Si leemos los titulares de la jornada o vemos el último vídeo de YouTube este Día Internacional de la Mujer no parece buen momento para celebrar la igualdad de las mujeres. Sin embargo, junto a las historias de atrocidades extraordinarias y violencia cotidiana existe otra realidad en la que, como nunca antes, son cada vez más las niñas que asisten a la escuela y son más las que obtienen un título; en la que la mortalidad en el parto se sitúa en los niveles más bajos de la historia; en la que las mujeres ocupan cargos de liderazgo y se ponen en pie para hacerse oír y exigir cambios.
En septiembre hará 20 años que miles de delegados partían de la histórica Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Pekín, con grandes esperanzas. La sensación abrumadora era que las mujeres habían logrado una gran victoria: 189 líderes mundiales habían comprometido a sus países con una extraordinaria Plataforma de Acción de promesas ambiciosas pero realistas en áreas clave y con una hoja de ruta para cumplirlas.
Si los países hubieran cumplido todas esas promesas, hoy disfrutaríamos muchísimos más avances en materia de igualdad, en vez de las pequeñas conquistas que celebramos en algunas áreas. Hablaríamos de igualdad para las mujeres en todos los ámbitos y podríamos estar hablando de un mundo más sano, con una prosperidad más uniforme y considerablemente más pacífico.
Al observar hoy el progreso lento e irregular hacia la igualdad de género, parece que fuimos exageradamente ambiciosos al plantearnos acabar con la desigualdad de género y la opresión de miles de años en sólo 20.
Pero, ¿era pedir demasiado? ¿Qué clase de mundo es éste que condena a la mitad de su población a una ciudadanía de segunda clase, en el mejor de los casos, y a la esclavitud absoluta en el peor de ellos? ¿Cuánto costaría en realidad que las mujeres del mundo desplegaran todo su potencial? ¡Cuánto se podría haber ganado! Si los líderes del mundo vieron en la Plataforma de Acción de Pekín una inversión a futuro de sus países, ¿por qué no la cumplieron?
Algunas mujeres ocupan lugares en los principales centros de toma de decisiones. En 1990, las jefas de Estado o de Gobierno eran 12; en 2015 son 19, pero el resto son hombres. Ocho de cada 10 parlamentarios en todo el mundo todavía son hombres.
La mortalidad en el parto ha disminuido un 45%, pero la meta para 2015 era una disminución del 75%. Todavía hay 140 millones de mujeres sin acceso a la planificación familiar: la meta para 2015 era la cobertura universal.
Cada vez más niñas entran en la escuela y cada vez más terminan su formación; el primer mundo ha eliminado en gran medida la 'brecha de género' en la educación primaria. Muchas más niñas acceden también a la secundaria, pero existe una amplia brecha entre los niveles educativos alcanzados por las chicas y los chicos.
Hay más mujeres trabajando: hace 20 años, el 40% de las mujeres tenía empleo remunerado y asalariado. Hoy esa proporción ha aumentado hasta alcanzar alrededor del 50% pero, a este ritmo, tendrán que pasar más de 80 años para alcanzar la igualdad de género en el empleo y más de 75 para conseguir la igualdad salarial.
Este año representa una gran oportunidad para los líderes del mundo, y también un gran desafío. Cuando se reúnan en septiembre las Naciones Unidas en Nueva York, tendrán la oportunidad de repasar y volver a comprometerse con los objetivos de Pekín.
Hoy instamos a esos líderes a unirse a las mujeres en una gran alianza en favor de los derechos humanos, la paz y el desarrollo. Les instamos a mostrar cómo beneficia la igualdad a las personas (hombre, mujer, niña o niño) a través de un ejemplo de su propia vida. Y les instamos a liderar un cambio a nivel nacional para reducir o eliminar las lagunas persistentes en la igualdad de género.
Debemos ponernos una meta. Nuestro objetivo es una acción sustancial inmediata, enfocada de forma urgente en los próximos cinco años, para alcanzar la igualdad antes de 2030. Hay una necesidad imperiosa de modificar la trayectoria de esta lucha. La baja representación de las mujeres en la toma de decisiones políticas y económicas amenaza el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género, y es algo que los hombres pueden y deben atajar.
Si el próximo septiembre los líderes mundiales se unen a las mujeres del mundo; si genuinamente redoblan sus esfuerzos por la igualdad, a partir de las bases sentadas durante los últimos 20 años; si pueden realizar las inversiones necesarias, forjar alianzas con las empresas y la sociedad civil, y responsabilizarse de los resultados, esto podría lograrse antes.
