Cerca de casa (Xordica) es el libro de un chico de pueblo. Lechago fue el lugar de las primeras veces, donde, antes de mis seis años, recibí algunos impactos. No sé si la influencia de la infancia en la personalidad está sobrevalorada o infravalorada. Pero, en mi caso, es casi cómico comprobar hasta qué punto me explica. Muchas de mis cosas proceden de aquellos impactos inolvidables.
Mi infancia no fue dura sino todo lo contrario. Pero en mi familia nunca sobró nada, en la casa de Lechago no había retrete y mi padre se enfadaba si yo compraba cromos de fútbol. Mi madre hacía salchichas en una carnicería y fregaba de rodillas el suelo de algunos bares y casas de Calamocha. Mi padre trabajaba de peón en una granja de cerdos. Durante años dormí en la misma cama que mis padres o mis hermanos. Mirar a mi alrededor me enseñó el valor de las cosas y de la gente que merecía la pena.
Mi padre me hablaba de películas, libros y futbolistas mientras me llevaba de la mano por las calles embarradas. Pero en Lechago vivíamos unos doscientos y no había apenas libros, ni un solo cine ni un equipo de fútbol. Calamocha, a una hora a pie de Lechago, tenía 3000 habitantes, un cine, un equipo de fútbol y muchos libros más. Mirada desde Lechago, Calamocha era toda una metrópoli. Y, Zaragoza, no digamos. Zaragoza era un lugar repleto de cines y librerías y allí vivían los jugadores del Real Zaragoza, mis primeros héroes. Zaragoza era la ciudad soñada. En Lechago era muy fácil ser un poco mitómano.
Cuando en 1980, con 18 años, fui a vivir a Zaragoza cumplí una gran ilusión. En esa ciudad conocí a personas extraordinarias de mundos que en Lechago parecían inalcanzables.
Cerca de casa cuenta con varios tipos de protagonistas: gente, historias y lugares presentes en mi vida desde mi infancia o que conocí en la Zaragoza de los 80; gente admirable por toda clase de motivos o gente a la que la vida ha tratado de un modo que me ha impresionado.
Hacia 1992, cuando escribía en El periódico de Aragón, decidí abandonar la crítica de cine. Lo dejé cuando comprobé de cerca de qué modo con una crítica era sencillo hacer daño y resultar arbitrario, injusto y absurdo. Desde entonces me concentré en escribir, sobre todo, de lo que me gustaba y en tratar de descubrir a los demás las cosas y las personas que me hacían agradable la vida.
Sufrimos ahora unos tiempos obscenos en los que, a menudo, da la impresión de que nuestro mundo se viene abajo y de que la batalla la han ganado los malos, que son pocos pero muy poderosos. Lo que más brilla es lo peor: la codicia, la indecencia, la tristeza, la desesperanza, la fealdad, la vileza, la corrupción, la abyecta desigualdad, la basura ideológica, el abuso sobre los débiles, el descaro de los forajidos políticos y financieros y el completo desprecio por cositas tan insignificantes como la ciencia, la educación y la cultura. Un día, mi madre, mientras veía el telediario, agobiada y perpleja por la avalancha de fraudes y escándalos, soltó esta perla: "Pero hijo, ¿será verdad tanta mentira?". Mi madre acababa de sintetizar toda una época.
Cerca de casa también nace de mi deseo de exaltar, más que nunca, los destellos que percibo de bondad, talento, elegancia, coraje, humor, belleza, amistad, decencia o amor por la ciencia, la educación y la cultura.
Muchos de los artículos de este libro están escritos desde la memoria, el afecto, la admiración o la alegría. A veces son crónicas de un instante o fotografías de un estado de ánimo. Unos cuantos están tocados por la melancolía de los amigos perdidos o por la rabia al advertir la inagotable capacidad de la vida para golpear donde más duele.
Algunos de los textos retratan a seres que cumplieron mi loca aspiración infantil: jugar en el Real Zaragoza. A ratos, en esos artículos, se desliza otro tipo de rabia: la del forofo que observa la brutal degradación sufrida por su equipo en la etapa más oscura de su historia.
Fernando Trueba sostiene que su verdadera patria son las cosas, las vivencias y la gente que han contribuido a hacerle como es. No puedo estar más de acuerdo: la patria no es lo que los demás nos quieren hacer creer, sino lo que nosotros sentimos que es. Cerca de casa es un tributo a algunas de las personas y de las cosas que han sacado lo mejor de mí y que ocupan un lugar muy confortable en mi verdadera patria.
