En el 39º aniversario de la creación de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) deberíamos plantearnos algunas cuestiones.
La primera, tomar nota de una evidencia: el conflicto del Sáhara no está aún resuelto. Sin perjuicio de la carencia de soberanía por parte del Gobierno saharaui y del Frente Polisario sobre el conjunto de su territorio, la antigua colonia española se encuentra dividida en dos partes por un muro de 2.000 km, a un lado del cual la potencia invasora reprime cualquier manifestación de descontento que proceda de la población autónoma. Marruecos, además, entorpece cualquier avance en sus negociaciones con el Frente Polisario y no está dispuesta a admitir el ejercicio del derecho de autodeterminación al pueblo saharaui en conformidad con las resoluciones de la ONU, sobre la base de la de 1514.
Marruecos no admite tampoco que la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum de Autodeterminación en el Sáhara Occidental (MINURSO) tenga en su ámbito de actuación la protección de los derechos humanos en ese territorio ni la salvaguarda a que los saharauis tienen derecho respecto de sus recursos naturales (retengamos el dato por el que, según la ONG Western Sahara Resources Watch, las exportaciones marroquíes de productos que tienen su origen en el Sáhara suponen sólo el 7% de la ayuda internacional que se recibe en en los campamentos de Tinduf).
Y, si Marruecos es responsable del actual estado de la situación, España no deja de ser responsable de lo que está ocurriendo. Potencia administradora de iure de ese territorio, ha estrechado de tal manera sus relaciones con la potencia ocupante que difícilmente podríamos descubrir orientaciones que no se parezcan entre sí entre ambos países respecto de sus posiciones prácticas en este terreno.
Desde la Unión Europea estamos desarrollando un intenso trabajo en este asunto y en la región. Como vicepresidente de la delegación parlamentaria del Magreb, he sido encargado de desarrollar las relaciones entre este Parlamento y el argelino. Argelia, que ofrece generoso y solidario cobijo a los saharauis en su propio territorio, merece situarse en el papel que le corresponde respecto de la UE como proveedor de recursos energéticos y como principal agente estabilizador en una región sometida a la presión de la emigración, el tráfico de drogas y de armas, los conflictos bélicos y el terrorismo.
Y, como vicepresidente también del intergrupo de amigos del Sáhara, he solicitado a otros compañeros parlamentarios su apoyo a una petición para que el foro Crans Montana no se celebre en la ciudad saharaui ocupada por Marruecos que es Dajla. También voy a pedir el envío de otra carta al secretario general de la ONU sobre sus propósitos para el desbloqueo de las negociaciones entre Marruecos y el Frente Polisario. Otras iniciativas esperan en el cajón e irán desarrollándose de forma progresiva. Y también volveremos a impulsar el viaje de una delegación del Parlamento a los territorios saharauis ocupados, que en su día resultara abortada por las autoridades marroquíes.
39 años son muchos años para reconocer que el Estado no puede garantizar su soberanía sobre todo su territorio, cuando buena parte de su población vive bajo la ocupación de un tercero y sus derechos se ven constantemente pisoteados y la otra malvive de la ayuda internacional en campos de refugiados. El Frente Polisario y los dirigentes de la RASD, aún en ese estrecho pasillo en el que se mueven, condicionados por la diplomacia y la geopolítica, tienen algo más que hacer para avanzar en una solución a su ya demasiado antiguo conflicto. Las nuevas generaciones de saharauis les demandan soluciones que vayan más allá de las palabras, sólo palabras hasta ahora, aunque empiecen a sonar con registros más perentorios.
La festividad, con sus luces y sus sombras, debería en cualquier caso convertirse en un motivo para la celebración. La RASD ha conseguido mantenerse en pie a pesar de su precariedad. Más de 80 países la reconocen y la Unión Africana la cuenta entre sus miembros. Y, si Marruecos no permite que los saharauis ejerzan su derecho a la autodeterminación, España no quiere presionar en ese sentido y la comunidad internacional no consigue resolver el contencioso... La sola existencia de esta República Saharaui nos indica que su pueblo ya ha puesto los cimientos de su independencia. Ayudémosles a que construyan el resto de ese edificio.
