El malditismo es posiblemente la única denominación artística donde sus autores no tienen rasgos comunes en el estilo o en sus obras, sino que les une un destino compartido, una misma suerte: la derrota aplastante en vida. El maldito es un perdedor, no un mediocre o un fracasado a secas, sino -como dice Luis Antonio de Villena -quien ha intentado ser más y desde ahí ha llegado al derrumbe.
El concepto de malditismo fue acuñado por Verlaine en su libelo titulado Les Poètes maudits (1884), donde hablaba de Corbière, Mallarmé y Rimbaud (a quien por cierto le tiró los trastos y por quien abandonaría a su esposa e hijo pequeño). A ellos se refiere en el prólogo, diciendo que debería llamarles Poetas Absolutos y no Malditos, pero el concepto "responde con justeza a nuestro odio, ya que son absolutos por la imaginación y absolutos por la expresión". Como se ve, en esta primera aproximación al concepto, Verlaine -no sin cierto resquemor- los definía por su obra y no por su vida, pero con el paso del tiempo se ha presentado al maldito como un artista incomprendido, bohemio, casi siempre borracho, que ha llevado una vida perra y no ha sido reconocido en vida, ante la ceguera de sus coetáneos. Ahí estarían, por tanto, desde Lautréamont, que murió a los 24 años de tuberculosis; Poe, que murió solo en un hospital psiquiátrico, alcoholizado, después de vagar medio muerto por las calles de Baltimore; Baudelaire, que no fue reconocido hasta después de su muerte y vivió consumido por no recibir el reconocimiento que creía merecer (lo mismo, por cierto, que Van Gogh y Schubert); hasta Scott Fitzgerald, Bukowski, Carver o Céline, por poner solo unos ejemplos.
En la música popular, se ha agrupado a los malditos entorno a las figuras de Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin, Kurt Cobain o incluso Amy Winehouse (todos ellos, por cierto, muertos a la edad de 27 años y todos ellos con vidas tormentosas, rotas por el alcohol y las drogas). Y, entre ellos, claro está, Nick Drake, músico de folk-rock que con el paso del tiempo ha ido cobrando un prestigio áureo, un halo de misticismo, debido a la historia trágica de su vida pero también a ese vozarrón que trasluce una melancolía insondable, densa como una gota de ámbar.
El músico Nick Drake en una foto de los años 70 (WIKIPEDIA)
Su historia, la de Nick Drake y la de toda aquella generación de los 70, una generación marcada por los alucinógenos, la transgresión social y la promiscuidad sexual, es la que aparece en la novela de Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) titulada Far Leys (Zut Ediciones). No es fácil novelizar una vida, máxime cuando hay tantas biografías respecto a la figura, tantas cosas dichas y tantas ocultas. El acierto de Miguel Ángel Oeste radica en la voz que ha conseguido en la novela, potente, sólida, bien construida, nítida y a la vez difusa, impregnada del magnetismo y del hermetismo de su personaje central.
Nacido en Birmania en el año 48, Nick Drake creció en Inglaterra, en el seno de una familia burguesa, con un padre asfixiante y una madre que le inculcaba la pasión por la música cada tarde sentada al piano. Asistimos a la construcción de Drake, personaje oscuro y opaco, a través de varias voces que van aportando datos sobre su biografía, episodios, pasajes, aproximaciones, pero nunca conseguimos verle con nitidez, porque Drake es resbaladizo. Tras una infancia sin pena ni gloria pasada en la casa familiar (Far Leys), Drake cursa estudios de Literatura inglesa en la Universidad de Cambridge, abandona la carrera unos meses antes de finalizarla y firma su primer contrato con una discográfica a los 20 años. Fumador impenitente de los cigarrillos Gauloises, siempre elegante, tímido, muy espigado, con una eterna cara de niño, Drake empieza a sufrir estados depresivos. Le devora el ansia de la perfección, tarda demasiado tiempo en afinar su guitarra antes de dar comienzo los conciertos, su pesimismo se agudiza con el paso del tiempo...
En la novela de Miguel Ángel Oeste vemos brotar las ansias de Nick Drake por ser un beat, "que era lo más cerca que se podía estar de ser un poeta romántico", su pasión por En el camino de Kerouac, novela que para toda aquella generación era la Biblia, el modelo a seguir. "Deseaba con todas sus fuerzas la eternidad, y al descubrir el engaño, quiso ponerle remedio con la música". Consigue publicar tres álbumes en total, pero no tiene ningún éxito comercial. Tras el tercero, Pink Moon, Drake abandona la música y se retira a vivir a casa de sus padres. Es en Far Leys donde el músico lucha duramente contra la depresión, la ansiedad y el insomnio. Acaba muriendo a los 26 años en la más absoluta de las soledades.