Al final las mujeres obtendrán la igualdad. La única pregunta es, ¿por qué debemos esperar? Por eso estamos celebrando hoy el Día Internacional de la Mujer, con la confianza y la esperanza de que tendremos aún más motivos para celebrar el año próximo y en los años venideros.
En septiembre hará 20 años que miles de delegados partían de la histórica Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Pekín, con grandes esperanzas. La sensación abrumadora era que las mujeres habían logrado una gran victoria: 189 líderes mundiales habían comprometido a sus países con una extraordinaria Plataforma de Acción de promesas ambiciosas pero realistas en áreas clave y con una hoja de ruta para cumplirlas.
Si los países hubieran cumplido todas esas promesas, hoy disfrutaríamos muchísimos más avances en materia de igualdad, en vez de las pequeñas conquistas que celebramos en algunas áreas. Hablaríamos de igualdad para las mujeres en todos los ámbitos y podríamos estar hablando de un mundo más sano, con una prosperidad más uniforme y considerablemente más pacífico.
Al observar hoy el progreso lento e irregular hacia la igualdad de género, parece que fuimos exageradamente ambiciosos al plantearnos acabar con la desigualdad de género y la opresión de miles de años en sólo 20.
Pero, ¿era pedir demasiado? ¿Qué clase de mundo es éste que condena a la mitad de su población a una ciudadanía de segunda clase, en el mejor de los casos, y a la esclavitud absoluta en el peor de ellos? ¿Cuánto costaría en realidad que las mujeres del mundo desplegaran todo su potencial? ¡Cuánto se podría haber ganado! Si los líderes del mundo vieron en la Plataforma de Acción de Pekín una inversión a futuro de sus países, ¿por qué no la cumplieron?
Algunas mujeres ocupan lugares en los principales centros de toma de decisiones. En 1990, las jefas de Estado o de Gobierno eran 12; en 2015 son 19, pero el resto son hombres. Ocho de cada 10 parlamentarios en todo el mundo todavía son hombres.
La mortalidad en el parto ha disminuido un 45%, pero la meta para 2015 era una disminución del 75%. Todavía hay 140 millones de mujeres sin acceso a la planificación familiar: la meta para 2015 era la cobertura universal.
Cada vez más niñas entran en la escuela y cada vez más terminan su formación; el primer mundo ha eliminado en gran medida la 'brecha de género' en la educación primaria. Muchas más niñas acceden también a la secundaria, pero existe una amplia brecha entre los niveles educativos alcanzados por las chicas y los chicos.
Hay más mujeres trabajando: hace 20 años, el 40% de las mujeres tenía empleo remunerado y asalariado. Hoy esa proporción ha aumentado hasta alcanzar alrededor del 50% pero, a este ritmo, tendrán que pasar más de 80 años para alcanzar la igualdad de género en el empleo y más de 75 para conseguir la igualdad salarial.
Este año representa una gran oportunidad para los líderes del mundo, y también un gran desafío. Cuando se reúnan en septiembre las Naciones Unidas en Nueva York, tendrán la oportunidad de repasar y volver a comprometerse con los objetivos de Pekín.
Hoy instamos a esos líderes a unirse a las mujeres en una gran alianza en favor de los derechos humanos, la paz y el desarrollo. Les instamos a mostrar cómo beneficia la igualdad a las personas (hombre, mujer, niña o niño) a través de un ejemplo de su propia vida. Y les instamos a liderar un cambio a nivel nacional para reducir o eliminar las lagunas persistentes en la igualdad de género.
Debemos ponernos una meta. Nuestro objetivo es una acción sustancial inmediata, enfocada de forma urgente en los próximos cinco años, para alcanzar la igualdad antes de 2030. Hay una necesidad imperiosa de modificar la trayectoria de esta lucha. La baja representación de las mujeres en la toma de decisiones políticas y económicas amenaza el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género, y es algo que los hombres pueden y deben atajar.
Si el próximo septiembre los líderes mundiales se unen a las mujeres del mundo; si genuinamente redoblan sus esfuerzos por la igualdad, a partir de las bases sentadas durante los últimos 20 años; si pueden realizar las inversiones necesarias, forjar alianzas con las empresas y la sociedad civil, y responsabilizarse de los resultados, esto podría lograrse antes.
Al final las mujeres obtendrán la igualdad. La única pregunta es, ¿por qué debemos esperar? Por eso estamos celebrando hoy el Día Internacional de la Mujer, con la confianza y la esperanza de que tendremos aún más motivos para celebrar el año próximo y en los años venideros.