Al mismo tiempo que se reactivan las mastodónticas operaciones urbanísticas en Madrid, como el complejo Eurovegas -ahora a manos del magnate chino Wanda- o la Operación Chamartín, resulta hiriente que las tendencias orgánicas de la propia ciudad sean ignoradas, máxime cuando ocurren en pleno corazón de la misma. El problema no pasa por abandonar las grandes inversiones; más bien, antes de acometerla, hay que leer las dinámicas urbanas ya existentes y, con tales inyecciones económicas, tratar de alcanzar beneficios sociales de ellas.
Un ejemplo claro: el mismo Wang Jianlin, cabeza de Wanda y nuevo accionista del Atleti, culminó el proceso de chinanización del entorno de Plaza de España con la polémica compra del Edificio España, un futuro mall al estilo asiático. Tal metamorfosis del barrio comenzó con el afloramiento espontáneo de locales de comida chinos tan populares como El rey de los tallarines (c/San Bernardino) o el ya mítico chino clandestino de los bajos de la Plaza. Éstos, unidos a una incipiente actividad comercial asiática, que va desde los clásicos bazares hasta agencias de viaje o centros de estética, han configurado un Chinatown extraoficial en los aledaños de la Gran Vía. Una mutación aleatoria que ha llegado a su clímax con una brutal inversión extranjera.
Cualquier Ayuntamiento con los ojos bien abiertos trataría de capitalizar esta tendencia. Cualquiera, claro está, que esté dispuesto a escuchar y no a dictar vídeos de autobombo. Una manera sencilla, por ejemplo, sería promover un consorcio de comerciantes asiáticos bajo una etiqueta común -llamémosla Leganitos, como la calle vertebral del fenómeno-. Una marca con la que potenciar una zona inusualmente deprimida dada su privilegiada ubicación. Con una nimia campaña publicitaria y un folleto bien diseñado, todo el mundo sabría que Madrid tiene un Chinatown y que éste está en la calle Leganitos.
Si todavía fuéramos un poco más ambiciosos, apostaríamos por erigir una portada singular -como tienen todas las pequeñas chinas a lo largo y ancho del mundo-, facilitar los tuc-tuc como medio de transporte alternativo en la zona o planear concesiones a la creación de puestos callejeros de noodles. También, ya con pólvora del rey, se podrían comprar un par de los múltiples inmuebles abandonados del entorno para situar un Corte Chino y un megacentro cultural -quizás trasladando allí las sedes del Instituto Confucio o de la Casa Asia-. Incluso podríamos organizar una agenda de fiestas de acuerdo al calendario chino. ¿No resultaría un poderoso reclamo turístico tener una cabalgata de dragones en paralelo al tráfico de la Gran Vía?
Todo esto sería posible con la mitad del presupuesto de cualquier campaña por las Olimpiadas. Sólo hay que pararse a escuchar el mandarín de las calles. Y querer hacerlo.
Esta ensoñación china esta retratada de manera más detallada en:
http://issuu.com/rafaelbezu87/docs/libro_chinatown
Las imágenes también han sido diseñadas por Rafael Berral