Como tantos otros malditos, Drake era un joven que siempre se había sentido viejo, "el sedimento de muchas vidas juntas ocultadas para que nadie las descubriese".
El concepto de malditismo fue acuñado por Verlaine en su libelo titulado Les Poètes maudits (1884), donde hablaba de Corbière, Mallarmé y Rimbaud (a quien por cierto le tiró los trastos y por quien abandonaría a su esposa e hijo pequeño). A ellos se refiere en el prólogo, diciendo que debería llamarles Poetas Absolutos y no Malditos, pero el concepto "responde con justeza a nuestro odio, ya que son absolutos por la imaginación y absolutos por la expresión". Como se ve, en esta primera aproximación al concepto, Verlaine -no sin cierto resquemor- los definía por su obra y no por su vida, pero con el paso del tiempo se ha presentado al maldito como un artista incomprendido, bohemio, casi siempre borracho, que ha llevado una vida perra y no ha sido reconocido en vida, ante la ceguera de sus coetáneos. Ahí estarían, por tanto, desde Lautréamont, que murió a los 24 años de tuberculosis; Poe, que murió solo en un hospital psiquiátrico, alcoholizado, después de vagar medio muerto por las calles de Baltimore; Baudelaire, que no fue reconocido hasta después de su muerte y vivió consumido por no recibir el reconocimiento que creía merecer (lo mismo, por cierto, que Van Gogh y Schubert); hasta Scott Fitzgerald, Bukowski, Carver o Céline, por poner solo unos ejemplos.
En la música popular, se ha agrupado a los malditos entorno a las figuras de Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin, Kurt Cobain o incluso Amy Winehouse (todos ellos, por cierto, muertos a la edad de 27 años y todos ellos con vidas tormentosas, rotas por el alcohol y las drogas). Y, entre ellos, claro está, Nick Drake, músico de folk-rock que con el paso del tiempo ha ido cobrando un prestigio áureo, un halo de misticismo, debido a la historia trágica de su vida pero también a ese vozarrón que trasluce una melancolía insondable, densa como una gota de ámbar.
Su historia, la de Nick Drake y la de toda aquella generación de los 70, una generación marcada por los alucinógenos, la transgresión social y la promiscuidad sexual, es la que aparece en la novela de Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) titulada Far Leys (Zut Ediciones). No es fácil novelizar una vida, máxime cuando hay tantas biografías respecto a la figura, tantas cosas dichas y tantas ocultas. El acierto de Miguel Ángel Oeste radica en la voz que ha conseguido en la novela, potente, sólida, bien construida, nítida y a la vez difusa, impregnada del magnetismo y del hermetismo de su personaje central.
Nacido en Birmania en el año 48, Nick Drake creció en Inglaterra, en el seno de una familia burguesa, con un padre asfixiante y una madre que le inculcaba la pasión por la música cada tarde sentada al piano. Asistimos a la construcción de Drake, personaje oscuro y opaco, a través de varias voces que van aportando datos sobre su biografía, episodios, pasajes, aproximaciones, pero nunca conseguimos verle con nitidez, porque Drake es resbaladizo. Tras una infancia sin pena ni gloria pasada en la casa familiar (Far Leys), Drake cursa estudios de Literatura inglesa en la Universidad de Cambridge, abandona la carrera unos meses antes de finalizarla y firma su primer contrato con una discográfica a los 20 años. Fumador impenitente de los cigarrillos Gauloises, siempre elegante, tímido, muy espigado, con una eterna cara de niño, Drake empieza a sufrir estados depresivos. Le devora el ansia de la perfección, tarda demasiado tiempo en afinar su guitarra antes de dar comienzo los conciertos, su pesimismo se agudiza con el paso del tiempo...
En la novela de Miguel Ángel Oeste vemos brotar las ansias de Nick Drake por ser un beat, "que era lo más cerca que se podía estar de ser un poeta romántico", su pasión por En el camino de Kerouac, novela que para toda aquella generación era la Biblia, el modelo a seguir. "Deseaba con todas sus fuerzas la eternidad, y al descubrir el engaño, quiso ponerle remedio con la música". Consigue publicar tres álbumes en total, pero no tiene ningún éxito comercial. Tras el tercero, Pink Moon, Drake abandona la música y se retira a vivir a casa de sus padres. Es en Far Leys donde el músico lucha duramente contra la depresión, la ansiedad y el insomnio. Acaba muriendo a los 26 años en la más absoluta de las soledades.
Como tantos otros malditos, Drake era un joven que siempre se había sentido viejo, "el sedimento de muchas vidas juntas ocultadas para que nadie las descubriese".