La primera, tomar nota de una evidencia: el conflicto del Sáhara no está aún resuelto. Sin perjuicio de la carencia de soberanía por parte del Gobierno saharaui y del Frente Polisario sobre el conjunto de su territorio, la antigua colonia española se encuentra dividida en dos partes por un muro de 2.000 km, a un lado del cual la potencia invasora reprime cualquier manifestación de descontento que proceda de la población autónoma. Marruecos, además, entorpece cualquier avance en sus negociaciones con el Frente Polisario y no está dispuesta a admitir el ejercicio del derecho de autodeterminación al pueblo saharaui en conformidad con las resoluciones de la ONU, sobre la base de la de 1514.
Marruecos no admite tampoco que la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum de Autodeterminación en el Sáhara Occidental (MINURSO) tenga en su ámbito de actuación la protección de los derechos humanos en ese territorio ni la salvaguarda a que los saharauis tienen derecho respecto de sus recursos naturales (retengamos el dato por el que, según la ONG Western Sahara Resources Watch, las exportaciones marroquíes de productos que tienen su origen en el Sáhara suponen sólo el 7% de la ayuda internacional que se recibe en en los campamentos de Tinduf).
Y, si Marruecos es responsable del actual estado de la situación, España no deja de ser responsable de lo que está ocurriendo. Potencia administradora de iure de ese territorio, ha estrechado de tal manera sus relaciones con la potencia ocupante que difícilmente podríamos descubrir orientaciones que no se parezcan entre sí entre ambos países respecto de sus posiciones prácticas en este terreno.
Desde la Unión Europea estamos desarrollando un intenso trabajo en este asunto y en la región. Como vicepresidente de la delegación parlamentaria del Magreb, he sido encargado de desarrollar las relaciones entre este Parlamento y el argelino. Argelia, que ofrece generoso y solidario cobijo a los saharauis en su propio territorio, merece situarse en el papel que le corresponde respecto de la UE como proveedor de recursos energéticos y como principal agente estabilizador en una región sometida a la presión de la emigración, el tráfico de drogas y de armas, los conflictos bélicos y el terrorismo.
Y, como vicepresidente también del intergrupo de amigos del Sáhara, he solicitado a otros compañeros parlamentarios su apoyo a una petición para que el foro Crans Montana no se celebre en la ciudad saharaui ocupada por Marruecos que es Dajla. También voy a pedir el envío de otra carta al secretario general de la ONU sobre sus propósitos para el desbloqueo de las negociaciones entre Marruecos y el Frente Polisario. Otras iniciativas esperan en el cajón e irán desarrollándose de forma progresiva. Y también volveremos a impulsar el viaje de una delegación del Parlamento a los territorios saharauis ocupados, que en su día resultara abortada por las autoridades marroquíes.
39 años son muchos años para reconocer que el Estado no puede garantizar su soberanía sobre todo su territorio, cuando buena parte de su población vive bajo la ocupación de un tercero y sus derechos se ven constantemente pisoteados y la otra malvive de la ayuda internacional en campos de refugiados. El Frente Polisario y los dirigentes de la RASD, aún en ese estrecho pasillo en el que se mueven, condicionados por la diplomacia y la geopolítica, tienen algo más que hacer para avanzar en una solución a su ya demasiado antiguo conflicto. Las nuevas generaciones de saharauis les demandan soluciones que vayan más allá de las palabras, sólo palabras hasta ahora, aunque empiecen a sonar con registros más perentorios.
La festividad, con sus luces y sus sombras, debería en cualquier caso convertirse en un motivo para la celebración. La RASD ha conseguido mantenerse en pie a pesar de su precariedad. Más de 80 países la reconocen y la Unión Africana la cuenta entre sus miembros. Y, si Marruecos no permite que los saharauis ejerzan su derecho a la autodeterminación, España no quiere presionar en ese sentido y la comunidad internacional no consigue resolver el contencioso... La sola existencia de esta República Saharaui nos indica que su pueblo ya ha puesto los cimientos de su independencia. Ayudémosles a que construyan el resto de ese edificio.