Desde que las revueltas comenzaron en 2011, el mundo árabe ha vivido una ola de cambios políticos, algunos de los cuales han resultado en los procesos democráticos que hemos conocido en los últimos tiempos, mientras que otros han desembocado en conflictos complejos. Muchas personas esperanzadas han visto que la revolución se truncó, y otros muchos no han experimentado, desafortunadamente, ningún cambio significativo en sus vidas. Estas asimetrías han transformado, en cualquier caso, el paisaje geopolítico de la región de forma indeleble.
En estos momentos, la UE se enfrenta a los innumerables retos que le plantea un vecindario muy conflictivo. En sus fronteras sur y sur-este se dibuja un arco de crisis y contenciosos que va desde Irak y Siria -atravesando un conflicto de Oriente Medio sin resolver- a Libia y el Sahel, con efectos indirectos en toda la región.
De todos ellos, acaso el más grave sea el terrorismo. La amenaza que el terrorismo plantea a escala global requiere una respuesta coordinada en la que se involucren los gobiernos nacionales, las organizaciones internacionales de integración y los actores no estatales. Se trata de una amenaza mutante que se esconde tras los mil rostros que adopta el extremismo. Nuevas formas de un terrorismo nihilista, de una crueldad inusitada, que recluta y radicaliza prevaliéndose de las oportunidades que ofrece la Red.
Esta respuesta integrada, por parte de una alianza internacional, solo será efectiva si se realiza de plena conformidad con los principios que rigen el derecho internacional y desde el pleno respeto por los derechos humanos y por los valores sobre los que se sustenta la sociedad internacional.
La cooperación con nuestros socios en el mundo árabe es esencial si queremos hacer frente a los desafíos regionales y las amenazas que se nos plantean. Las amenazas de seguridad, por supuesto, incluyen no solo el terrorismo yihadista, sino también la delincuencia transnacional. Es preciso contrarrestar una crítica muy instalada que identifica a los gobiernos de los Emiratos y los países del Golfo con el patrocinio del Daesh. Es crucial no equivocarse, saber quién es quién en la región. Y no confundir, per se, a los gobiernos de países con quienes colaboramos en la lucha contra el terrorismo con las poderes no estatales que están detrás de las redes del negocio petrolero o con las innumerables sectas y clanes sunníes que operan en la sombra en dichos países.
Evidentemente, la nueva y terrible amenaza a la que nos enfrentamos ha hecho bascular de forma poderosa la política de alianzas en la zona. Irán, el gran sustento chií del régimen sirio, es un actor demasiado importante como para no tenerse en cuenta a la hora de enfrentarse a un enemigo común: Daesh. Como lo es, a su vez, la Siria de Al-Assad. Es algo que la Administración Obama empieza a ver de forma muy clara y que la UE también comienza a tener en cuenta: alianzas mutantes frente a enemigos mutantes.
Por su parte emergen también enormes desafíos humanitarios, incluida la catástrofe de millones de refugiados y desplazados en nuestras puertas, y los desafíos en términos de desarrollo social y económico que resulta necesario abordar -en especial la falta de empleo y oportunidades para los jóvenes-. Son los países árabes quienes más sufren el azote de la violencia terrorista, y son ellos también quienes mayor presión demográfica soportan como consecuencias de los conflictos y de los desplazamientos internos y de la crisis de refugiados que los conflictos bélicos de la región generan. Jordania es el ejemplo más claro. Está colaborando decididamente contra el Daesh, que se encuentra a sus mismas puertas, y está pagando un precio muy alto por ello. Asimismo, el conflicto sirio produce flujos de refugiados que se instalan en su territorio y que se cuentan por decenas de miles.
La UE tiene que redoblar sus esfuerzos para contribuir a la resolución de estos retos, tanto a nivel bilateral como a nivel regional, a través de la cooperación y del diálogo político con estos países. Un ámbito principal en el que la UE debe hacer más es el de la financiación del terrorismo. Para ello, los flujos internacionales de capitales procedentes de actividades delictivas, que son a menudo lavados en plazas financieras europeas, deben controlarse de forma mucho más eficaz.
Además, la lucha contra el terrorismo debe incidir más en la prevención, incidiendo en las causas culturales y políticas que están en su raíz y debe, también, promover de modelos de inclusión social más integradores.
Mención aparte merece la gravísima situación en que se encuentran las minorías religiosas en los países árabes y, especialmente, la insoportable situación que sufren las comunidades cristianas. La UE tiene que comprometerse en su acción exterior con estos países de forma que la libertad religiosa gane terreno. Es fundamental que sean los países de donde surge el terrorismo los que se impliquen en primera instancia en su erradicación. El Islam vive en su seno una batalla por el pluralismo; de esa lucha nace la verdadera matriz del terrorismo. Son las facciones más sectariamente absolutistas las que tratan de combatir el pluralismo. Y es para lograrlo que utilizan el terror y el terrorismo como arma.
No hace tanto tiempo, Europa vivió también esa lucha, y hoy debe hacer más para ayudar al triunfo de la libertad, los derechos humanos, el pluralismo y la democracia del otro lado del Mediterráneo.