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La chica de Los Planetas

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En el año 2002 habría dado un brazo por ir a un concierto de Los Planetas. Por aquel entonces estaban de gira con Encuentros con entidades, el disco con el que yo me subí a su carro. Reconozco que Super 8 y Una semana en el motor de un autobús ni las había olido, que llegué hasta ellos con algo de retraso. Pero es que con la música de Los Planetas conectas justo en ese momento en el que estás perdido entre corrientes circulares en el tiempo. Cuando te despiertas casi a las diez y te quedas en la cama más de tres cuartos de hora sin saber en qué ocupar el día. Cuando en tu cabeza hay tanto ruido como el que escupen las guitarras de Cumpleaños total. Cuando estás en la edad de Los Planetas.

Entré en ese momento vital con poco más de veinte años. Acababa de terminar una carrera que me convertía en algo que no quería ser, y no sabía hacia dónde tirar. Como era verano opté por tirar hacia el sur. Pepo, un colega que se había ido a vivir a Cádiz, tenía un sofá cama libre, así que me subí en un autobús de línea y me fui a pasar un par de semanas a la playa.

Mi colega me presentó a sus colegas andaluces, todos de Chiclana, uno de esos pueblos en los que conocen el secreto para hacer que el tiempo pase despacio. Por aquel entonces yo estaba centrado en dejar atrás mi pasado de pijo vistiendo camisetas de grupos de música, así que conecté enseguida con Manolo, el indie del grupo. Él lo era porque estudiaba en Granada, la ciudad más alternativa de España (aunque no salga mucho en Vice). También era el tío con el que más me he reído en mi vida, a todo lo que decía Manolo siempre le añadía un chiste. Pero con lo que no hacía bromas era con la música de Los Planetas. Pasaba horas hablando de las letras de sus canciones, de la cantidad de veces que los había visto en concierto, y de cuando estaba por los bares de Granada de fiesta y de pronto entraba Jota, y entonces la noche era la rehostia.

Aquel verano que le tocó pasar lejos de Granada, Manolo se pinchó en vena los discos de Los Planetas. Cada vez que me montaba en su coche para ir del pueblo a La barrosa, la zona de la playa, los altavoces escupían una de esas canciones ruidosas llenas de melodía. Y es que Manolo tenía un motivo por el que necesitaba escuchar constantemente a Los Planetas: una chica. Era el grupo favorito de ella, y sus canciones, que se gritaban el uno al otro a la cara en los bares, se convirtieron en la banda sonora de su historia. Esa chica de Los Planetas era por la que Manolo se había ido a estudiar a Granada, y la misma por la que decidió irse a estudiar aún más lejos cuando lo suyo se terminó.

Para mí lo que se acabó fue aquel verano, que al final alargué mucho más de dos semanas. Me traje de Andalucía un buen bronceado, las cosas un poco más claras en la cabeza, y la música de Los planetas, que se convirtió en mi grupo favorito. Canciones ruidosas llenas de entropía y caos entre los que asoma un hilo de melodía que consigue llevarse el protagonismo, como si en lo crudo hubiera esperanza. Canciones que te dicen que el ruido puede sonar bien, muy bien. Canciones que hablan justo de como me sentía en aquel momento.




Con el tiempo terminé por saberme de memoria todos los discos del grupo. También encontré a mi particular chica de Los planetas con la que gritarnos las canciones a la cara en los conciertos, con una sonrisa tan grande en la jeta que todo aquel que nos vio, a día de hoy, seguro que sigue teniendo envidia por no haber vivido aquella sensación.

La parte de la frase en cursiva no es mía, se la he robado a Holden Centeno de su libro La chica de Los Planetas. El escritor que se oculta tras ese seudónimo pop, un chaval de ventipocos, abrió una cuenta de Twitter para recuperar a su exnovia con mensajes anónimos que sabía que sólo ella entendería. Los 140 caracteres se le quedaron cortos, así que se mudó a un blog para contar toda su historia, y de ahí al papel de la mano de la colección Conspicua de Suma de letras (Penguin Random House). La música de Los planetas, el grupo favorito de la chica (andaluza, claro) es la banda sonora de su historia. Una como la de tantos veinteañeros que tienen la cabeza llena de ruido y encuentran en la literatura y en la música un hilo de esperanza al que agarrarse. Relatos de amor y desamor, crudos pero llenos de esperanza, que parecen escritos por un beat millennial.

El libro de Holden Centeno me ha provocado un ataque de nostalgia de esos que te arrebatan en las noches de la treintena. De ahí que lleve semanas escuchando en bucle Encuentros con entidades, que descolgara el otro día el teléfono para ver qué tal anda Manolo, y que haya buscado a mi chica de Los Planetas en Facebook. Compartimos una página de esas de Me gusta: la de Los Planetas.

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