Bilbao, 19 de febrero de 2002, un jovencísimo Eduardo Madina subió a su coche esa mañana para dirigirse a su trabajo en Sestao. Una bomba lapa, adherida a los bajos del vehículo, estalló y destrozó gran parte de su cuerpo, de su vida y de sus sueños. Los culpables -Iker Olabarrieta y Asier Arzaluz-, miembros de un comando de ETA, fueron posteriormente detenidos y condenados a 20 años de prisión.
Eduardo Madina ya no podría volver a jugar al voleibol con el UPV Bizcaia, ni a correr por las playas de Euskadi. Su madre nunca se recuperó de la pena de una madre y murió de un infarto, 13 meses después del atentado.
Madina volvió a aprender a caminar, física y moralmente, y jamás retuvo ningún rencor hacia los asesinos porque no quiso darles esa victoria.
Una gélida mañana bruseliana, en la puerta del edificio principal del Parlamento Europeo donde ambos trabajábamos, yo salía a coger mi coche y Madina caminaba -iba ya entonces sin muletas- hacia algún transporte que le llevara al aeropuerto. El suelo de las calles estaba lleno de esa peligrosa escarcha helada, con la que tan fácil es escurrirse y caer. Le dije a Edu que le acompañaba en coche al aeropuerto, sonrió e hizo alguna broma sobre sí mismo y el "puto hielo". Desde ese día, no he dejado de quererle. Su cabeza llena de lecturas, de música y de ideas, junto a una gran fuerza interior y una sensibilidad especial para entender el mundo, me llegan directas al corazón.
El 19 de febrero de 2002, Eduardo Madina volvió a nacer. Y... menos mal, porque sin él, todo sería mucho más gris.
Este post fue también publicado en la cuenta de Facebook de la autora
Eduardo Madina ya no podría volver a jugar al voleibol con el UPV Bizcaia, ni a correr por las playas de Euskadi. Su madre nunca se recuperó de la pena de una madre y murió de un infarto, 13 meses después del atentado.
Madina volvió a aprender a caminar, física y moralmente, y jamás retuvo ningún rencor hacia los asesinos porque no quiso darles esa victoria.
Una gélida mañana bruseliana, en la puerta del edificio principal del Parlamento Europeo donde ambos trabajábamos, yo salía a coger mi coche y Madina caminaba -iba ya entonces sin muletas- hacia algún transporte que le llevara al aeropuerto. El suelo de las calles estaba lleno de esa peligrosa escarcha helada, con la que tan fácil es escurrirse y caer. Le dije a Edu que le acompañaba en coche al aeropuerto, sonrió e hizo alguna broma sobre sí mismo y el "puto hielo". Desde ese día, no he dejado de quererle. Su cabeza llena de lecturas, de música y de ideas, junto a una gran fuerza interior y una sensibilidad especial para entender el mundo, me llegan directas al corazón.
El 19 de febrero de 2002, Eduardo Madina volvió a nacer. Y... menos mal, porque sin él, todo sería mucho más gris.
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