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El efecto de recencia, el debate sobre el estado de la nación y la falta de decencia política

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Una de las cosas que enseño a mis alumnos para que mejoren sus resultados en los exámenes es el modo en que deben contestar las cuestiones para sacar el máximo provecho a lo aprendido. Les explico que, cuando tengan que desarrollar una pregunta, siempre han de escribir al principio y al final lo que mejor saben porque esa estrategia condicionará positivamente el resultado. No es que el profesor sólo ponga su atención ahí, es que este comportamiento, común a todo ser humano, responde a un proceso inconsciente por el cual en una cadena de pensamientos recordamos mejor los del principio y los del final y establecemos una asociación entre ellos que condicionan, para bien o para mal, nuestra interpretación última de la realidad, quedando el resto del mensaje difuminado en una especie de agujero negro difícil de recordar. Se conoce como principio o efecto de primacía y de recencia.

Las mejores canciones, los libros más recordados, aquellas películas que se nos quedaron grabadas en la memoria, tienen un factor en común: un buen principio que te atrapa y un mejor final que no se olvida, aunque por el camino se disperse. Y del mismo modo, utilizado este efecto como estrategia, podemos convertirnos en jugadores con ventaja en muchos ámbitos de nuestras vidas.

En política conocen muy bien estos procesos mentales y los utilizan sibilinamente en beneficio propio. En cuanto un partido se hace con el poder, especialmente en coyunturas complicadas, justificará, con la idea de la herencia recibida, la aplicación de aquellas medidas que son impopulares o contrarias al interés real de la ciudadanía. Y repetirá este argumento tantas veces como sea necesario para que su huella quede impresa en la memoria del ciudadano y asocie aquellas, no a quien las ha aplicado realmente, sino a la mala gestión del Gobierno anterior: efecto de primacía.

De esto sabe mucho el PP y su mantra insistente y cansino de la herencia y las circunstancias, utilizado, por un lado, para justificar el empleo de un programa calculado de medidas económicas y sociales que nos han abocado a un empobrecimiento generalizado y a la casi desaparición de las clases medias, y por otro, al mismo tiempo, para mostrarse a sí mismos, no como responsables de su aplicación, sino como víctimas (al verse "obligados" a exigir "esfuerzos") y salvadores.

Hecho esto, y en víspera de elecciones, llega el momento de aflojar el cuello de quienes han de volver a votar. En el debate sobre el estado de la nación el Gobierno ha anunciado una serie de medidas que tienen como objetivo "devolver a los españoles parte de los esfuerzos de estos años" y, de este modo, trasladar los efectos de la recuperación (¿?) a las familias. Si el pesimismo de un futuro inexistente fue la razón para justificar sus políticas cuando llegaron al poder, el optimismo es ahora el valor en alza. Y como un Dios que aprieta pero no ahoga, ese aliento que nos mantiene en vida es producto del buen gobierno y las medidas aplicadas. Es por ello que, en pago a los sacrificios exigidos, nos ofrecen ahora como un regalo envenenado toda una batería de medidas que tienen como objeto facilitar la vida del ciudadano: efecto de recencia.

Muchas de estas medidas anunciadas en el debate sobre el estado de la nación ya se han aprobado en consejo de ministros, apenas unos días después. Hay prisa por agradar. Hay prisa en revertir parte de lo que nos habían quitado. Hay prisa por ceder en aspectos que por derecho y humanidad debían estar siempre ahí. Y de este modo, el Gobierno rectifica, nos premia y suprime las tasas judiciales a la ciudadanía, esas que antes no existían. O presenta una Ley de Segunda Oportunidad que pretende dar mayores facilidades a las familias en dificultades y les permitirá reestructurar sus deudas de forma sencilla y barata; unas familias que tal vez no la necesitarían de no haberse visto arrastradas a esa situación por políticas que las desprotegen y las deja indefensas.

