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Todo sobre mi madre: es ahora y con nosotras

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Hoy es ocho de marzo y quiero hablar de mi madre. Hace un mes tuvo un accidente y se dio un golpe en la espalda. Le dolía mucho y se fue a Urgencias, pero el traumatólogo que le atendió no le quiso hacer ninguna prueba. Le dijo que cuando las mujeres llegan a la menopausia es normal que los huesos se atrofien, y que por eso le dolía tanto. Al cabo de un tiempo con dolores, se fue a otro médico. Esta vez sí le hicieron la radiografía, y el resultado fue que llevaba un mes con dos vértebras rotas. Un mes en el que había seguido con su trabajo y con su vida. Un mes aguantando el dolor.

Tan normal le pareció que el médico le dijera que no tenía nada, que lo aguantó como si fuera algo lógico. Siguió como si no doliera, sin parar un segundo. Aportando lo mejor de sí misma en su trabajo, cuidando de su madre de ochenta años todos los días, llevando la casa, sosteniendo a su familia, preocupándose por mí..., el dolor seguía ahí pero eso era lo normal.

Ese dolor que mi madre creyó que era normal es como la desigualdad, las dobles y triples jornadas a las que se enfrentan muchas mujeres, la presión de que te pregunten cuándo vas a ser madre, la inseguridad de salir solas por las noches, el miedo a que te persiga un desconocido y no lo puedas contar. Tener que demostrar que valemos y que somos seres pensantes, que tenemos mucho que aportar.

Es como vivir con nuestros cuerpos, sean como sean, cuando la publicidad nos dice qué medidas debemos tener para triunfar. O como aguantar la violencia de las tallas y maltratarnos para encajar en ese modelo de mujer. Sostener amores que nos matan, cuidar hijos e hijas solas. Sonreír, siempre sonreír, aunque sea una mueca vacía, porque nos quieren sonrientes y dóciles. Sostener las relaciones, tener todo en mente y seguir cuidando nuestro alrededor mientras aprendemos y desarrollamos nuestras inquietudes. Y al final, siempre tenemos que elegir, o cuidamos o nos desarrollamos profesionalmente, o hacemos ambas cosas a costa de nuestras vidas y de nuestra salud.

Ese dolor es el ser mujer que nos quieren imponer. Y tragamos con todo, y seguimos con nuestras vidas. Porque necesitamos el reconocimiento, y aguantar esto es lo que nos da valor en la sociedad que vivimos. Nuestras mentes se programan para aguantar, cubrir necesidades, ser las mejores, poner el cuerpo y la mente en todo y seguir adelante, sosteniendo lo insostenible.

Virginia Wolf se preguntaba en su libro Una habitación propia: "¿Cómo puede ser que las mujeres hayamos llegado a asumir semejante grado de opresión?", y arengaba a todas las mujeres a rechazar estas imposiciones. Yo sólo pienso que la respuesta a su pregunta es evidente: porque somos fuertes. Porque podemos con todo. Y seguimos ahí, sosteniendo la vida mientras todo se destruye a nuestro alrededor, cuando cada vez es más difícil seguir adelante.

Debemos destinar todo este potencial y fuerza a darle la vuelta a las cosas. A decir basta al maltrato. A exigir nuestros derechos y la libertad de ser como queramos ser, de llevar las vidas que queramos llevar. Podemos aguantarlo pero no queremos. No queremos seguir así, porque aunque podamos solas, queremos repartir las responsabilidades, y dejar de sentir miedo a ser lo que somos. Este es el año del cambio, y del empoderamiento de la gente. Nosotras ya estamos en camino, el poder está dentro de nosotras, sólo tenemos que apuntar con nuestra fuerza en otra dirección. Las mujeres de este país merecemos algo mejor. El cambio, el momento, la ilusión, son ahora y con nosotras.

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