En la ceremonia de los Goya nadie, ni un solo hombre o mujer, dedicó el premio a su pareja del mismo sexo. Nadie se atrevió a estar fuera del armario o a salir de él delante de los millones de personas que desde sus casas veían la gala. Nadie pronunció las malditas palabras: mi marido, mi esposa, mi compañera, mi pareja, mi amor... para a continuación evidenciar que se trataba de una persona del mismo sexo que el premiado. Nadie se salió de la norma hetero en una ceremonia con treinta premios y varias decenas de premiados. Por lo visto no hay gays ni lesbianas en la gran familia del cine. Ni transexuales, ni bisexuales... en el mundo del cine sólo trabajan heterosexuales. Al igual que sucede en Grecia, que para ser ministro de ese gobierno, tan suficientemente preparado, hay que ser un hombre porque "como todo el mundo sabe" las mujeres griegas no están capacitadas para gobernar. En la Academia del Cine para ser premiado tienes que ser heterosexual, sino no recibes nada y si por error recibes un galardón, lo mejor es guardar silencio, no vaya a ser que al año siguiente se olviden de ti...
Estoy bromeando claro. La Academia no tiene nada que ver en este tema. Esta es una decisión individual, tomada a título personal por cada uno de las personas que suben ahí, al escenario, y dejan caer esa retahíla de dedicatorias a sus parejas, familiares, amigos y mentores. Todos hacen lo mismo salvo los gays y las lesbianas que siempre "se olvidan" de hacerlo. O quizás quiero pensar que todos/as están afectados por el mal de la soltería y no tienen a nadie a quien dedicarle el premio... en cualquier caso decirlo o no es una responsabilidad que quienes se dedican a esto, o a cualquier otro trabajo, deberían plantearse.
Finalmente desconozco las razones por las que esto sucede, pero desgranemos algunas opciones más o menos plausibles: miedo, terror, acojone, timidez, inseguridad, represión, desgana, desinterés, incomodidad, innecesariedad... porque algunos todavía piensan que decir el nombre de su amor en un acto público carece de interés y sólo puede traerles problemas. Muchos de los gays y lesbianas premiados en los Goya creen que no es importante hacerlo... Pero ¿cómo pueden estar tan equivocados? ¿Como pueden ser todos estos gays y lesbianas tan insensatos e irresponsables como para creer que no es relevante que los espectadores de la gala más vista de la televisión en España se queden sin saber que las personas LGTB existimos? Que hacemos cine, teatro, arte, edificios, política, niños... Que hacemos pan, dulces, croquetas, pizzas... que cultivamos la tierra, construimos coches, vendemos electrodomésticos o ponemos ladrillos... que hacemos de todo porque somos personas como las demás.
Sin embargo lo que nos hace especiales, distintos, extraños, raros... es precisamente ese silencio que se obstinan en guardar algunos haciéndonos creer, y creyéndose ellos mismos, que "eso" forma parte de su vida privada o de su círculo más próximo. Esa vieja y reaccionaria manera de pensar está ahí todavía, imbatible al desaliento. Esa vieja y absurda idea de que no es importante visibilizarnos en público delante de una audiencia de millones de personas, desgraciadamente persiste en el imaginario de muchas personas LGTB, por miedo o por comodidad. La comodidad del silencio. La confortable actitud del silencio cómplice con las mayorías, dictada por el instinto de supervivencia que muchos/as tienen tan desarrollado.
Por el contrario recuerdo nítidamente una de las pocas veces en que las cosas fueron diferentes. Fue una escena protagonizada por el diseñador de vestuario, desgraciadamente ya fallecido, Javier Artiñano, quien dedicó el Goya que acababa de recibir a su compañero y creo que a continuación dijo su nombre. Me emocionó aquel momento, casi único en los Goya. Algún momento más de este tipo ha habido en otras ediciones. Pero yo recuerdo con emoción especialmente ese, hace ya muchos, muchos años, porque rompió una no escrita ley del silencio que por lo visto impide que algunos hombres y mujeres nombren a las personas a las que aman en las galas de los Goya. Víctimas de una repentina amnesia, de un miedo insuperable capaz de atravesar el tiempo y el espacio.
Estoy bromeando claro. La Academia no tiene nada que ver en este tema. Esta es una decisión individual, tomada a título personal por cada uno de las personas que suben ahí, al escenario, y dejan caer esa retahíla de dedicatorias a sus parejas, familiares, amigos y mentores. Todos hacen lo mismo salvo los gays y las lesbianas que siempre "se olvidan" de hacerlo. O quizás quiero pensar que todos/as están afectados por el mal de la soltería y no tienen a nadie a quien dedicarle el premio... en cualquier caso decirlo o no es una responsabilidad que quienes se dedican a esto, o a cualquier otro trabajo, deberían plantearse.
Finalmente desconozco las razones por las que esto sucede, pero desgranemos algunas opciones más o menos plausibles: miedo, terror, acojone, timidez, inseguridad, represión, desgana, desinterés, incomodidad, innecesariedad... porque algunos todavía piensan que decir el nombre de su amor en un acto público carece de interés y sólo puede traerles problemas. Muchos de los gays y lesbianas premiados en los Goya creen que no es importante hacerlo... Pero ¿cómo pueden estar tan equivocados? ¿Como pueden ser todos estos gays y lesbianas tan insensatos e irresponsables como para creer que no es relevante que los espectadores de la gala más vista de la televisión en España se queden sin saber que las personas LGTB existimos? Que hacemos cine, teatro, arte, edificios, política, niños... Que hacemos pan, dulces, croquetas, pizzas... que cultivamos la tierra, construimos coches, vendemos electrodomésticos o ponemos ladrillos... que hacemos de todo porque somos personas como las demás.
Sin embargo lo que nos hace especiales, distintos, extraños, raros... es precisamente ese silencio que se obstinan en guardar algunos haciéndonos creer, y creyéndose ellos mismos, que "eso" forma parte de su vida privada o de su círculo más próximo. Esa vieja y reaccionaria manera de pensar está ahí todavía, imbatible al desaliento. Esa vieja y absurda idea de que no es importante visibilizarnos en público delante de una audiencia de millones de personas, desgraciadamente persiste en el imaginario de muchas personas LGTB, por miedo o por comodidad. La comodidad del silencio. La confortable actitud del silencio cómplice con las mayorías, dictada por el instinto de supervivencia que muchos/as tienen tan desarrollado.
Por el contrario recuerdo nítidamente una de las pocas veces en que las cosas fueron diferentes. Fue una escena protagonizada por el diseñador de vestuario, desgraciadamente ya fallecido, Javier Artiñano, quien dedicó el Goya que acababa de recibir a su compañero y creo que a continuación dijo su nombre. Me emocionó aquel momento, casi único en los Goya. Algún momento más de este tipo ha habido en otras ediciones. Pero yo recuerdo con emoción especialmente ese, hace ya muchos, muchos años, porque rompió una no escrita ley del silencio que por lo visto impide que algunos hombres y mujeres nombren a las personas a las que aman en las galas de los Goya. Víctimas de una repentina amnesia, de un miedo insuperable capaz de atravesar el tiempo y el espacio.