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Los nacionalismos europeos de la crisis

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En los años que llevamos de Modernidad, la primera y tal vez más intensa reacción a las crisis ha sido el nacionalismo. Teniendo en cuenta que el concepto, tal como lo entendemos hoy, sólo adquiere sentido en la propia Modernidad, podemos hablar de una relación casi natural entre crisis y nacionalismo. Es como si este período histórico al que llamamos Modernidad estuviera teleológicamente dirigido hacia la mundialización o, al menos, la internacionalización de las relaciones entre las personas; pero periódicamente surgen unas crisis que, al menos, frenan tal proceso, hasta tal punto que podría hablarse de regresión, en cuanto detiene o invierte lo que se entiende como un progreso. La historia no es tan sencilla, pero hay algo de todo esto.

La crisis actual no es una excepción. Más ésta, en la que el camino hacia la mundialización de la economía parecía ya haber constituido un sistema bastante institucionalizado y hablábamos de globalización. De hecho, la primera gran reacción en los países más afectados ha tenido que ver con ese concepto de salvar a los bancos. ¿A cualquier banco? No. A nuestros bancos, ya sea bajo la justificación de que sostienen financieramente el país, ya sea por el simple hecho de que son nuestros. Hay que recordar que esto no sólo ha ocurrido en España, sino que pueden verse ejemplos precedentes en Estados Unidos, Gran Bretaña o Alemania, por no mencionar los más debilitados por la crisis. De hecho, se calcula que el rescate nacional a los bancos ha costado alrededor del 12% el Producto Nacional Bruto Mundial.

En segundo lugar, la propia retórica de los medios ha estado dominada por la clave nacionalista en la explicación de la crisis, como dice la profesora de la London School of Economics Terhi Rantanen, analizando los diarios tenidos como más serios y objetivos, especialmente los económicos, como Financial Times. Malos, egoístas, perezosos, gastadores, descuidados, avaros, insolidarios y otros adjetivos estaban dedicados a nacionalidades: alemanes, griegos, británicos, fineses, irlandeses o españoles.

Es cierto que todos tienen algo en común, como la referencia a una organización multinacional que tiende a servir como una especie de chivo expiatorio. Normalmente, en nuestro contexto europeo, es la Unión Europea a la que ha tocado cumplir con este papel. Ahora bien, a partir de aquí, los nacionalismos tienen notables diferencias. Siguiendo con la referencia a la UE, para unos esta institución es una barrera, una especie de carga pesada, un obstáculo del que quieren independizarse. Ejemplos de este discurso se encuentran en Gran Bretaña, Alemania o Francia. Para otros, es una amenaza para la propia independencia o nacional, ya que las exigencias de reformas y devolución de deudas deja poco espacio para la soberanía nacional.

También puede diferenciarse entre el nacionalismos conservador o de derechas y el de izquierdas. Cada uno con sus matices internos. Así, el primero tiene dos muy distintas concreciones. Por un lado, el fundamentalmente antieuropeo, en el que la reafirmación nacional tiene enemigos concretos, como son las mismas instituciones europeas y el proceso de unión o los inmigrantes. Es la afirmación nacionalista del "I believe in (Britain)" pronunciado por Nigel Farage en Essex el pasado 11 de febrero. Podría ser asumido, cambiando el país entre paréntesis, por los crecientes partidos que rozan la extrema derecha en Francia, Finlandia o Alemania. Partidos que están tomando ventaja en la construcción de la esfera pública de sus respectivos países. Por otro lado, el nacionalismo del orgullo por haberse enfrentado a la crisis con relativo éxito, incluso haciendo referencia a una especie de orgullo de vencedor de la batalla, pero sin apartarse un centímetro de las proclamaciones proeuropeas. Es el discurso del Partido Popular de Rajoy aquí. Pero también está presente en las formaciones conservadoras de Italia, Irlanda o Portugal.

El nacionalismo de izquierdas es algo más confuso. Menos evidente. Lo que es lógico teniendo en cuenta la tradición internacionalista de buena parte de la izquierda europea. Tiene una de sus máximas manifestaciones en la formación Syriza, de Tsipras. Hay que tener en cuenta el contexto de un país vilipendiado, al que se ha llegado a demandar la venta de sus islas o de la Acrópolis para pagar sus deudas. El nacionalismo de derechas (Amanecer Dorado) o de izquierdas (Syriza) tiene el terreno más que abonado.

Ese nacionalismo de izquierdas es menos fácil de ver en España. Con motivo de las recientes elecciones generales griegas, algún pronunciamiento en este sentido se escuchó a alguno de los líderes de Podemos. Declaraciones débiles, en cualquier caso. El nacionalismo español aún tiene pocas raíces entre la izquierda de este país, especialmente porque esta categoría se la apropió el franquismo, primero, y la derecha, después. La propia organización Podemos tiene grandes dificultades de enraizar este tipo de discurso, con un nacionalismo regional-autonómico segándole los pies y, en el caso de este partido, con sospechosas conexiones exteriores. No digamos ya el PSOE o IU, que han tenido que vivir con el nacionalismo español como el que convive con un fantasma.

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