En sus últimos días le escuché a Fernando Fernán-Gómez algo inesperado: "Una de las cosas de las que más me arrepiento en esta vida es de no haberle dicho a la gente que quería cómo la quería". Cerca de casa procura paliar algo ese sentimiento de mala conciencia con el que tan fácil resulta sentirse identificado.
Mi infancia no fue dura sino todo lo contrario. Pero en mi familia nunca sobró nada, en la casa de Lechago no había retrete y mi padre se enfadaba si yo compraba cromos de fútbol. Mi madre hacía salchichas en una carnicería y fregaba de rodillas el suelo de algunos bares y casas de Calamocha. Mi padre trabajaba de peón en una granja de cerdos. Durante años dormí en la misma cama que mis padres o mis hermanos. Mirar a mi alrededor me enseñó el valor de las cosas y de la gente que merecía la pena.
Mi padre me hablaba de películas, libros y futbolistas mientras me llevaba de la mano por las calles embarradas. Pero en Lechago vivíamos unos doscientos y no había apenas libros, ni un solo cine ni un equipo de fútbol. Calamocha, a una hora a pie de Lechago, tenía 3000 habitantes, un cine, un equipo de fútbol y muchos libros más. Mirada desde Lechago, Calamocha era toda una metrópoli. Y, Zaragoza, no digamos. Zaragoza era un lugar repleto de cines y librerías y allí vivían los jugadores del Real Zaragoza, mis primeros héroes. Zaragoza era la ciudad soñada. En Lechago era muy fácil ser un poco mitómano.
Cuando en 1980, con 18 años, fui a vivir a Zaragoza cumplí una gran ilusión. En esa ciudad conocí a personas extraordinarias de mundos que en Lechago parecían inalcanzables.
Cerca de casa cuenta con varios tipos de protagonistas: gente, historias y lugares presentes en mi vida desde mi infancia o que conocí en la Zaragoza de los 80; gente admirable por toda clase de motivos o gente a la que la vida ha tratado de un modo que me ha impresionado.
Hacia 1992, cuando escribía en El periódico de Aragón, decidí abandonar la crítica de cine. Lo dejé cuando comprobé de cerca de qué modo con una crítica era sencillo hacer daño y resultar arbitrario, injusto y absurdo. Desde entonces me concentré en escribir, sobre todo, de lo que me gustaba y en tratar de descubrir a los demás las cosas y las personas que me hacían agradable la vida.
Sufrimos ahora unos tiempos obscenos en los que, a menudo, da la impresión de que nuestro mundo se viene abajo y de que la batalla la han ganado los malos, que son pocos pero muy poderosos. Lo que más brilla es lo peor: la codicia, la indecencia, la tristeza, la desesperanza, la fealdad, la vileza, la corrupción, la abyecta desigualdad, la basura ideológica, el abuso sobre los débiles, el descaro de los forajidos políticos y financieros y el completo desprecio por cositas tan insignificantes como la ciencia, la educación y la cultura. Un día, mi madre, mientras veía el telediario, agobiada y perpleja por la avalancha de fraudes y escándalos, soltó esta perla: "Pero hijo, ¿será verdad tanta mentira?". Mi madre acababa de sintetizar toda una época.
Cerca de casa también nace de mi deseo de exaltar, más que nunca, los destellos que percibo de bondad, talento, elegancia, coraje, humor, belleza, amistad, decencia o amor por la ciencia, la educación y la cultura.
Muchos de los artículos de este libro están escritos desde la memoria, el afecto, la admiración o la alegría. A veces son crónicas de un instante o fotografías de un estado de ánimo. Unos cuantos están tocados por la melancolía de los amigos perdidos o por la rabia al advertir la inagotable capacidad de la vida para golpear donde más duele.
Algunos de los textos retratan a seres que cumplieron mi loca aspiración infantil: jugar en el Real Zaragoza. A ratos, en esos artículos, se desliza otro tipo de rabia: la del forofo que observa la brutal degradación sufrida por su equipo en la etapa más oscura de su historia.
Fernando Trueba sostiene que su verdadera patria son las cosas, las vivencias y la gente que han contribuido a hacerle como es. No puedo estar más de acuerdo: la patria no es lo que los demás nos quieren hacer creer, sino lo que nosotros sentimos que es. Cerca de casa es un tributo a algunas de las personas y de las cosas que han sacado lo mejor de mí y que ocupan un lugar muy confortable en mi verdadera patria.
En sus últimos días le escuché a Fernando Fernán-Gómez algo inesperado: "Una de las cosas de las que más me arrepiento en esta vida es de no haberle dicho a la gente que quería cómo la quería". Cerca de casa procura paliar algo ese sentimiento de mala conciencia con el que tan fácil resulta sentirse identificado.