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¡Basta de cuotas! O cuando menos de un tercio es una aplastante mayoría

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Foto: AFP




Leo en el destacado de una crítica de una exposición: «La muestra es amena, divertida, femenina y global». ¡«Olé»!, me digo, y me dispongo a leerla con gran interés. Líneas después se aclara lo que el autor considera una muestra caracterizada por una gran feminidad: «Es femenina porque casi un tercio son mujeres»; notemos el «casi». Atónita es poco.

Para poner en su lugar tan abrumadora mayoría e ilustrar la feminidad de la muestra, ni uno de los seis cuadros reproducidos en el artículo es obra de una pintora, todos son de hombres. Y, para más INRI, el pie del primero dice así: «Gustav Klutsis: Design for loudspeaker number 5, 1922. Klutsis y su esposa, Valentina Kulagina, fueron pioneros del fotomontaje». Él presentado a partir de sí mismo (y de un cuadro); ella, por su relación con él (y sin cuadro).

Kim Gordon, cofundadora de la mítica banda Sonic Youth, en sus memorias de expresivo título: La chica del grupo (2014), afirma que las discográficas consideran que el aspecto de la «chica» es determinante, porque da entidad al escenario, atrae la mirada masculina. Esto me hace recordar que muchos cuartetos de cuerda están formados por una música y tres músicos; por ejemplo, en el Artemis Quartet, Vineta Sareika toca el violín; en el Quartet Casals, Vera Martínez Mehner; en el Brodsky Quartet, Jacqueline Thomas toca el chelo. El resto, hombres. Dado que «casi» llegan al tercio, es lícito preguntarse si deben ser considerados cuartetos femeninos.

Recuerdo que hace un tiempo se puso de moda decir que las escritoras acaparaban premios y entraban en masa en las instituciones. La escritora Laura Freixas demostró con paciencia (sin resignación) y datos que no era cierto (en Literatura y mujeres, 2000, y en papeles posteriores), pero a pesar de ello hubo una contundente reacción masculina.

Los últimos tiempos han sido pródigos en espectaculares minorías femeninas. En el Gobierno griego, la minoría llega a cero. Cuando se supo, fueron cómicas las escandalizadas reacciones de muchas tertulias (televisivas o radiofónicas) compuestas exclusivamente por hombres o por conductores de programas que día tras día montan una tertulia, y en muchas ocasiones hay tantas mujeres como en el gobierno griego o, si las hay, la presencia de tertulianas se concreta en un único ejemplar, máximo dos. Es la reacción lógica, supongo, contra la insoportable pesadez de la minoría, perfectamente paralela a considerar que menos de un tercio es prácticamente el todo.

Es notoria la incomodidad que a veces genera la presencia de una o dos mujeres en una tertulia o en un ámbito o mundo considerado masculino: no se encuentran a gusto, tienen que limitar o disimular el compadreo, incluso se ven obligados a medir algunos comentarios o a dejar de marcar territorio. Para entendernos, y metafóricamente, aunque en alguna tertulia sin mesa de por medio se lo permitan, no pueden sentarse con las piernas tan y tan abiertas (el metro de Nueva York ya ha lanzado una campaña en contra).

Es notorio también el horror que tiene la RAE a cooptar científicas y literatas: cuando entra una en tan docta casa parece que sea una invasión. Consciente de ello, la escritora Marguerite Yourcenar cuando, con mucho retraso y no sin la enconada y carcamal oposición de muchos académicos, por ejemplo, de Claude Lévi-Strauss («¡no se cambia así como así la ley de la tribu!»), entró en la Academia Francesa, lo primero que declaró -sabia como era- es que no pensaba ir a ninguna sesión, y así los chicos podrían seguir hablando con libertad «de sus cosas».

En esta misma línea, es interesante saber que la razón que llevó a Roger Guesnerie a proponer que un amigo suyo de toda la vida, el economista británico Nicholas Stern, ocupara una cátedra en el Colegio de Francia fue que así podrían hablar de rugby.

Si a esto le sumamos que en todos los artículos y noticias aparecidas estos días en los medios hay consenso respecto a que las mujeres están más preparadas y capacitadas que los hombres para las tareas que realizan y los cargos que ocupan y que, además, cuando no se sabe el sexo de quien opta al trabajo (caso de las oposiciones), las mujeres tienen éxitos espectaculares, habrá que concluir que sería hora de acabar con las tradicionales pero empobrecedoras, injustas e injustificables cuotas masculinas imperantes. No puede ser que tantos hombres ocupen tantos cargos y trabajos por el simple hecho de ser hombres.

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