotras. Nada es exactamente así.
¿Qué hacemos? Movernos. Siento que hay partido porque hay ganas. Hay una revolución pendiente que pasa por dos palabras feas, pero eficaces: racionalidad y flexibilidad. Flexibilidad horaria y flexibilidad en el discurso. La sociedad nos debe a hombres y a mujeres un rediseño de las jornadas laborales. Nos debe también una despenalización de la madre profesional y una despenalización de la profesional que quiere ser madre. Es lo que yo llamo plan C. Existe. Tiene que existir. Lo que da sentido a este libro es la desdramatización del drama. La propia protagonista se salva de la destrucción construyendo su plan C contra todo y contra todos. La novela es un golpe en la mesa: si quieres, puedes; hazlo a tu manera. Ve y habla con tu jefe. No le llores. Los hombres no quieren lágrimas, quieren soluciones. "Ve y hazlo", concluye Beatriz en su epílogo.
Quizá ese plan C empieza por hablar de la maternidad sin prejuicios y por plantear nuestras necesidades en cada momento. Así evitaremos que nos timen y que nos sintamos timadas. Cualquier opción será buena antes que arrojar la toalla, agotada de no llegar a nada queriendo llegar a todo. La sociedad no puede permitirse fugas de talento y nosotras no deberíamos dejar ni un hueco libre. No es una obligación tener una carrera, pero tampoco debería ser una opción renunciar a la maternidad. ¡Ya somos el país con uno de los índices de natalidad más bajo!
Hay un campo de batalla en el que la mujer no tiene papel y sobre el que Europa está poniendo el foco: la carreras técnicas. El 87,4% de ingenieros españoles son hombres. No hace mucho tiempo tuve la oportunidad de hablar sobre estos asuntos con Carlota Reyners, miembro del gabinete de la comisaria NeelieKroes. Me contó que en el sector de las TICs habrá unos ¡900.000 puestos en 2020! Hay que promocionar las formaciones y empleos científicos y tecnológicos entre las mujeres porque permiten más conciliación y, además, no lo neguemos, están mejor pagados. La Comisión Europea organiza un premio anual llamado Girlson ICT Award que, el año pasado, estuvo apoyado además por la iniciativa Codingweek, una semana dedicada a la programación para dar visibilidad a sus posibilidades. En Estados Unidos se enseña en los colegios. En Reino Unido hicieron un Hour of Code con mucho éxito y participaron tanto ellos como de ellas. España espera en el andén.
Así que sí, ha llegado la hora de las mujeres. Quizá también haya llegado la hora de que nos gobierne una mujer para cambiar ese mundo que no ha cambiado del todo. Sé que está manido, pero también siento que una mujer con poder es capaz de entender que sentirse timada no es una licencia literaria, ni siquiera una pose. Es una sensación. Un sentimiento. Y, para muchas mujeres, una realidad.