No, no es Navidad pero es precampaña electoral, y los Reyes Magos vienen cargados de regalos en forma de medidas para reactivar la economía y mejorar la vida de los sufridos ciudadanos. Primacía y recencia... y en medio ese agujero negro que engulle cuanto en él se encuentra. Sin embargo, escondida en los pliegues de la memoria descansa la realidad, esa que nos ha traído hasta aquí. Una realidad que se descubre como una verdad incómoda que no se quiere admitir para que nadie se aperciba de ella. Porque España va bien; porque la crisis es historia, repiten sin cesar. Y es que los regalos envenenados, como las mentiras mil veces repetidas, terminan por distorsionar la percepción final a poco que te despistes, y nada ha de provocar la leve chispa que ilumine la parte difuminada del recuerdo, ese resplandor que, como un fogonazo, clarifica de golpe la realidad a la que nos hemos visto arrastrados.

La buena noticia es que, más allá de los efectos psicológicos, las prácticas políticas perversas afectan hasta tal punto a nuestra vida que no perdemos la percepción de lo que fuimos, y somos capaces de recordar que un día vivimos mejor. Porque con el bienestar pasa como con la salud o con el amor: no sabrás por qué habrá sido pero te percatas de su ausencia en cuando se han perdido.

Para que no olvidemos que la realidad puede verse condicionada por cómo se nos presentan los hechos, que esta receta nos lo recuerde: Buñuelos de morcilla y crema de calabaza; primacía y recencia de principio a fin. Una receta sin artificio, sincera y llena de color que jamás defrauda ni tiene entre sus virtudes el engaño, y con cuyo sabor te sentirás subyugado desde el primero hasta el último bocado. La contundencia bizarra de la morcilla y la sutil y dulce crema de calabaza formando una combinación perfecta que difícilmente olvidarás.
Que la disfrutes.

NECESITARÁS (para 4 personas)

  • 200 g de morcilla de Burgos.

  • 100 g de pan del día anterior mojado en leche.

  • 1 pizca de sal.

  • Harina de tempura.

  • Agua fría.

  • Aceite de oliva virgen extra.

  • 250 g de calabaza asada.

  • 100 g de leche condensada.

  • ½ cucharadita de clavo y de nuez moscada y ½ de canela.

  • Miel de caña.


ELABORACIÓN

  1. Retira la tripa de la morcilla, deshaz la carne con el tenedor y mézclala bien con el pan mojado en leche y la punta de sal hasta formar una pasta homogénea. Déjala reposar 1h.

  2. Mezcla la calabaza asada con la leche condensada y las especias en la batidora hasta obtener una crema suave y uniforme.

  3. Mezcla el agua y la harina para tempura en las cantidades que te indica el paquete hasta obtener una masa sin grumos.

  4. Haz bolas con el preparado de morcilla, pásalas por la tempura y sofríe en aceite muy caliente lo suficiente para que se doren bien los buñuelos, pero cuidando que no se quemen. Una vez hechos pásalos por papel absorbente para eliminar el exceso de aceite.

  5. Emplatado: en un plato hondo vierte una cucharada de crema de calabaza y sobre la misma dispón 2 ó 3 buñuelos de morcilla. Añade por encima un hilillo de miel de caña.

Umm, facilísimo, aparente, buenísimo y espectacular.

NOTA

Unos piñones añadidos a la masa de la morcilla le irán de maravilla también. Puedes incluir carne picada para mezclar con la morcilla e incluso puré de patata en lugar de pan mojado en leche, pero esta elaboración es sencillísima y con ella tendrás el éxito garantizado.

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR

Para la elaboración: Hey Ya!, Outkast
Para la degustación: Uptown Funk, Mark Ronson feat. Bruno Mars


VINO RECOMENDADO

Muruve T-11 D.O. Toro

DÓNDE COMER

Es un bocado de éxito asegurado y tan exquisito que te convertirá en protagonista sin quererlo. Así que date un baño de multitudes e invita a tu mesa a mucha gente. Más allá del efecto recencia, desde el primero hasta el último comentario serán para regalarte los oídos y halagarte. Así que no lo dudes, los comas donde los comas hoy es tu día.

QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS

Viajes, viajes sin parar a la cocina y de la cocina a la mesa para reponer esos buñuelos que desaparecen como por arte de magia en cuanto los dejas. Así que, hoy, a comer en zapatillas... pero de deporte.

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