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Cuando habla la basura

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La basura de Ronald Reagan, capturada por Pascal Rostain y Bruno Mouron. Foto: Supplied.



Es un clásico de la literatura y del cine la observación de la intimidad ajena, y si es a través de un agujero, mejor. El voyerismo posee unas cotas de prestigio asombrosamente altas. Espiar despierta una excitación sólo comparable a la pulsión sexual. La fascinación que ejerce la televisión no es más que un ejemplo entre tantos de ese voyerismo, pero de segundo grado. En tanto que ente que no controlas, en tanto que universo autónomo y fuera de tu alcance, ver la televisión se presenta como la observación de ese cosmos al que solamente tienes acceso por un agujero: la pantalla. No ocurre lo mismo en la televisión a la carta, en la que el universo a observar es construido por uno mismo, lo que rompe la magia del espionaje.

Pero qué ocurre cuando el voyerismo centra su foco en los residuos, en los deshechos, en la basura. Resulta incalculablemente excitante robar la bolsa de basura del vecino, abrirla en el garaje de tu casa y reanimar esos detritus en beneficio de tus ojos, que todo quieren verlo. Eso piensan los fotógrafos Bruno Mouron y Pascal Rostain, quienes llevan años fotografiando el tarro de las esencias de Hollywood, la basura de los famosos de Beverly Hills. Sobre un plástico negro extienden las bolsas de basura de las estrellas, la cual clasifican y fotografían para que todos la veamos. Por sus manos ha pasado intimidad de George Clooney, Halle Berry, Paris Milton o Penélope Cruz. ¿Quién da más? Comenzaron en 1986 con celebridades francesas como Brigitte Bardot, Serge Gainsbourg, Johnny Halliday o Jean-Marie Le Pen, fotos de su basura que publicaron en la revista Lui. Ante el éxito del resultado, se lanzaron a la soleada California. Empezaron con Liz Taylor y Marlon Brando. Unos cuantos actores les han comprado a un precio que ronda los 6.000 dólares las fotografías de su propia basura.

Para su última entrega, estuvieron bastante tiempo paseándose por Los Ángeles, localizando las residencias, esperando a que Travolta o Cameron Díaz tiraran su codiciada bolsa negra, para cogerla, abrirla, seleccionar el contenido, meterlo en un baúl precintado y enviarlo a Francia, donde, ya en el estudio, lo fotografiaron. Se exigen a sí mismos, como prueba de autenticidad, que en las bolsas haya una factura, una carta, algo que demuestre que es la del famoso señalado. En su ánimo no está la ofensa ni la burla; todo lo contrario: en una ocasión encontraron un pañal en la basura de un famoso -cuyo nombre se reservan- que acababa de tener un hijo. Cuando colgaron la fotografía en una sala de exposiciones de Nueva York, los primeros periodistas en verlas, de la BBC, les advirtieron de que ese pañal no era de bebé, sino para adultos con incontinencia urinaria. Los autores de inmediato decidieron retirar la fotografía.

Lo que estos fotógrafos hacen es una auténtica arqueología de los desechos, los cuales son rescatados para desviarlos de lo que sería el curso normal de su reciclaje. Mouron y Rostain les ofrecen una salida impensada, un ascenso al estado de objetos de consumo, un reciclaje distinto: el de los hábitos privados. Y eso es lo más interesante. Los arqueólogos saben que lo que más nos habla de una civilización no son sus tesoros, ni aquellos utensilios u obras que quisieron dejarnos para que viéramos cómo eran, sino aquellas cosas que nos han legado sin querer, aquellos objetos que estaban condenados a la penumbra de Historia.

Y de eso mismo, del reciclaje de lo aparentemente banal y anodino, de lo aparentemente inservible, de ese spam, de esa información residual, es de lo que se encarga la literatura.


Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor.

Puedes seguirle en Facebook: https://www.facebook.com/AgustinFernandezMallo.

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