Ante las inminentes elecciones europeas, mayo del 2014, tenemos el deber de hablar del respeto del derecho fundamental a la libre circulación de personas. Y la razón es simple: esta libertad, constitutiva del modelo social europeo, está siendo atacada como nunca por una mezcla indigesta de populismos reaccionarios y gobiernos conservadores como el de Cameron en Reino Unido, amenazando con restringir derechos a los inmigrantes búlgaros y rumanos en su territorio.
Pero es imposible hablar de ello lo bastante en serio si no hablamos también de su contexto y de su trasfondo.
Vayamos al contexto. En el arranque de la Presidencia griega de la UE (enero-mayo 2014, último semestre de esta legislatura 2009-2014), me sumo a quienes reconocen los sacrificios terribles que han sido impuestos sobre Grecia y sobre los griegos, por efecto de este nefasto manejo de la crisis. Sus tremendos padecimientos no han sido recompensados. No sólo a causa de los calendarios de imposible cumplimiento para la reducción de la deuda, sino por la estrategia de la austeridad suicida y recortes despiadados -evidentemente disparatada- que no está sacando ni a Grecia ni a los griegos ni a la Unión Europea de la peor crisis de su historia. Pero también porque ese austericidio que se les ha infligido ha supuesto un empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras y una exasperación pavorosa de las desigualdades, de las que Grecia es un ejemplo doloroso para toda Europa.
En cuanto a los objetivos de la Presidencia griega, me voy a centrar, en primer lugar, en las dificultades de cumplir los objetivos relativos a la comisión parlamentaria que tengo el honor de presidir -la Comisión de Libertades Civiles, Justicia y Asuntos de Interior-, en una presidencia corta de apenas cuatro meses. Y por eso subrayo la importancia de emplearse a fondo para completar el paquete de protección de datos, no solamente porque requiere la implicación a fondo de esta Presidencia griega -tanto para el reglamento como para la directiva-, sino porque los europeos tienen derecho a estar muy preocupados ante las revelaciones escandalosas del programa PRISM de espionaje masivo y sostenido en el tiempo de la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos.
En segundo lugar, el nuevo Reglamento europeo de vigilancia en el mar, que regula los rescates en situación de naufragio. Porque es fundamental defender a capa y espada el principio de non-refoulement (es decir, no devolución a los demandantes de asilo).
En tercer lugar, la nueva directiva de trabajadores desplazados. Se trata de una norma de inmigración que prueba la capacidad de la Unión Europea de legislar después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa en un asunto tan principal como este, exigiendo la cooperación entre el Consejo y el Parlamento Europeo.
Pero hay todavía dos asuntos que no son legislativos y que requieren igualmente la implicación de la Presidencia griega: el primero es el compromiso de la Comisión de impulsar un nuevo desarrollo del Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia (el Programa de Estocolmo) mediante unas directrices (guidelines) que deberá adoptar antes de junio de 2014. Y resulta que en junio de 2014 no habrá Parlamento Europeo: se constituirá el 1 de julio, tras las elecciones del 25 de mayo. Por tanto, resulta inaceptable -lo digo una vez más- que se haya señalado para la actualización de ese Programa de Estocolmo sobre el espacio de Libertad, Seguridad y Justicia un momento en el tiempo que el Parlamento Europeo se encuentra en transición entre su elección, el 25 de mayo, y su constitución, el 1 de julio.
El contexto es, en conclusión, el de una crisis severa. Una crisis como no ha padecido nunca otra la Unión Europea. Una crisis en la que la demagogia, el populismo y la eurofobia rabiosa están galopando a lomos del sufrimiento de los más débiles. Y una crisis que está siendo utilizada e instrumentalizada para encubrir, e incluso intentar justificar, un ataque sin precedentes a los derechos y libertades de los europeos. Ello incluye, desde luego, a la libre circulación de personas, que está sujeta a un asalto deslegitimador sin precedentes por parte de planteamientos falsos e irresponsables.
En efecto, se ha hablado mucho de los "abusos" del sistema social de prestaciones, pero también de la impresión de un indeterminado "feeling of abuse". Y hay que refutar ante todo ese sentimiento. Esa presunción de abuso que no tiene ninguna correspondencia con la realidad en demasiados casos, está agitada por discursos irresponsables y oportunistas, además de por medios de comunicación cada vez más escorados hacia un nacionalismo cómplice del populismo que practica la apología del miedo de los más empobrecidos y de los más vapuleados por el manejo de esta crisis. Se está faltando a la verdad.
Porque la respuesta al problema del dumping social no consiste en restringir la libre circulación, que es uno de los activos de la construcción europea más apreciados por los europeos, sino en atacar de raíz la explotación sin escrúpulos que algunos empleadores hacen de trabajadores debilitados en sus derechos para practicar un dumping salarial inaceptable e incompatible con el proyecto europeo.
Y, en fin, vayamos ahora al trasfondo. Porque hay que recordar otra vez que, en este contexto de crisis, se ha desatado como nunca en la historia de la UE la cultura del odio al diferente y al otro. Se ha recrudecido la explotación de chivos expiatorios y una competencia cruel y darwinista por recursos sociales escasos, lo que ha llevado a muchos Gobiernos -entre ellos el de España- a recortar brutalmente sus prestaciones sociales. Penúltimo episodio: ¡en España, la mayoría absoluta del PP ha votado la retirada de la tarjeta de cobertura sanitaria a quienes dejan por tres meses el país y se trasladan a algún otro en busca de oportunidades de trabajo!
Urge, antes, frente a todos estos atropellos, restaurar una apuesta firme por la defensa de la libre circulación de personas, el mayor activo de la Unión Europea, amenazada como nunca por los movimientos populistas, racistas y eurófobos, de los cuales Aurora Dorada es la peor expresión en toda Europa.
La situación es muy grave. Pero aún tenemos una oportunidad de rescatar Europa, la mejor Europa: la que nos hace falta; la que echamos de menos; las elecciones de mayo de 2014. Se trata seguramente, de nuestra última oportunidad de rescatar el sueño europeo para que no se convierta en una pesadilla y de restablecer el maltrecho modelo social europeo, ese edificio social europeo que está en más serio riesgo que nunca antes en su historia.